Es bien sabido que México tiene un problema social muy grave y que se puede resumir en cinco puntos: a) elevado nivel de pobreza (el 44% de la población es pobre), b) inseguridad ciudadana (32.000 homicidios en el último año, lo que supone un récord histórico), c) aumento de la corrupción (según Transparencia Internacional empeora y en el ranking ha caído 30 puestos, situándose en el lugar 135 del mundo), d) elevada desigualdad (es el décimo país con mayor desigualdad del mundo) y e) enorme burocracia en los ámbitos locales y regionales.
Una situación que tiene a la población mexicana muy insatisfecha y descontenta, por lo que esta decidió en las urnas un cambio radical: desalojar de Los Pinos al partido gobernante, el PRI, y poner a otro muy distinto, el partido Morena, en coalición con un partido cristiano conservador y otro de izquierda, que lidera Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Un cambio que pretende dar solución a los problemas sociales que sufre el país. AMLO después de perder las elecciones, en 2006 y 2012, ganó este domingo de forma abrumadora la presidencia de México. El panorama económico parece incierto: por primera vez en su historia, México tendrá un presidente de la izquierda radical. De ahí que muchos empresarios con inversiones en México estén asustados y una buena parte de la población mexicana tenga un sentimiento de incertidumbre sobre su futuro.
Las ideas de AMLO sobre cómo funciona una economía moderna son muy escasas y simples. Así, en su programa electoral promete reducir a la mitad los salarios de los altos funcionarios, incluido el del presidente. Además, quiere que México sea autosuficiente en la producción de alimentos y gasolina (algo que huele a proteccionismo). A ello hay que unir un importante aumento del gasto público: estímulos al sector agropecuario, aumentos de ayuda financiera para estudiantes de familias de ingresos bajos, ancianos y discapacitados; acceso universal a las universidades públicas y aumentar la instalación de agua corriente y de infraestructura de transporte en el sur del país, donde el 70% de la población es pobre. Pretende, además, cancelar la obra en construcción del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México. De poner en marcha este conjunto de medidas, su presidencia sería un experimento arriesgado que ya alarma a los inversores, por sus semejanzas con los gobiernos bolivarianos de Venezuela.
El respeto al orden establecido
Sin embargo, no se debe olvidar que AMLO tuvo una actuación económica responsable cuando gobernó la Ciudad de México, lo que permite entrever algunas semejanzas con el expresidente brasileño Lula da Silva, que también fue temido por los mercados cuando ganó la presidencia en 2003. Sin embargo, desde el comienzo de su mandato, adoptó una política económica más ortodoxa que el discurso populista que tiñó su campaña electoral.
Habrá que esperar al discurso de toma de posesión del nuevo presidente, el 1 de diciembre, para tener una idea mejor de las políticas que se van a aplicar. AMLO, al igual que Lula, es una caja de sorpresas. Sin embargo, junto a sus gestos y proclamas populistas, el candidato a ocupar Los Pinos se ha mostrado muy partidario de renegociar el TLCAN, rechazando entablar una guerra comercial con EE.UU. Obrador buscaría la apreciación del peso, al que considera depreciado, y lo haría generando un marco de confianza que incentive las inversiones extranjeras, tal como señaló en una reciente entrevista Alfonso Romo, uno de sus asesores económicos y futuro jefe de gabinete.
Romo también adelantó que AMLO buscará fortalecer el Estado de derecho, crear condiciones comerciales que den confianza a los inversores, permitir que el peso cotice libremente (es decir, sin intervenciones) en el mercado cambiario y respetar la autonomía del Banco de México. Por tanto, aunque el nuevo gobierno hará cambios sociales profundos (mejora en la redistribución de la renta y reducción de la corrupción, pobreza y criminalidad), lo hará dentro de la ortodoxia económica: mantendrá la disciplina financiera y presupuestaria y serán reconocidos los compromisos contraídos con empresas y bancos nacionales y extranjeros.
¿Se retirará EE.UU. del TLCAN?
México tiene otro problema: Donald Trump. El muro de Trump va más allá de los asuntos meramente migratorios. El muro también se expande a los ámbitos comerciales, productivos e institucionales. La posible salida de Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) podría situar a la economía de México en una posición dramática.
AMLO no lo va a tener fácil. Si EE.UU. abandonase el TLCAN, Trump provocaría un desastre en la economía mexicana. El 80% de las exportaciones mexicanas se dirigen a EE.UU. y la mayor parte de la inversión directa exterior que recibe México también procede de su vecino del norte.
Con la salida de EE.UU. del TLCAN y la consiguiente subida de aranceles, México quedaría encerrado en un corral, donde sus exportaciones se verían muy afectadas. La buena noticia es que se crearía una situación que obligaría a México a diversificar geográficamente sus exportaciones hacia los países con los que tiene otros acuerdos comerciales. México, desde hace muchos años, ha venido explorado nuevos mercados, lo cual también se ve reflejado en el reciente acuerdo de libre comercio firmado con la Unión Europea. Además, ha empezado a subir aranceles a productos americanos, como el queso, con el fin de que EE.UU. sienta las consecuencias que tendría romper los acuerdos comerciales con México. Un dato: el 80% de las exportaciones de queso de EE.UU. se envían a México.
Estrategia de crecimiento
Si bien AMLO, durante la campaña, puso el foco en repartir la tarta, no debe olvidar que también se necesita que aumente su tamaño. Es cierto que en los últimos años los gobiernos de México han hecho un esfuerzo por aumentar el crecimiento de su economía, reduciendo las cargas regulatorias con el fin de aumentar el nivel tecnológico y la competitividad de sus empresas. Sin embargo, México está todavía muy lejos de diversificar adecuadamente su canasta exportadora. México es todavía un país cuyo desarrollo industrial, productividad y capacidad de innovación están en niveles muy bajos. La carencia de innovación y de capital humano son dos grandes retos que impiden el camino de su desarrollo.
Pero la baja productividad se debe también a la falta de capacitación del capital humano. El aumento de capital humano fortalecería la innovación empresarial y con esto también aumentaría la competitividad. En este sentido, el sistema educativo mexicano también tiene que valorar la importancia de formar personal cualificado para ayudar a mejorar la productividad del país. La apuesta por la transformación digital y la innovación en el sector de la inteligencia artificial pasa por contar con personal cualificado para realizar ese tipo de trabajos.
En resumen, aunque México ha podido ir desarrollando un mejor, y cada vez mayor, tejido empresarial dentro de su territorio, sigue teniendo una amplía necesidad de estar conectado con los EE.UU. De hecho, el país azteca sigue estando muy bien posicionado para exportar servicios y bienes a las empresas norteamericanas. Una realidad que exige que el nuevo gobierno de México ponga la negociación del TLCAN en la parte alta de su lista de prioridades. Para continuar creciendo, México debe seguir manteniendo su buena relación con EE.UU.
A su vez, el nuevo gobierno debe priorizar la necesidad de diversificar el tejido empresarial, incorporando las ventajas que presenta la transformación digital para estimular la productividad, asegurando así un mayor desarrollo económico futuro. Si además quiere hacer reformas sociales con aumentos de gasto público, tiene que conseguir aumentar los ingresos fiscales. Para ello, se precisa una reforma fiscal y una tarta económica más grande.