Existe una extraña dualidad en cada lanzamiento que Apple realiza desde hace unos años: por un lado están los fans acérrimos que no dudan en enarbolar la bandera de la manzana con ímpetu, elogiando al nuevo producto con adjetivos que rayan en lo religioso; por otro, los ácidos críticos -en mayoría ineludible- que resaltan lo poco y nada que se innovó, lo mucho que tiene para ofrecer la competencia, y que terminan haciéndola de profetas del desastre, preconizando la caída estrepitosa de la compañía.
Pero más allá de dualidades y facciones, el resultado ha sido evidente y constante: los productos de Apple no sólo están cambiando la cara de la tecnología en todo el mundo, sino que también se venden a un ritmo desenfrenado y cada vez mayor, cualquiera sea la innovación, cualquiera sea la falta de la misma.
El fenómeno aquí es que Apple sacó la tecnología de la esfera nerd y la volvió un mito, una fantasía inalcanzable, objeto de deseo para todas las edades y contextos. Y mientras hacía eso también nos malcrió, esperando ese "One more thing..." al final de la presentación que revelaría el milagro, que sería el reemplazo de la misa dominical, y les revelaría a todos una tierra prometida.
Y así este miércoles aparecieron los dos ejércitos, listos para enfrentarse a esa promesa. Esta vez, convocados por la nueva versión del iPad, que a fuerza de inaugurar una etapa en la compañía, y quizás por una hábil estrategia de distanciarse del difunto Jobs a punta de homenajes, lleva el mismo nombre que el primero: pura y simplemente iPad.
El nuevo iPad salió a escena con una pantalla que superó toda expectativa, con una densidad de pixeles y una resolución de mayor calidad que el televisor más caro que usted pueda comprar para su casa. También incluye Siri, esa entelequia superinteligente que nos presentó el iPhone 4S y que ahora tendrás más opciones e idiomas para responder a nuestras dudas. A la lista de mejoras se suma naturalmente un procesador más rápido y eficiente, una cámara capaz de grabar video en 1080p, y la última tecnología de internet inalámbrica 4G LTE, que promete una conexión ubicua y tan rápida como para no envidiarle nada al computador de la casa.
Los cambios son buenos, el iPad nuevamente se pone un paso más allá del centenar de tabletas que aún intentan robarle cuotas de mercado al iPad 2; reduciendo además su precio para hacer el fenómeno aún más masivo. La tecnología Retina Display de su pantalla es algo tan avanzado que no basta con las fotografías y los videos en alta definición para apreciarlo, y que le roba paso a paso la espectacularidad y la definición a la misma realidad. Y el ecosistema de aplicaciones exclusivas es algo que ni la fuerza de todos los operadores que apoyan a Android han podido igualar.
Pero la historia, inevitablemente, se reitera. Y las facciones de quienes admiran la plataforma se enfrentan, divididos entre los que dicen que este iPad sólo salda las deudas de los anteriores, y los que lo nombran el nuevo escalón de la tecnología portátil. ¿Cómo se explica esto?
El problema es que aún falta el milagro. Apple aún no ha logrado igualar el impacto que produjo con el lanzamiento inicial de sus productos estrella, y ya lleva un buen tiempo dedicándose sólo a regar la planta del éxito. La compañía ha retrasado implementaciones en sus equipos de forma sistemática, haciendo que muchos crean que el fin es solamente comercial, sólo para poder mostrar un una versión 1.5 dentro de un par de meses.
Los equipos de Apple seguirán vendiéndose, más allá de las críticas, porque la promesa de Apple es casi mágica. Los equipos de Apple seguirán vendiéndose, y cada vez más, porque logran justo lo suficiente en cada lanzamiento, el suspenso ideal para dejar a la gente contenta, pero aún deseando más. Los equipos de Apple se venderán, pero el éxito de la compañía podría verse fuertemente afectado si alguien por fin logra robarles esa narrativa mitológica, terminando en que escuchemos un "One more thing...", o algo parecido, pero de un nuevo competidor mágico.