A inicios de 1990, Alberto Fujimori era un don nadie en política. Meses después (abril 8), el ingeniero agrónomo, segundo de cinco hijos de una pareja de inmigrantes japoneses pobres, era un personaje público. Al inicio de su campaña por la presidencia del Perú -mostrándose sobre un tractor-, la prensa vio en él a un jugador vacuo, simple pieza del folclor local. "Una vez estuvo horas esperando en un corredor del diario para ver si alguien se compadecía y le hacía una notita", me confesó una vez, con cierto rubor, una editora de El Comercio, el todopoderoso diario limeño que pagaría cara su miopía. Para sus oponentes políticos, el "chinito" inofensivo apenas generaba conmiseración.
Todos fallaron: aquel 8 de abril, Fujimori pasó a la segunda vuelta electoral y dos meses después (junio 10) humilló a Vargas Llosa, el pródigo hijo arequipeño de la elite criolla. El chinito del tractor había aplastado en las urnas al atildado escritor, con el 56,5% de votos válidos, frente al 33,9% de su oponente; cifras más que suficientes para sentarse en el sillón presidencial por primera vez.
Así se estrenaron Fujimori y el fujimorismo, que 27 años después se niegan a desaparecer. Son décadas de presencia pública, incidencia mediática y protagonismo extendido, dominando un Estado que pusieron a su servicio, del cual lucraron y al que envilecieron sin escrúpulo alguno. De ahí la fatalidad social y política que representa Fujimori, y el escepticismo de millones de peruanos que incluso hoy se resignan a pensar que si no hubiese existido el "chinito", alguien habría tenido que inventarlo.
PPK –el corrupto cabildeador de intereses financieros- es el rehén de turno de Fujimori (tanto como los hijos del samurái de los Andes, fichas de una poderosa mente adicta al poder que opera incluso desde la sala de un hospital). Al indultar a Fujimori -juzgado por delitos de lesa humanidad para abajo-, el presidente del Perú compró tiempo a un precio elevadísimo. Fujimori logró atar su prontuario con el oscuro devenir de un presidente huérfano de autoridad y carente de fuerza moral para gobernar.
Este hecho puso al Perú ante una grave crisis de poder estructural. Desde el subsuelo de la política, Fujimori atrajo a PPK al purgatorio y le arrastra poco a poco al infierno. Solo él podía hacerlo por sus dotes de político astuto, calculador, cínico, contando con una troika familiar digna de mejor causa. Así las cosas, para desenredar bien la madeja, todos los hilos tendrán que pasar por el filtro estratégico de Fujimori y sus secuaces. PPK no sabe bien en qué telaraña quedó atrapado. Y si lo sabe, cometió el peor error político de su vida.
Fujimori nunca da puntada sin dedal. Recordemos que apenas asumió el poder, desató premeditadamente la guerra del Estado contra Sendero Luminoso y el MRTA. Cuando llegó al Palacio de Pizarro, Perú arrastraba una década de profunda violencia política; el país era inviable, ingobernable, invivible. Solo había que estar en Lima unos pocos días para comprobar la "calcutización" del país. La economía estaba destrozada por la inflación y la corrupción. En ese marco de desastre social, trauma y quiebra moral, al país le urgía la llegada del "salvador" para que ordenara la casa; ese mesías fue Fujimori.
Las elites políticas y empresariales, tras asimilar la derrota en las urnas, se tragaron sus ruedas de molino y dieron carta blanca al nuevo gobernante. No tenían opción. En lo político, avalaron el combate con plomo a la violencia política, y la represión sin piedad a quienes se proponían alterar el statu quo. En lo económico, dieron luz verde para la subasta del patrimonio público (privatizaciones), dejando en manos de los actores privados el liderazgo de los procesos de acumulación.
Llegaron así los días de gloria política y éxito económico. La lucha contra el terrorismo y la derrota del "camarada Gonzalo" hicieron puente con Wall Street, que recibía con alfombra roja al equipo económico. Al tiempo que los bancos de inversiones elogiaban sin recato el programa económico de Fujimori, ignoraban los temibles "fujishocks" que, por otro lado, vaciaban los bolsillos de millones de peruanos.
De modo que, si nos atenemos a la historia completa, Fujimori asumió la doble tarea que las elites peruanas fueron incapaces de realizar. Primero, él "pacificó" al Perú a su modo y manera (con miles de muertos y desaparecidos sobre su conciencia). Segundo, Fujimori reacomodó totalmente la economía peruana para que el gran capital pueda hacer lo que mejor sabe, obtener ganancias en el menor tiempo posible. Por eso, más allá de la hipocresía y el golpe de pecho de muchos políticos y empresarios que renegaron siempre del "chinito", hoy, Alberto Fujimori, el samurái de los Andes, pasa factura y cobra en ventanilla. En política, esto se sabe desde la época del Imperio Romano: no hay favores gratuitos ni facturas que no se paguen. PPK lo sabe.
(El resto de la historia queda para una segunda entrega...)