Parecía imposible: Donald Trump no sería candidato a la presidencia de su país. Sin embargo, arrasó en la contienda republicana. Luce imposible: Trump nunca será presidente de Estados Unidos. De hecho, si las elecciones fueran el día de hoy, Clinton ganaría. No obstante, faltan más de treses meses para la elección y ya quedó claro que a Trump no hay que darlo por derrotado.
¿Y si Donald Trump es presidente? La agenda de Trump es totalmente radical y sumamente negativa: todo es culpa de los extranjeros de una forma u otra. Asimismo, según él, Estados Unidos está en decadencia, lo cual es producto de que no hay un gobierno fuerte, dispuesto a hacer lo que sea necesario, dentro y fuera de sus fronteras, para recuperar la grandeza, y el respeto, perdidos: la fuerza es, pues, la solución.
La fuerza contra los migrantes, contra las minorías que no se adaptan al american way of life, contra otros países, contra los políticos de Washington que no escuchan ni atienden a quienes Trump ha etiquetado como “los desposeídos”, “los olvidados”. Sí, Trump va contra todos. Así tiene el potencial de generar conflictos de carácter internacional, pero también doméstico: Trump contra el Congreso, la Suprema Corte, los gobernadores, las ONG, etcétera.
¿Tal vez Trump no es lo que ha exhibido? ¿Tal vez todo es un show para construir su candidatura y, de llegar a presidente, se moderaría? ¿Tal vez el presidente Trump sería muy diferente, para bien, del candidato Trump? Incluso si ese fuera su plan -estoy convencido de que no lo es-, lo que Trump ha creado, gane o no gane, será muy difícil de detener: si gana la Presidencia, lo hará justamente gracias a esa agenda radical; sus seguidores -votantes y poderes fácticos-jamás le perdonarían el no ejecutarla. Si no la gana, Clinton no se podrá dar el lujo de ignorar totalmente a quienes respaldan a Trump.
Es justamente en sus simpatizantes donde descansa el poder de Trump. Es más, en un contexto en el que sólo un puñado de votantes se identificaran con él, Donald Trump sería una anécdota y nada más. El hecho de que sea candidato y tenga posibilidades de ganar nos dice, pues, muchísimo sobre la sociedad estadounidense. Asimismo, esto tiene implicaciones que trascienden al propio Trump.
Estados Unidos no está en decadencia. Pero sí es verdad que el cambio tecnológico, la integración comercial, la movilidad del capital y, aunque sea limitada, del factor trabajo, así como, en cierta medida, la migración ilegal, han resultado en que haya estadounidenses que no encuentran las opciones laborales que creen merecer. Esta realidad, aunada al racismo, la xenofobia y la ignorancia que siempre han estado presentes en Estados Unidos, han resultado en que haya suficientes votantes, y grupos de poder, dispuestos a apoyar a Trump.
Lo anterior no va a cambiar gane Trump o no. Así, si bien es obvio que Clinton no se apegaría a la agenda trumpista, si de verdad quiere gobernar con efectividad, tendrá que acercarse, aunque sea un poco, a quienes están detrás de Trump. No estoy diciendo que Clinton construiría un muro entre México y Estados Unidos, por ejemplo, pero sí es posible que, como Obama, continúe deportando mexicanos y, a pesar de que no ha dicho una palabra al respecto, eventualmente ponga sobre la mesa una renegociación del TLCAN.
Sea presidente Trump o no, México tiene que entender y analizar la realidad estadounidense, y actuar en consecuencia. Por supuesto, las cosas serían mucho más graves si ganase Trump, pero, insisto, esa realidad, esos millones de votantes y los poderes fácticos que sostienen a Trump, no van a desaparecer ni a dejar de tener influencia sólo porque Clinton llegue a la Casa Blanca.
El futuro de las relaciones México-EU trasciende, pues, a Trump. Esto hay que tenerlo claro, especialmente porque estamos hablando de la que es, en todo sentido, nuestra relación bilateral de mayor trascendencia.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.