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¿Hacia una asamblea constituyente en Chile? El rol de la Democracia Cristiana
Jue, 30/08/2012 - 10:23

Bernardo Navarrete Yánez

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Bernardo Navarrete Yánez

Bernardo Navarrete Yáñez es Profesor Asociado de la Licenciatura en Estudios Internacionales de la Universidad de Santiago de Chile (Usach).

Pocos temas nos dejan ver las posiciones ideológicas de los militantes y dirigentes de partidos en Chile, ya que como planteó el filósofo español Ortega y Gasset, no deben temer la posibilidad de error.

Cuando se plantea la posibilidad de convocar a una asamblea constituyente, que genere una nueva constitución reemplazando la de 1980, parece perderse de vista que, siguiendo a Ortega, “pretender definir la legitimidad mediante formulas jurídicas solo es gana de no querer entender su realidad”.

Legitimidad, formulas jurídicas y realidad es un triangulo de hierro del que no salimos y que se agrava cuando se observa la confrontación entre dos concepciones de la democracia: una impulsada por la derecha, cual es democracia consociativa, que parece avanzar sólo cuando existe consenso, y otra mayoritaria que estaría rechazando el sistema de mediaciones establecidas y los contrapesos existentes en el sistema político chileno.

Esta discusión carece de sentido si consideramos que los politólogos Collier y Levitsky nos recuerdan que la democratización en cualquier país, presenta dos vías analíticas que parecen no reconciliarse: mientras se busca aumentar la diferenciación analítica con el fin de captar las diversas formas de democracia, la validez conceptual preocupa a tal punto, que estos autores señalan que existen más de quinientas definiciones de democracia bien estructuradas. Cada modelo con su adjetivo.

Lo conceptual es relevante, pero más aún es la necesidad de discutir sobre nuestros males y las vías para enfrentarlos; en el mejor de los casos, deberíamos estar conversando en paralelo ambos temas. Sin embargo, el camino elegido confunde y establece dos bandos, como en los viejos tiempos.

Y en este sentido, el que la derecha se oponga parece lógico, ya que expresan el pánico que les genera la posibilidad de introducir cambios en el modelo vigente. Pero cuando el Ministro del Interior, militante de Renovación Nacional (RN) Rodrigo Hinzpeter, señala que una asamblea constituyente "representaría un error incalculable de perjuicio para la democracia de nuestro país"; que el presidente de ese partido, Carlos Larraín, sostenga que "las asambleas constituyentes se convocan cuando no hay un régimen político en forma o el que existe es opresor a los derechos de las personas" y el Senador RN Alberto Espina equipare una asamblea constituyente con un golpe de Estado, entonces queda poco espacio para valorizar la democracia de los concesos. Y si se quiere incorporar las reacciones del Partido Unión Demócrata Independiente (UDI), queda aún menos espacio para los cambios.

Si lo anterior era esperable, lo era menos la discusión en los partidos de oposición reunidos bajo el pacto Concertación, ya que el tono que está alcanzando recuerda las viejas disputas de los ’90 entre los autoflagelantes y los autocomplacientes. Los primeros reconocían la sensación de insatisfacción de las personas como algo a lo que la Concertación debería dar un papel relevante, a diferencia de los segundos que consideraban que, aunque esa sensación de insatisfacción debía considerarse, el país no se encontraba ante una sociedad de malestar y por ello, la Concertación debería infundir más optimismo en las personas. En suma, dos peligros subyacentes en esta discusión: el pesimismo, que podía arrastrar a toda la sociedad y el exitismo, que coartaba el diálogo crítico que habría caracterizado a la Concertación desde su fundación.

Más de una década después -y aún pendientes de si nos encontramos o no ante una sociedad del malestar-, está claro que los diagnósticos sobre la insatisfacción de los chilenos con el sistema político son de común acuerdo dentro de la coalición opositora, no así la necesidad de dirimir constitucionalmente el diagnostico de nuestros males.

El punto de quiebre está en un solo partido: la democracia cristiana, ya que tanto la derecha como la izquierda la necesitan para postergar o avanzar en el tema y eso que -tal como lo señaló Ascanio Cavallo-, “profetizar la decadencia de la Democracia Cristiana ha sido el erotismo secreto de la derecha desde los años 40 y la frustración de la izquierda desde los 60”.

Por ello, cuando el Senador y presidente de la Democracia Cristiana Ignacio Walker, sostuvo: ''Cuando se cierran puertas y ventanas, hay que abrirse a otras formas de participación, y una de ésas puede ser la asamblea constituyente", desató todos los miedos en la coalición de gobierno y el apoyo de los partidos de la Concertación. Esto sin embargo, no se replicó en su colectividad

Por de pronto, la Juventud Demócrata Cristiana, en las conclusiones de su reciente Congreso Ideológico acordó promover una asamblea constituyente, lo que no es menor para un partido que desde los noventa ha visto un deterioro de su imagen en la mayoría de las dimensiones políticas relevantes: liderazgo, credibilidad, transparencia y confianza.

Los argumentos de los no convencidos o en desacuerdo con la asamblea constituyente dentro de la DC son de peso: el sentido de la oportunidad y la experiencia en democracias latinoamericanas son algunos de ellos.

Lo que está claro, es que a mediados de septiembre se reunirán en un seminario para discutir sobre el tema y, eventualmente, iniciar un ciclo formal de análisis de la materia con la estructura partidaria, el cual no será de trámite corto, porque entra a colisionar con la agenda programática del partido y con la que presentan sus actuales precandidatos presidenciales. Pero el camino es coherente con su trayectoria y con la importancia del tema.

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