Pasar al contenido principal

ES / EN

Haiyan: la advertencia de la tierra
Jue, 16/01/2014 - 16:04

José Ignacio Moreno León

El presidente Santos y el futuro de Colombia
José Ignacio Moreno León

Ingeniero químico de la Universidad de Louisiana (USA), Master en Administración de Empresas de la Universidad Central de Venezuela y en Administración Fiscal y Desarrollo Económico de la Universidad de Harvard. Es además rector de la Universidad Metropolitana de Venezuela.

El fin del pasado año fue escenario de una serie de desastres ecológicos producto de torrenciales aguaceros que azotaron a varios países de Latinoamérica y de Europa y de fuertes olas de calor en Argentina y Australia. Pero el evento mas catastrófico fue el fenómeno ecológico identificado como el tifón.

Haiyan que durante el 8 y 9 de noviembre devastó las áreas costeras de Filipinas, con vientos de hasta 315 km/h, levantando olas de hasta 7 metros, lo que en poco tiempo transformó en escombros a muchas aldeas generando cerca de 5.600 personas fallecidas, más de 3 millones de desplazados y cerca de 10 millones de damnificados, con daños materiales que superan los US$699 millones, incluyendo más de un millón de viviendas dañadas.

Por sus efectos, Haiyan recuerda el huracán Katrina que azotó, en agosto de 2005 al sur de los Estados Unidos, con vientos sostenidos de 280 km/h causando graves daños, especialmente en el estado de Louisiana, cuya principal ciudad, Nueva Orleans fue inundada en 85%, siendo el mayor desastre natural registrado hasta la fecha en ese país, con pérdidas materiales estimadas en más de US$75 mil millones y un saldo de 1.836 pérdida de vidas humanas; y más recientemente el ciclón Nargis que en mayo de 2008 golpeó las costas del suroeste de Mianmar (Birmania) con más de 210 km/h, provocando inundaciones que llegaron a más de 30 kilómetros en tierra firme, lo que ocasiono más de 10 mil muertos, 41 mil desaparecidos, y grandes devastaciones en infraestructura y en el sector agrícola.

A estos dramas ecológicos debemos agregar algunas otras graves tragedias que en las últimas décadas han sido preocupantes señales de la crisis medioambiental que vive nuestro planeta, y ante las cuales, por sus mortales consecuencias, resaltan el terremoto y tsunami de Japón que, el 11 de marzo de 2011, y con una magnitud de 8,9° Richter, ocasionó más de 5 mil muertos y cientos de millones de pérdidas.

Igualmente el terremoto de Haití en 2010, sismo de 6° Richter que ocasionó más de 310 muertes y un millón de desplazados; también el tercer terremoto más fuerte registrado en el planeta con 9.1° Richter, el cual se produjo en el océano Indico, como un fenómeno submarino provocando, en diciembre de 2004, graves inundaciones en Malasia, Sri Lanka, India y Tailandia, con un saldo de más de 20 mil muertes. Hay que agregar a estos fenómenos ambientales las olas de calor que se generaron en Europa en el verano de 2003 y que, solo en Francia causaron más de 10.000 muertes y en toda Europa cerca de 35.000, con desbastadores daños a la agricultura y sequías históricas en ríos de Italia, Francia y Alemania.

En Venezuela no podemos olvidar el dramático deslave que afecto las costas del estado Vargas como consecuencia de continuas y torrenciales lluvias que, desde finales de noviembre de 1999 ocurrieron en esa zona, produciendo durante los días 15, 16 y 17 de diciembre grandes inundaciones que sesgaron más de 30 mil vidas humanas causando más de US$3.500 millones en daños materiales, con la destrucción de cerca de 15 mil viviendas y miles de desaparecidos.

Ya es bien sabido que los desastres ecológicos que se han venido incrementando en las últimas décadas están estrechamente vinculados al calentamiento global con predicciones en diversos estudios que señalan que a este ritmo creciente, nuestra atmósfera podría sufrir un incremento adicional entre 1,8° C y 4°C a lo largo del presente siglo, dependiendo de la generación de volúmenes que crecen de los gases que producen el llamado efecto invernadero, constituidos en gran medida por el C02 derivado de la combustión de hidrocarburos, de la desforestación y de la descomposición de la biomasa.

Todo ello, en gran medida producto del modelo economicista y poco amigable con el interés planetario en el que se sustenta la sociedad contemporánea. El riesgo de esta tendencia se hace critico para la existencia humana, si el incremento de la temperatura promedio global supera 2°C; y en estudios recientes del Banco Mundial se advierte que si persiste esa tendencia, para fines del presente siglo se podría alcanzar una temperatura atmosférica promedio de 4°C, más alta que la actual, lo que adicionalmente aceleraría el derretimiento de los gélidos bloques polares y sería catastrófico para cientos de ciudades costeras en todo el planeta.

En el caso de Venezuela regiones como la Península de Paraguaná, las ciudades asentadas en las costas de nuestro litoral central, las islas de Margarita, Coche y Los Roques y el Delta del Orinoco desaparecerían bajo las aguas, por la sensible elevación del nivel del mar que se generaría

En otros estudios se refiere que, según varias teorías científicas, modelos matemáticos y registros geológicos, la humanidad se está dirigiendo inexorablemente hacia un “colapso planetario inminente”, como lo revelan los desastres ecológicos que son cada vez más frecuentes. Arne Mooers, experto en biodiversidad de la Simon Fraser University de Canadá y uno de los autores de estos estudios señala que “una vez iniciado el proceso de transformación no habrá vuelta atrás.

Estamos en 43% de una escala que, de alcanzar el 50% entraríamos irremediablemente en la etapa de los cambios irreversibles”.

Frente a este amenazante drama ecológico, se realizó a finales de noviembre en Varsovia, Polonia, una nueva conferencia de la ONU sobre el cambio climático con miras a emprender acciones más ambiciosas frente al calentamiento global.

Lo deseable sería que los responsables atiendan oportunamente las advertencias de la tierra para que prive la sensatez y el interés planetario por encima de los sesgos excluyentes y ecocidas del capitalismo contemporáneo.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Mundo.com.ve.