Uno de los rasgos distintivos del estilo de Enrique Peña Nieto es el de proyectarse como un presidente firme y, al mismo tiempo, muy cordial.
Y aunque es pronto para dar por sentadas las características de la imagen que busca posicionar, resulta evidente su intención de no comprar pleitos públicos con nadie.
No basta con el propósito de ser afable. Se necesita de capacidad para serlo y parecerlo, y de una personalidad determinada que transmita esos atributos colindantes con la conciliación.
Peña Nieto lo está intentando. A pesar de sus tropiezos -como confundir las capitales de los estados- y de sus escasas declaraciones de alta resonancia, o acaso por eso, el habitante de Los Pinos es cada vez menos el blanco de la polarización política.
El contraste con Felipe Calderón resulta brutal. Porque al asumir de manera personal la defensa del quehacer de su gobierno, el ex mandatario se había convertido en el centro de las descalificaciones.
Frente al estilo de confrontación que el segundo presidente del PAN desplegó, el tono de Peña Nieto suena evasivo.
La cero rijosidad discursiva del priista no se traduce en inacción. La idea de “mover a México”, ofrecida el 1 de diciembre, consiguió visos de credibilidad con la detención de Elba Esther Gordillo, lo cual enterró los amagos de insurrección del SNTE en contra de la reforma educativa.
Otro aspecto que abona en la imagen del Presidente firme y cordial es el Pacto por México, espacio de cabildeo legislativo que da paso al envío de iniciativas avaladas por las cúpulas del PAN y del PRD.
Con ese cobijo, Peña Nieto concretó dos reformas contra los llamados poderes facticos: la educativa y la de telecomunicaciones. Sus dichos han sido de defensa y compromiso con los cambios, pero sin polemizar con sus opositores.
Para eso están los titulares de Gobernación, Miguel Osorio Chong, y de Educación, Emilio Chuayffet; de Comunicaciones, Gerardo Ruiz Esparza, o de la PGR, Jesús Murillo Karam.
Y si nos atenemos a la prensa, parece que los hombres del presidente se ocupan de los focos rojos y hasta de desactivar atentados contra sus críticos, como los hermanos Ricardo y David Monreal, diputado de Movimiento Ciudadano y senador del Partido del Trabajo, respectivamente.
Las tareas de inteligencia están dando resultados, se evaluó en diversos medios, luego del anuncio del jueves del procurador, sobre los evitados asesinatos de los zacatecanos. Y es que las lisonjas dieron por hecho que fue gracias a la coordinación de la PGR, la Segob y el CISEN que se salvaron las vidas de dos de los principales operadores de Andrés Manuel López Obrador.
Fiel a su estilo de pelea, el ex candidato de las izquierdas puso en duda la operación y subió a su cuenta de Twitter: “¿Cortina de humo, intimidación, terror y de parte de quién? Debe saberse pronto la verdad”.
No sería la primera vez que López Obrador exagera. Pero el despliegue para difundir el peligro desactivado por supuesto que cobra tintes de cortina de humo cuando la actual crisis de seguridad deja en claro que la escalada de violencia de los últimos años no era únicamente producto “de la guerra de Calderón”.
A los ejecutados y descuartizados en Tamaulipas, Jalisco, Sinaloa, Estado de México se suman los grupos de autodefensa en su modalidad de policía comunitaria y de paramilitares, confirmando tanto la indefensión ciudadana como la omisión de las autoridades frente a la delincuencia organizada y, peor aún, frente a quienes pretenden suplantarlas.
En el Congreso, ni PAN ni PRD han sido capaces de marcarle al gobierno su principal déficit, el de no presentar modificación favorable alguna en la estrategia de seguridad.
Mientras tanto, la política del Presidente firme y cordial camina en el terreno mediático si un Javier Sicilia, antes implacable con Calderón, asume que hay que darle a Peña el año de gracia solicitado por el secretario Osorio Chong para dar resultados.
Pero la hora de las definiciones se acerca con la llegada del presidente Barack Obama, aún cuando se pretenda hacernos creer que las prioridades mutaron a educación y migración. Faltan certezas y sobran incógnitas: ¿seguirá la Iniciativa Mérida? ¿Aceptará Peña la visión estadounidense de que el crimen organizado es un problema sólo nuestro? ¿Archivará el reclamo de Calderón de que en EE.UU. deben hacerse cargo de su parte como principales consumidores de droga y proveedores de armas ilegales?
Los agentes de la DEA están, con autorización de México, desde hace dos décadas. El vecino del norte sabe, como lo advirtió el estudio de la empresa Stratfor, que la transformación del narcotráfico “limita” las posibilidades de que el gobierno reduzca significativamente la violencia criminal.
La realidad se impone. La cordialidad no basta. Y la firmeza reclama definiciones. A menos que éstas ya se tengan e incluyan la secrecía del tema y el silencio presidencial sobre el mismo.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.