Mi amigo está muerto. Me tocó llenar espacios vacíos con esa costumbre mala y perjuiciosa de hacer nada en internet, pasearme a lo muerto viviente por sitios que no aportan mucho, perderme en el timeline de Twitter dándole a actualizar cada cinco minutos y finalmente terminar en Facebook revisando perfiles de amigos perdidos y ex novias, y justó ahí me di cuenta: Alejandro había muerto.
No es que haya sido cercano, nos unía sólo una escuela en común y varias tardes de discusión. Sin embargo, se me paseaba por la mente la reflexión de que esos recuerdos son a la larga sólo sombras, ficciones que difícilmente encajarían con la persona real, pero que uno crea y recrea porque no nos resignamos a que los recuerdos mueran, porque muy en el fondo sabemos que nosotros nos vamos muriendo con ellos.
Pero ahí estaba yo, visitando su perfil, esperando saludarlo y quizás proponerle una tarde de copas, un redibujar la memoria, y me encuentro con un mensaje del tipo "Siempre estarás en nuestros corazones!", al que le seguía una larga reflexión sobre la muerte, y luego otra y otra. Así fueron apareciendo las fotografías, los videos, los llantos. Algunas personas le contaban cómo les estaba yendo en el día a día; otros pedían consejos, otros sólo lamentaban su muerte en mensajes que probablemente habían sido escritos en medio de la noche y la borrachera. Familiares, amigos, novias, incluso personas que no lo conocían, pero que aún así lamentaban su muerte, y otros tantos como yo, sorprendidos y aún desorientados.
Pasé horas revisando las distintas elegías, los diversos llantos, y me sorprendió el espacio que han tomado redes como Twitter y Facebook a la hora de llevar ese tipo de mensajes, de funcionar como una especie de memorial, una muro de los lamentos virtual, siempre presente y disponible. ¿Está bien?, fue mi siguiente cuestionamiento. ¿Qué tanto espacio debemos permitir que las redes sociales tomen de nuestras vidas? ¿Qué tanto queremos que se nos llore, que nuestros perfiles sigan siendo depositarios, muchos años después, de las velas de nuestros familiares, que nos saluden para el aniversario de nacimiento, para el de muerte, que una despistada compañía nos siga mandando publicidad, sin parar, hasta que una bomba explote en los servidores de Facebook y nuestro legado post mortem quede reducido a un montón de basura electrónica?
Y continúe con mis digresiones: ¿se está volviendo internet una nueva forma de cementerio?, ¿nuestra personalidad virtual es tan representativa de nuestro ser que reemplaza la sepultura, el cajón y el cuerpo?
Juicios aparte, no es de extrañar que las compañías ya hayan reflexionado al respecto, y en una dimensión tan masiva como Facebook exista desde hace unos años la posibilidad de transformar el perfil del difunto en un Memorial, de forma oficial. Con un correo electrónico asegurando el deceso, que necesariamente debe ser enviado por un familiar, Facebook cambia la forma del perfil y sólo permite que la gente deje saludos, imposibilitando recibir publicidad, invitaciones a eventos o todo el resto de herramientas que la red social facilita.
Hasta ahora es el único servicio que conozco que realiza algo tan específico, sin embargo, hay muchos otros que se encargan, por ejemplo, de enviar correos electrónicos a una serie de personas con una suerte de testamento; otros, como WebWill, se encarga de escribir en Twitter una serie de mensajes predefinidos por el usuario, una vez que un albacea designado reporta la muerte; incluso existe un sitio (oportunamente llamado Dead Man Switch) que guarda las contraseñas de todos nuestros servicios virtuales, entregándoselos a una persona escogida una vez que no nos reportamos vivos por un buen tiempo.
Ya hemos escuchado hasta el hartazgo que internet se ha metido mucho en nuestras vidas, y en la mayoría de los casos efectivamente es así, pero indefectiblemente la sombra de la muerte se mantiene presente y nos delimita, por lo que era cosa de tiempo para que internet también estuviera presente en la zona mortuoria.
Volviendo a la reflexión sobre la validez de esto, recordé una cita del español Javier Marías, en su "Mañana en la batalla piensa en mi".
"No soportamos que nuestros allegados no estén al corriente de nuestras penas, no soportamos que nos sigan creyendo más o menos felices si de pronto ya no lo somos. Hay cuatro o cinco personas en la vida de cada uno que deben estar enteradas de cuanto nos ocurre al instante, no soportamos que sigan creyendo lo que ya no es, ni un minuto mas, que nos crean casados si nos quedamos viudos o con padres si nos quedamos huérfanos, en compañía si nos abandonan o con salud si nos ponemos enfermos. Que nos crean vivos si nos hemos muerto".
Y creo que luego de paladearla, comencé a entender el porqué de nuestro apego, con lo que poco a poco se fueron desvaneciendo mis cuestionamientos con el muro de Alejandro.