El riesgo de que México adquiera el vicio argentino de quedarse permanentemente atorado en un limbo de desempeño económico mediocre –peor al vivido en años recientes- con altibajos recurrentes y propensión a experimentar frecuentes crisis financieras es real y se eleva incrementa con las políticas que ha adoptado el gobierno actual. Las coincidencias comienzan a ser demasiadas para no ver el peligro que su consolidación podría implicar para el país y las generaciones de jóvenes que renovaron su esperanza con AMLO.
Tanto el peronismo como el morenismo son movimientos incluyentes, caracterizados por una enorme diversidad de adeptos y seguidores, pero con un elemento en común que es la férrea lealtad al jefe: todo se vale mientras esa lealtad sea inquebrantable. AMLO está substituyendo las pocas instituciones que existían en el país por estructuras personales de lealtad y sumisión, dos recetas para segura inestabilidad en el futuro. En lugar de consolidar los pocos avances institucionales que se habían logrado, se está avanzando hacia un proyecto donde las reglas que nos rigen son la voluntad de una sola persona, tal como sucedió en los años del kirchnerismo.
En segundo lugar, la estrategia de subsidio y generación de clientelas, que sigue el mismo patrón de subordinación, pero a una escala masiva, inexorablemente viene acompañado de la creación de nuevos derechos que, en el tiempo, se tornan difíciles, si no es que imposibles de revertir. La crisis fiscal argentina no es producto de la casualidad, sino de derechos adquiridos que luego se tornan en obligaciones que el gobierno tiene que sufragar con recursos cada vez más escasos. México ya de por sí avanza hacia una sociedad con un mayor número de adultos pensionados y menos nuevos jóvenes incorporándose a la fuerza de trabajo, a lo que ahora se sumará el costo de las huestes clientelares de AMLO.
En tercer lugar, las políticas adoptadas por los dos gobiernos de los Kirchner en Argentina sugieren el tipo de riesgos que la estrategia del nuevo gobierno mexicano va a endilgarle al país: la centralización de todos los programas sociales en la oficina presidencial. Los Kirchner hicieron algo muy similar con sus programas “bandera”: Asignación Universal por Hijo, Ingreso Social con Trabajo, Ellas Hacen, Plan Más y Mejor Trabajo, Prestación por Desempleo, El Plan de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios (Fines), Argentina Trabaja y Emprendedores de nuestra tierra.
México ya había pasado por programas (y fracasos) clientelares como los anteriores, pero desde los noventa logró una cierta institucionalización de la política social, que ahora ha sido desmantelada a una velocidad que asombra. Peor, sorprende que ni los beneficiarios de programas como Prospera ni lo que queda de la oposición hayan levantado siquiera un dedo. En Argentina esos programas permitieron apabullar electoralmente a la oposición mientras duro la bonanza fiscal. La pregunta obligada es si AMLO navegará con esa facilidad de aquí a las elecciones de 2021 o si enfrentará al menos algo de resistencia. La pregunta ciudadana es obvia: si la población no defiende sus logros, no los merece.
Existen otras coincidencias que deberían preocupar por su efecto sobre la competencia política y en el menguado ambiente de negocios. Por ejemplo, el Programa de Jóvenes Construyendo El Futuro, un esquema muy similar al utilizado por el Kirchnerismo para atraer jóvenes al movimiento de La Cámpora, organización dedicada a movilizar jóvenes desocupados y con pocas alternativas en el mercado laboral. Este tipo de programas están diseñados para generar dependencia respecto al gobierno, mermando el desarrollo de una fuerza de trabajo guiada por criterios de mérito y productividad, cada vez más importantes en la era de la economía digital. Un ejército de jóvenes permanentemente movilizados sirve para fines electorales pero destruye el futuro económico de un país.
Cuando el presidente dice que su objetivo es subordinar las decisiones económicas a las políticas, ahora consolidado con la renuncia del secretario de Hacienda, ratifica que está dispuesto a ir contra las fuerzas más poderosas de nuestra era: los mercados financieros. Cuando Bill Clinton contendió por la presidencia, su principal asesor político, James Carville, de golpe entendió que el mundo había cambiado: “yo solía pensar que, si hubiera reencarnación, quisiera retornar como el presidente o el Papa… Ahora quisiera regresar como un operador de los mercados de bonos. Esos intimidan a cualquiera.” AMLO también cree que seguimos en los ochenta…
El ejemplo argentino es por demás sugerente porque es el tipo de programa que AMLO y sus seguidores ven como deseables. La desaparición de (casi) toda capacidad técnica en el gobierno permite implementar programas costosos sin medir consecuencia alguna, además de que provee incentivos para adoptar políticas cuyo efecto de mediano y largo plazos siempre acaba siendo devastador, como controles de precios, la nacionalización de fondos de pensiones y el empleo de herramientas como encaje legal y cajones de inversión a bancos. Algunos morenistas salivan por este tipo de mecanismos. No tienen idea de la destrucción que implican.