El tema nos polariza, nos divide y nos tensa.
Porque todos -gobierno, clase política, élites de poder, activistas de organizaciones civiles y medios de comunicación- hemos permitido que el asunto magisterial se convierta en manzana de la discordia.
Y si una plantea que los maestros tienen razones para sentirse agraviados, nuestros interlocutores consideran que estamos a favor de la revuelta social, del escarnio hacia los rapados que aceptaron la evaluación docente y de la mano negra que busca tirar al presidente Enrique Peña.
Por el contrario, para quienes militan contra el gobierno, el defender la necesidad de la Reforma Educativa es equivalente a decirle sí a la represión policial, al linchamiento hacia los profesores y a eso que llaman la privatización de la enseñanza pública.
Necesitamos superar ese maniqueísmo y, desde los medios de comunicación, sumarnos a la tarea del entendimiento, hacernos cargo de una realidad que nos negamos a ver cuando el Pacto por México dio paso a la Reforma Educativa: los maestros no la harían suya por decreto.
Formados en el clientelismo sindical y la cohesión gremial, los profesores mexicanos protagonizan un tránsito difícil hacia el modelo del mérito individual y las calificaciones.
“¡A los maestros no se les amenaza, no se les dice si no cumples, se te hace daño; a los maestros se les exhorta, se les invita a ser mejores y se les estimula!”, gritó la noche del 20 de diciembre de 2012 Elba Esther Gordillo Morales.
La maestra, como le llamaban los suyos, era aún la líder vitalicia del SNTE y como tal advirtió que ninguna reforma podría tener éxito contra la voluntad del magisterio.
Ese día, en la Cámara de Diputados, los cambios a los artículos tercero y 72 se aprobaron con 424 votos del PRI, PAN, PRD, PVEM, PT y del propio Nueva Alianza, entonces aún manejado por Gordillo.
Sólo 39 legisladores se manifestaron en contra: la bancada de Movimiento Ciudadano, algunos perredistas y otros del PT.
Acaso por el entusiasmo de la novedad que representaba la construcción de acuerdos, creímos que las resistencias a la evaluación eran una muestra de que los villanos se oponen a las cosas buenas.
En el papel sonaba muy bien: sólo permanecerán en las aulas quienes demuestren periódicamente, y con examen de por medio, estar preparados para ejercer el privilegio de la tarea educativa.
Era como los reportes de la OCDE nos habían contado que sucede en Finlandia, Noruega, Suiza: el Estado se hace cargo de certificar la calidad de los docentes.
Y en México, al fin, gobierno y oposición habían resuelto garantizar el cumplimiento del artículo tercero.
Dos meses después, Elba Esther fue encarcelada por presunto lavado de dinero. Así que cuando vino el jaloneo de las leyes secundarias que establecieron la obligatoriedad de la evaluación y las consecuencias laborales para quienes la reprobaran en tres ocasiones, la CNTE tomó la batuta de las protestas.
Emilio Chuayffet, secretario de Educación, se cansó de declarar lo que nunca cumplió: que correría a los paristas.
Durante dos años, hubo reuniones privadas en la Segob entre la disidencia magisterial y el subsecretario Luis Miranda. La resistencia siguió, en Oaxaca se le quitó a la Sección 22 la conducción de la instancia educativa estatal. Y la Suprema Corte avaló la constitucionalidad de las medidas laborales.
En 2015 entrevisté a Luis Castro Obregón, presidente de Nueva Alianza, sobre los spots del partido, algunos protagonizados por profesores. Contó que el mensaje buscaba restituir el orgullo herido del gremio.
¿Se sienten agraviados?, le pregunté. Sin abundar en el fenómeno, respondió afirmativamente y habló de la valoración social magisterial como palanca para los cambios pendientes. Había que ir a convencerlos, sugirió.
Con aquella idea de Castro Obregón comencé a relativizar los llamados de Mexicanos Primero. Siempre me habían parecido pertinentes. Pero ahora me preguntaba si tenía caso la descalificación en un gremio con espíritu de cuerpo.
Cuando Aurelio Nuño asumió la titularidad de la SEP y emprendió las visitas a las escuelas, pensé que había llegado la hora de atender a los maestros, de solventar sus dudas por la vía de una operación política y administrativa que les demostrará los beneficios de la reforma.
Pero el secretario de Educación se equivocó con ultimátums y medidas salariales que lastimaron a un magisterio que tiene que dar la cara por un sistema escolar donde faltan ventanas, baños limpios y condiciones adecuadas de trabajo.
Por eso, en el caso de la CDMX, los profesores han salido a los cruceros a reclamar respeto y han tapizado de cartulinas las primarias para exponer por qué están enojados.
No me parece justo que los niños y los padres de familia deban padecer ese clima de crispación. Pero así están las cosas.
Y hoy toca a Nuño, al titular de la Segob, Miguel Ángel Osorio Chong, y al Congreso romper el juego de los buenos y los malos que nos ha traído hasta aquí, a este terreno donde las movilizaciones se reducen a un problema de caos vial.
A todos nos toca cerrarle el paso a la antipolítica, destinada al ruido y a la anulación del diálogo.
Vayamos al reclamo de la política y de soluciones a cargo de funcionarios dispuestos a escuchar a la gente. Estamos en México. No es Finlandia.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.