No es la pretensión de este artículo hablar de fe y credos en particular; sí lo es, la forma con la que el papa Francisco ha logrado influir y acercar la Iglesia Católica (en función de gestos y percepciones) al universo de fieles peculiares, fieles que muy a nuestro estilo vivimos el catolicismo.
De acuerdo a data publicada por el Anuario Pontificio 2012, la cartera de católicos (bautizados en el mundo) era cerca de 1.200 millones, casi 18% de la población mundial, un interesante porcentaje del mercado mundial; al desagregar más las cifras, podemos afirmar que 49% de católicos viven en Latinoamérica (586 millones), seguido de 24% en Europa (285 millones), luego África con 15% (185 millones), seguido de Asia con 11% (130 millones) y finalmente Oceanía con un escaso 1% (10 millones). Por todo lo anterior, es que el catolicismo es la primera religión del planeta.
Cuando se escucha el nombre del papa Francisco en la comunidad de católicos en general, a más de alguno, (sólo por el hecho de escuchar su nombre) le genera una serie de emociones gratas, que terminan conmoviéndolo. ¿Lo anterior es casual? No, es una suma de factores vinculados con hechos concretos asociados a simbología que han impactado directamente en lo más profundo de nuestras emociones.
Hechos y no palabras, también inclusión. En las constantes ocasiones que nos toca desempeñar el rol de consumidor con nuestro proveedor habitual, nos cuesta creer cuando éste nos ofrece una serie de cambios ambiciosos y trascendentales que influirían directamente en el consumidor, pretendiendo que este último viva una experiencia distinta; dicha situación no solamente ocurre en un típico mercado, sino que también en el ámbito político.
Y es que producto de nuestra incredulidad como consumidores, como consecuencia de experiencias no gratas, nos hemos vuelto fieles del apóstol Tomás, quien para poder creer, primero pidió ver; en esa línea, el papa Francisco ha logrado convencer y sumar a una población de católicos que cada vez, por distintas razones se alejaban de la Iglesia y vivían su fe de la manera que más les acomodaba. Razones duras y blandas. Las duras, las vemos en la prensa; las blandas, las conversamos, como aquel párroco que oficia la misa del domingo a las 12 y luego a las 18 horas, y en ambas mantiene una imperturbable y laxa dinámica que debería tener como pretensión lograr transmitir el evangelio al grupo humano que tiene frente a él. Debe sumarse a ello el nivel de entonación y énfasis en su sermón, que muchas veces pareciera ser que el objeto del mismo es la antesala de relajación para lograr el estado Alfa.
En contraste a lo anterior, el nuevo líder de la Iglesia Católica ha logrado imprimirle a su investidura una personalidad que ha dado mucho que hablar, y no sólo en la comunidad de católicos, sino que también en aquella que no precisamente profesa una fe. Prueba de ello son los gestos importantes vinculados con inclusión, humildad, ausencia de cortes romanas y guardias pretorianas, y principalmente, en el que se muestra como una figura cercana y terrenal, como usted, y no necesariamente como una divinidad con características que lo posicionan a un nivel supra-humano.
Creando identidad. Teniendo en consideración lo expuesto en los párrafos que anteceden, no es casual que hace algunas semanas en diversos medios se publicara una declaración del Santo Padre durante una audiencia con párrocos de Roma, en la que confesó que hurtó del ataúd donde reposaba un amigo sacerdote argentino la cruz del rosario que estrechaba entre sus manos y que desde ese episodio la lleva con él, tampoco es circunstancial que el Sumo Pontífice sea argentino y en particular latinoamericano (49% de católicos viven en Latinoamérica, unos 586 millones), y así siguen sumando las no casualidades, como la que el papa Francisco haya adoptado ese nombre, que es el de un santo que se caracterizó por su entrega a los pobres y su humildad extrema, ni qué decir de la pasión que expresa por su equipo de fútbol San Lorenzo.
Así las cosas, la percepción de la Iglesia Católica en un año empezó a cambiar, y el cambio viene, (literalmente) desde lo más alto del clero, donde más que predicar, se empezó a hacer, y el que hace es la máxima figura de su institución.
Los resultados de esta acertada y providencial estrategia se han comenzado a evidenciar, si no, preguntémonos, ¿cuántos nos hemos vuelto hinchas del papa Francisco?, ¿cuántos les damos like a las inserciones periodísticas que hablan de él en redes? ¿Nos sentimos sorprendidos en la ocasión que la reconocida revista estadounidense Time eligiera personaje del año al máximo representante del catolicismo? Ni qué hablar de la popular revista norteamericana Rolling Stone, que quebrando una extensa doctrina de contenidos alusivos al rock, música y cultura, optó por dedicarle su portada al Sumo Pontífice. Entonces, es cierto que comunicación es percepción.
Es por lo anterior que no estaría demás tomar como referente el caso expuesto en aspectos vinculados a lo no necesariamente circunscrito en el ámbito religioso, sino que también podría aplicarse como una providencial estrategia de fidelización de clientes, recogiendo la importancia de comunicar en función de percepciones.