La conquista de la democracia en 1990, la transición y la posterior consolidación democrática chilena tuvo, a nivel partidista, un actor trascendental en la centro-izquierda chilena: la Democracia Cristiana (DC). Dicho partido ha aportado presidentes, sus ministros han estado en la primera línea de la toma de decisiones y han contribuido con un número trascendental de congresistas. En este marco, la DC navegó cómodamente en la posdictadura, cabalgando en solitario con las banderas del centro, convocando bajo su paraguas desde los sectores más progresista hasta el ala más conservadora. Es decir, se desenvolvió sin contrincantes de peso y acaparó legítimamente la discusión bajo una estrategia de consenso entre los polos con resultados más que satisfactorios para sus pretensiones de liderazgo.
Ese panorama ideal, con los años ha tendido a palidecer en todas sus variables y en un futuro, donde la competencia partidista será dura y jovial, la DC aparece como un partido fatigado. Es cierto que hoy, por medio de sus líderes más conservadores, se mantiene como pilar del gobierno de Bachelet, pero ello cambiará una vez que se reordene el mapa partidista en un futuro cercano. La próxima competencia electoral será atractiva, difícil de vaticinar, con variables "inéditas" (fin del binominal, nueva ley de partidos, sistema de financiamiento más regulado y posiblemente estatal, etc.) y con nuevos partidos, muchos de ellos ajenos a la escisión dictadura/democracia y, por ende, con motivaciones y principios que le inyectarán frescura al sistema de partidos y más opciones al electorado.
Sin embargo, el panorama se complica para la DC por otro vértice: nuevos conglomerados partidistas van a la caza de su histórico tablado, el centro político. Pero la cuestión se tensiona aún más cuando se vislumbra que el histórico centro no sólo será disputado por corrientes ligadas a la centro-izquierda, sino por nuevas tendencias de derechas. Este último sector, aupados por grupos a favor de la renovación ideológica y generacional, ha decido crear movimientos y partidos (por ejemplo, Amplitud y lo que se conoce como piñerismo) que van, de una u otra forma, a disputarle los votos al sector más tradicional o conservador de la DC. Aunque parte de esta corriente decidió marginarse definitivamente, hace algunos años bajo el liderazgo del "colorín" Zaldívar, aún quedan en la falange quienes miran de reojo la otra línea.
Otra variable que asoma con fuerza son los nuevos sectores liberales que aún no siendo partidos han desarrollado una arremetida por medio de sus movimientos y centros de estudios con tintes modernistas y transversales (Red Liberal u Horizontal, por ejemplo). Su objetivo es recalar en una centro-derecha moderna ajena a las sombras de la dictadura y ocupar parte del centro político, bajo los principios liberales más clásicos (tanto en lo económico, como en lo valórico. Aquí radica una de las diferencias con los supuestos y eternos "liberales" de Renovación Nacional). Pero existe una tercera variante que incomoda a los democratacristianos: Fuerza Pública, liderada por miembros y ex dirigentes de la DC, quienes han decidido transformarse en partido y arrebatarle, con principios de corte más "progresistas", una tajada del centro político. Esta sangría si bien puede que aún no sea numéricamente trascendente, es bastante simbólica.
El futuro de la DC también se está decidiendo fuera de sus fronteras partidista y más precisamente por la definición del futuro candidato presidencial de la centro-izquierda y paralelamente por el tipo de coalición que integraría. ¿Qué hará, por ejemplo, la tienda de Pizarro si sus socios de coalición (Nueva Mayoría) deciden apoyar al líder del progresismo Enríquez-Ominami? ¿Cabe la posibilidad de un proceso de faccionalismo tomando en cuenta las divergencias entre los sectores más progresistas (mayoría) y los conservadores (minoría)? La historia y el futuro de la DC parece calcado al desenlace del otrora poderoso Partido Radical: escisiones de facciones y grupos de sus sectores más conservadores, la posterior y gradual pérdida de peso político y parlamentario, ausencia de líderes y candidatos presidenciales.
A todo lo anterior, se vislumbra en Chile la futura constitución de nuevos partidos "atrapa-todo" que, sin manejar una definición ideológica cierta, se ubicarán en el centro intentando captar la mayor cantidad de simpatizantes y votantes desencantados de los tradicionales partidos. A los democratacristianos el campo de juego se le irá reduciendo considerablemente debido al ingreso de nuevos y modernos partidos que van directamente a reemplazar el histórico rol centrista de la DC. Lo anterior no quiere decir que la tienda de los ex presidentes Aylwin y Frei desaparecerá en los próximos años (en ningún caso), pero su nivel de influencia tenderá progresivamente a esfumarse. Y ello parece más patente cuando se observa que su feudo ideológico pierde terreno frente a propuestas, ideas y programas más novedosos.