Todo el mundo quiere dejar de trabajar en algún momento y disfrutar de la jubilación. En esta época de incertidumbre económica, la mayor parte de la gente se preocupa por su pensión. Ahora bien, tomemos esa preocupación y multipliquémosla por miles de millones. Esa es la magnitud del problema de las pensiones. Un problema que probablemente sea mucho más grande: disfrutar de una vida más sana y más larga es bueno, pero ¿cómo costear la jubilación si uno vive aún más tiempo del que pensaba?
El llamado riesgo de longevidad, que analiza el Informe sobre la estabilidad financiera mundial del FMI tiene serias implicaciones para la estabilidad financiera y fiscal mundial, y es necesario hacerle frente ya mismo.
Este es el problema: los gobiernos han hecho análisis del envejecimiento que están mayormente basados en conjeturas sobre la evolución de la situación demográfica, como ser una mayor disminución de la fecundidad y cierto aumento de la longevidad. El problema es que en el pasado la longevidad se subestimó de manera regular y sustancial. En la actualidad, todos vivimos mucho más tiempo que el esperado hace 30, 20 o incluso apenas diez años. Por lo tanto, es probable que la gente viva más tiempo que lo que prevemos hoy. Eso es lo que denominamos riesgo de longevidad: el riesgo de que todos vivamos más de lo previsto.
Un asunto riesgoso. Uno se podría preguntar en qué radica el riesgo. Todos queremos vivir más tiempo, gozando de más salud. Pero no perdamos de vista las inquietudes en torno a las pensiones. Si uno se jubila a los 65 y tiene planificada la situación financiera pensando que va a vivir 20 años más (suponiendo que tenga suficientes ahorros para cubrir por lo menos ese período), y luego vive hasta los 95 o pasados los 100, sufriría una crisis financiera personal grave.
En ese momento, una persona podría apoyarse en el sistema de seguridad social, pero en la mayoría de los países este programa también cuenta con que la gente no viva mucho más allá de los 85 años. El problema financiero de una persona se multiplica por el tamaño de la población y se vuelve muy grande para la sociedad en general.
Según las estimaciones preliminares de nuestro análisis, este riesgo de longevidad, agregado a nivel de todos los particulares, podría incrementar el costo mundial del envejecimiento -de por sí claramente muy elevado- en alrededor de 50% si la gente viviera apenas tres años más de lo previsto actualmente. Estos costos adicionales podrían tener profundos efectos negativos en los balances del sector privado y público que ya están debilitados, dejándolos más vulnerables a otros shocks y afectando quizás a la estabilidad financiera.
Y como ni la mayoría de los particulares ni de los planes de pensiones tienen debidamente en cuenta el riesgo de longevidad, gran parte de estos costos adicionales del envejecimiento podrían recaer en los gobiernos, ya que a la gente que se le agoten los fondos jubilatorios probablemente se apoye en programas públicos diseñados para luchar contra la pobreza en la vejez, como los sistemas de seguridad social. Lamentablemente, como consecuencia de la crisis económica, muchos gobiernos no tienen margen fiscal para absorber estos costos adicionales.
Reconocer que hay un problema. Entonces, ¿qué recomienda el informe? Un primer paso importante es que los gobiernos, los fondos de pensiones y otros proveedores de ingreso jubilatorios, junto con los particulares, reconozcan que están expuestos a este riesgo y que se preparen para su impacto financiero.
Segundo, el riesgo debe estar distribuido entre el gobierno y el sector empresarial. Una manera eficaz de compartirlo con los particulares es haciendo que trabajen más tiempo.
Una tercera manera de lidiar con el riesgo de longevidad es transferírselo a quienes pueden soportar mejor las consecuencias financieras. Por ejemplo, los fondos de pensiones del Reino Unido y de los Países Bajos les pagan a empresas de seguros para transferirles el riesgo de longevidad.
Cabría pensar que las actuales preocupaciones fiscales de los gobiernos eclipsan el riesgo de envejecimiento y longevidad, temas que probablemente comenzarán a hacerse sentir del todo recién dentro de algunas décadas. Pero creo que necesitamos solucionar el problema ahora, por dos motivos como mínimo:
*Primero, al igual que todos los temas relacionados con las jubilaciones, cuanto antes se los aborde, más fácil será solucionarlos. A todos nos dijeron que no había que esperar mucho después de los 20 para empezar a planificar y ahorrar para la jubilación. Los que esperaron hasta los 40 y 50 saben lo difícil que es recuperar el terreno perdido. De la misma manera, los gobiernos tampoco pueden esperar hasta los 50, por decirlo de algún modo.
*Segundo, tarde o temprano los mercados financieros tomarán conciencia de los efectos potenciales del riesgo de longevidad para las finanzas públicas. Si estos efectos quedan irresueltos y parecen amenazar la sostenibilidad fiscal, los mercados pueden responder antes de que el riesgo de longevidad se haga realidad; basta observar los paralelos recientes en los mercados de deuda pública de los países cuya sostenibilidad fiscal se ve amenazada.
Lamentablemente, resulta que los problemas financieros y fiscales asociados al riesgo de longevidad pueden ser mucho más grandes de lo que pensábamos. Lo bueno es que si actuamos ya, podemos encontrar soluciones que limiten las penurias y los trastornos. Lo malo es que si nos dejamos estar, el remedio será mucho más amargo.
*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Diálogo a Fondo del FMI.