Finalmente, hay segunda vuelta en la elección presidencial de Chile. Bachelet logra mayoría absoluta en nueve de las quince regiones. Sin embargo, los resultados plantean varias interrogantes iniciales a partir, entre otros aspectos, de la alta abstención producida.
Al efecto, el Servel planteó un padrón oficial de 13.573.088. En esta presidencial votaron efectivamente cerca de 6.700.000, con cual supone una participación menor o alrededor del 50%, con lo cual el escenario político se abre a una real mayoría silenciosa no motivada para expresar sus preferencias.Del mismo modo significa que el voto castigo se canalizó en porcentajes menores en las candidaturas de Marco Enríquez-Ominami y Franco Parisi.
Esta abstención marca un actor no visible en términos institucionales, pero abre un espacio de legitimidad social a cualquiera manifestación pública que se quiera hacer para presionar la agenda política del país y del gobierno en particular, en la medida que hay un sector importante sin definición en el espectro de la representación. Es notable este nivel de abstención, si se considera la oferta de nueve candidatos presidenciales con agendas de cambio y reformasde distinta índole pero que cubrían un amplio espectro de demandas ciudadanas expresadas por grupos minoritarios.
Es evidente, en este sentido, que votantes tradicionales de centroizquierda y centroderecha optaron por no votar. Incluso la convocatoria a marcar el voto fue insuficiente para aumentar la participación en estos comicios. Si bien, al momento de escribir esta columna, se registra un 8% de papeletas marcadas, claramente el resultado está muy por debajo de lo esperado. En este contexto, por ejemplo, resulta significativo el hecho de que la CUT se haya restado de apoyar a Bachelet u a otro en virtud de sus propuestas. Lo mismo hizo otros movimientos organizados.
Tanto la campaña de marcar el voto como los 5 candidatos que obtienen menos preferencias han cumplido una función cuyo impacto aún está por verse. Han instalado temas de agenda política que se mantendrán en los movimientos sociales en la medida que no aceptan la institucionalidad como un camino creíble para su solución. Varios de los candidatos alternativos intentan representar a dichos movimientos. Si bien no lo logran expresados en la votación, sí obtienen su persistencia como ejes a considerar en el próximo gobierno. En suma, evitan que las demandas de los movimientos sociales hubiesen quedado invisibilizados con las campañas presidenciales.
Si a lo anterior sumamos la posición de Parisi y ME-O una vez conocidos los resultados de esta primera vuelta, en términos que el primero llama a no votar por Matthei e insinúa directamente la abstención como el camino a seguir y, el segundo, plantea la rearticulación de los demás candidatos en torno a sus propuestas restando importancia al triunfo de Bachelet y planteando la Asamblea Constituyente como eje de la segunda vuelta, tenemos un ambiente más complejo a considerar.
Si bien la segunda vuelta está abierta a favor de Bachelet, la obtención de este triunfo no está asegurada si no mantiene incentivados a sus actuales votantes y no logra convencer a grupos que se han abstenido o aquellos concertacionistas disidentes que han votado por otras opciones. Lo que es claro, es que la Nueva Mayoría no es representante de un sector relevante de la ciudadanía. El riesgo de Bachelet es que la abstención aumente y la perjudique de tal forma que aun obteniendo un alto porcentaje en su triunfo ello signifique menos votos de los obtenidos en la primera vuelta.
También es un dato concreto, la pérdida y evidente distanciamiento de la centroderecha de la sociedad. Esta pérdida de sintonía ciudadana hace que obtenga una votación menor que la correspondiente a su tradición histórica y menor a la adhesión que tiene el gobierno. Si aceptamos que una segunda vuelta significa la apertura de una ventana de oportunidad para la candidatura de Evelyn Matthei, también debemos aceptar que ello impone un cambio de estrategia y de discurso, orientada hacia una política inteligente que transite desde los datos como resultado político que incentive a la credibilidad de la inclusión social para obtener resultados. Sin duda todo un desafío que implica una estrategia unitaria con efectiva participación de líderes de RN y la UDI.
Por otra parte, los resultados parlamentarios de Nueva Mayoría impiden pensar en un camino fácil para obtener apoyos rápidos y contundentes en reformas importantes. Más aún, la bancada del partido Comunista, más los independientes y la fragmentación en la centroderecha y la Nueva Mayoría expresada en personalismos -varios de ellos díscolos- impone una estrategia de negociación que resultará insuficiente con las ideas y propuestas sin tener capacidades gubernamentales reales de transversalidad. Se querrá asumir a cabalidad o no, que el sistema de partidos enfrenta un proceso de fragmentación que afecta la gobernanza y la gobernabilidad.
Con los resultados de esta jornada, el escenario futuro se perfila como complejo y asociado a grados de conflictividad evidentes, definiendo un puzzle político a desentrañar luego de los ajustes en cada coalición en virtud de los resultados parlamentarios experimentados y, posteriormente, en la conformación del nuevo gobierno.