Confucio escribió “dale un pescado a un hombre y comerá un día, enséñale a pescar y comerá siempre”. En la Comunidad de Río Arriba (en El Salvador) entendí realmente lo que esta frase significa.
En mi posición de investigadora llegue al campo con una serie de hipótesis para contrastar. Comenzó el ejercicio y poco a poco, a veces con dificultad otras con más fluidez, los ocho participantes nos fueron contando cómo se vive la vida en pobreza.
Dos personajes fueron protagonistas de su discurso: Dios que todo lo resuelve y decide; y el hermano Vicente… que vive en el corazón de los habitantes de Río Arriba muy cerquita de Dios o al menos, del cielo.
Todavía no conocemos a don Vicente. En la conversación supimos que es un ingeniero que por gestión de la organización Techo-El Salvador les enseña a crear huertos caseros y granjas de pollos. Ahora, todos los que ahí tienen la ilusión de mejorar sus vidas vendiendo hortalizas, incubando huevos, criando pollos, y hasta uno de ellos quiere formalizar un taller para reparar y fabricar las incubadoras artesanales.
Don Vicente les está dando a estas personas herramientas para desenvolverse de forma productiva. Pero, sobre todo les está procurando una posibilidad de ser y hacer. En un lugar donde las posibilidades son escasas y a veces inexistentes don Vicente es más que un ingeniero: es un hacedor de sueños.
Don Vicente enseña a pescar y con eso asegura alimento, no solo para la panza, sino sobre todo para el alma. Ahora me queda claro. Si hay camino hacia el desarrollo es persiguiendo un sueño. La política pública debe ser capaz de crearlos.
*Esta columna fue publicada originalmente en la revista Humanum del PNUD.