No hay dudas de que en China han estado sucediendo muchas cosas, desde que ese país dejó para la historia de sus fracasos los experimentos sociales y resabios comunistas de Mao Zedong, con su "Gran Marcha" (1934-1935), el "Gran Salto Adelante" (1957-1960), y en las postrimerías de su régimen hegemónico y genocida, la tristemente célebre "Revolución Cultural".
Debe recordarse que ese anciano caudillo, en sus últimos años y, en un intento fracasado por recuperar el poder político, desencadenó entre 1966 y hasta su muerte en 1976, una radicalización ideológica contra miembros revisionistas de su partido, al que convirtió en organización militar, y creó las temibles "Guardias Rojas" de jóvenes fanáticos, provocando una esquizofrenia social y la detención y ejecución de más de 400.000 personas entre ciudadanos comunes, intelectuales, académicos y pequeños y medianos comerciantes, a quienes Mao señalaba como focos de contaminación elitista y capitalista.
Por ello, en su pensamiento totalitario, Mao se aferraba a la prédica de que había que transformar la propiedad individual en colectiva y la capitalista en socialista, ya que solo así se produciría, según sus alucinaciones, un inmenso desarrollo del país. No hay dudas que para Mao ser rico era malo.
Mucho ha cambiado China desde que abandonó esa pesadilla ideológica y Deng Xiaoping, el sucesor de Mao, inició un cambio radical en el rumbo del desarrollo económico de ese país, impulsando una economía abierta y de mercado que, a pesar de su sesgo de capitalismo de Estado, ha facilitado un dinámico desarrollo empresarial privado en diferentes áreas de la economía de ese país, manteniendo, sin embargo, serias restricciones en lo político, en un gobierno hegemónico con frecuentes violaciones de los derechos humanos.
Para finales del año pasado en China había más de 960.000 millonarios en dólares, la mayoría de ellos jóvenes ejecutivos, cuyas edades promediaban entre 30 y 50 años, y la empresa Huawei encabezaba la lista de los 500 consorcios privados más grandes de ese país, como una dinámica organización proveedora de soluciones de tecnología de información y telecomunicaciones y con ingresos anuales superiores a los US$29.000 millones.
Pero lo más significativo de la fortaleza del sector empresarial privado chino y revelador de las características capitalistas del mismo lo representa la cantidad de millonarios que han surgido, prácticamente a partir de las últimas tres décadas. Todo esto se ilustra en informes recientes de instituciones y publicaciones especializadas que identifican a los más importantes magnates de ese país, encabezados por Lian Wengen de 57 años, un millonario de la construcción, propietario del Consorcio Sany Group, fabricante de maquinarias para estos fines y quien, según la revista Forbes, posee una fortuna estimada en US$11.000 millones y aspira, con muchas posibilidades, a ser incorporado como miembro del Comité Central del Partido Comunista, en el próximo Congreso Nacional de esa poderosa institución china.
Desde el año 2001, se ha permitido el acceso a la alta dirigencia del partido a empresarios privados y ello fue iniciativa del presidente Jian Zemin. Igualmente, se señalan otros mil millonarios como Lobin Li, el joven responsable de la empresa china Baidu, gigante de Internet y con grandes planes de expansión; y Zong Qinghou, fundador del Hangzhou Wahaha Group, considerado como "el rey de las bebidas", dueño de una popular marca de agua mineral embotellada, jugos y té, y con una fortuna cercana a los US$11.000 millones.
Se señala también un notable número de mujeres mil millonarias, entre las que destaca Wu Yajun, de 46 años, con una fortuna cercana a US$4.000 millones y propietaria de una importante empresa inmobiliaria de construcciones de lujo. Lo más resaltante de estos opulentos capitalistas chinos es su ostentosa conducta de vida, que no tiene nada que envidiarles a los magnates del mundo occidental, pues además de ser dueños de grandes propiedades inmobiliarias, han provocado que las ventas hacia China de los más lujosos vehículos europeos se haya incrementado en más del cien por ciento, siendo además frecuentes clientes de los más costosos automóviles de los Estados Unidos, cuyos precios oscilan entre US$250.000 y US$270.000.
China ya desplazó a EE.UU. como el segundo mercado mundial de bienes de lujo, con tendencia a superar próximamente al primero que es Japón. Obviamente estas evidencias demuestran que en China ser rico no es malo y que esto ha sido posible en menos de cuatro décadas, porque en ese período los sucesivos gobiernos del país han entendido las señales de los nuevos tiempos y han sabido deslastrarse de obsoletos criterios económicos que no tienen vigencia en la sociedad de la información y el conocimiento que estamos viviendo. Un oportuno mensaje para quienes en nuestro entorno se mantienen aferrados a fórmulas fracasadas del pasado.
*Esta columna fue publicada originalmente en ElMundo.com.ve.