Hace unos días, como resultado de un percance vial, la exatleta, medallista olímpica y senadora, Ana Guevara, fue agredida en una carretera del Estado de México. Cuatro sujetos la insultaron y golpearon. Lo que le sucedió a Guevara, y todo lo que ha pasado en torno a este doloroso caso, constituye, triste y lamentablemente, un retrato de lo que es México.
Tenemos, de entrada, la omnipresente violencia, la cual va de la mano de la impunidad y del “agandaye”. No me refiero a la violencia que es resultado del crimen organizado o de la delincuencia “menor”, sino a la que es cotidiana entre los ciudadanos. Ésta abarca desde “apartar” un lugar de estacionamiento en la calle (esto es violencia porque representa negar y aplastar al prójimo incluso si no hay agresión verbal o física de por medio) hasta agredir, al punto del asesinato en algunos casos, al conductor de un automóvil como consecuencia de un incidente de tránsito (justo como le ocurrió a Ana Guevara).
Los mexicanos nos agredimos a la menor provocación porque, por un lado, no hay autoridad; la impunidad es la norma. Por otro lado, quienes son gandayas por naturaleza aprovechan la falta de legalidad para hacer y deshacer. ¿Quiénes salen perdiendo? Los ciudadanos que buscan hacer las cosas bien, de acuerdo a las reglas y respetando a los demás: el país es de los criminales, de los abusivos, de los más fuertes en términos económicos, políticos y hasta, literalmente, físicos.
Tenemos también el hecho de que a Ana Guevara la agredieron por ser mujer y “atreverse” a andar en motocicleta. El machismo y la misoginia son elementos definitorios de nuestro tejido social: las mujeres son tratadas desfavorablemente, nada más por ser mujeres, en el seno familiar, en el mercado de trabajo, en la arena política, etcétera. Lo peor: por si no fuera suficiente que a Guevara casi la matan por ser mujer, después de lo sucedido recibió, vía redes sociales, toda clase de improperios y burlas que hacían alusión a, precisamente, su condición femenina.
Aunado a lo anterior, ahora sabemos que uno de los agresores de la senadora fue policía en el Estado de México. De hecho, según diversos medios, trabajó para la Comisión Estatal de Seguridad Ciudadana hasta hace no mucho tiempo. Lo grave de este detalle es que no es un detalle, es decir, es lo común: en nuestro país, los exagentes del “orden”, y los policías en activo, suelen no titubear cuando se trata de romper las leyes. En particular, es muy normal que agredan a la ciudadanía ya sea por medio de insultos y hasta a balazos. Típico de México, pues.
Es también típico que, cuando una figura pública sufre algún tipo de agresión, las autoridades entonces sí responden bien y en forma, justo como lo están haciendo con el caso de Ana Guevara. ¿La diligencia y eficiencia de las autoridades habría sido la misma si la persona agredida no hubiera sido una exatleta admirada por todo México y, además, senadora de la República? ¿Cuántos otros crímenes y delitos ocurren todos los días en el Estado de México, y en el país, y las autoridades jamás encuentran a los responsables? ¿Cuántos mexicanos han sido asaltados, violados, extorsionados, golpeados, secuestrados, estafados, asesinados, sin que los gobiernos estatales y/o el federal investiguen adecuada y prontamente y, además, capturen a los perpetradores de estos crímenes?
Todos los días, a lo ancho y largo del país, ocurren cosas como la que le pasó a Ana Guevara y todo lo que ha rodeado a este caso. Eso es México, lo queramos admitir o no (no es todo lo que México es, pero es México). ¿Es ya hora de abrir los ojos?
*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.