Tengo el privilegio de estar en los Estados Unidos siendo parte del U.S. National Security Policymaking (SUSI) en la Universidad de Delaware, para lo que se ha definido como uno de los momentos históricos más importante de su historia política: la toma del poder del cuadragésimo quinto presidente de este país. Sin embargo, como es sabido este no es solo un nuevo traspaso de poder desde un demócrata (Barack Obama) a un republicano (Donald Trump).
Efectivamente, este cambio está marcado por una serie de simbolismos y tensiones. Es cierto, el ambiente es confuso y tenso. Por un lado, los Demócratas no se convencen que el poder vaya a ser entregado a lo que ellos definen como un no-político; sino que a un empresario con poca o nula preparación en policía exterior y falto de capacidad política interna. Por el otro, los Republicanos no saben cómo deberán relacionarse con el poder, en especial porque quien es su nominado no, necesariamente, representa sus intereses y, especialmente, la forma en la que han organizado sus relaciones con los Demócratas.
Lo central de estar aquí, en oposición de lo que he estado leyendo en los diarios chilenos y escuchando de los analistas internacionales de televisión, es observar y palpitar que este momento también ha abierto una intensa discusión sobre el verdadero legado de Barack Obama; el cual no necesariamente destaca lo positivo. Efectivamente, lo más obvio es hablar de su legado en materias como el “obamacare”, el acuerdo con Irán en materia de No-proliferación Nuclear y la restitución –poniendo fin a la guerra fría en América Latina y el Caribe, de las relaciones diplomáticas con Cuba.
Sin embargo, el análisis debe ir más allá. En Estados Unidos la discusión sobre el legado de Barack Obama es sustancialmente más aguda y las críticas a los 8 años del gobierno son profundas. A nivel global, apuntan a un cambio sustantivo en la política exterior de los Estados Unidos que afectó su preponderancia en el sistema internacional. Esto ha significado un proceso de “retiro” (restrain), en oposición al histórico proceso de “compromiso” (engagement) que había sido central en su rol internacional.
La realidad indica que las críticas son tanto en política nacional como internacional. En la primera se apunta a la incapacidad de doblegar las tensiones raciales, como el no haber podido generar una profunda reactivación económica; donde sectores industriales fueran recuperados como motor de la economía. En la segunda, en política exterior, se critica una estrategia “naive” (cándida); donde se pensó que este país podía guiar al mundo por “el ejemplo”. Es decir, donde los principios democráticos serían suficientes para marcar el ritmo de los países sub-desarrollados y en vías de desarrollo.
Desde esta perspectiva, los resultados en la guerra en Irak, el uso de los “drones” en misiones militares y las consecuencias secundariass no deseadas por el uso de esta tecnología, las dudas del éxito en la guerra contra el terrorismo, la contención y eliminación de los grupos considerados terroristas (en el Medio Oriente, el Norte de África y el Sudeste Asiático), el rol en la primavera árabe y, en especial, la incapacidad de manejar y ser un actor preponderante en Siria han marcado su período en el medio oriente.
Del mismo modo, no hay claridad para los norteamericanos de la estrategia con Rusia. Desde la perspectiva de los americanos, Rusia se ha re-fortalecido y lo ha demostrado especialmente luego de recuperar la Península de Crimea. En este contexto, también se critica la forma en que Estados Unidos se relacionó con la OTAN, y sobre todo existe una gran incertidumbre sobre cuál será realmente el rol que tendrá en esta organización de seguridad el gobierno de Donald Trump.
No menos importante han sido las críticas sobre cómo se han desarrollado las relaciones con China. Se reconoce la importancia de esta nación y la indiscutible interdependencia económica bilateral. Sin embargo, también se reconoce el avance y mayor preponderancia de China en Europa, Norte y Sur Este Asiático, África y América Latina y el Caribe. Sin duda, China, en las próximas décadas será, como lo fue en su momento Rusia, el actor que balanceará el sistema internacional.
No hay duda que hay cuestiones que destacar en el gobierno de Barack Obama. Más allá de lo que él ha representado para el mundo, el punto es que existe una visión compartida que la U.S. Grand Strategy sufrirá serias tensiones en los próximos años. Desde esta perspectiva, la discusión hoy recae sobre cuál será el efecto que tendrá en los temas de seguridad internacional una política exterior aún más “restrictiva”, como la que ha propuesto implementar el elegido presidente Donald Trump.