No fue el presidente quien tuvo la razón cuando, recién capturado El Chapo, afirmó (entrevista con León Krauze) que no se volvería a fugar. Fueron los mexicanos, 70% de ellos, los que acertaron al decir que pensaban que podría volver a hacerlo. Las “providencias” que en febrero de 2014 el presidente Peña Nieto dijo estar tomando o no fueron providencias o fueron ineficaces. La pregunta que, según Peña Nieto, le hacía al secretario de Gobernación todos los días de que si estaba bien vigilado El Chapo se ha de haber mantenido sin respuesta hasta el día de hoy, cuando la contestación tendría que ser: pues no, no estaba bien vigilado. Ahora comenzará la feria de las responsabilidades y, como en otros casos, el culpable acabará siendo algún o algunos infelices sin dinero ni poder ni defensa. El afanador de las regaderas, que no detectó el hoyo de 50 cm por 50 cm, podría ser el candidato ideal.
Las instituciones de seguridad nacional, seguridad pública y seguridad penitenciaria carecen de todo lo que caracteriza y rodea a El Chapo, incluido el túnel de la deshonra por el que, suponemos, se escapó: inteligencia, trazo, especificaciones precisas, espesor, solidez, iluminación, ventilación, resistencia y altura. El túnel por el que, nos dicen, se escapó, estaba mejor construido que nuestras instituciones.
El Chapo estuvo preso desde el 22 de febrero de 2014 hasta el 11 de julio de 2015. Al Estado mexicano le llevó casi 15 años recapturarlo y ponerlo tras las rejas. En cambio, a él, le bastaron 17 meses para fugarse de nuevo y adquirir su libertad. Durante esos 17 meses el gobierno federal no pudo montar, en el penal de más alta seguridad que hay en el país, un sistema de vigilancia y seguridad sobre el capo más buscado de todos los tiempos, sobre el narcotraficante cuya detención le dio una de la medallas con más lustre al gobierno de Peña Nieto, sobre el delincuente mexicano más codiciado en Estados Unidos.
No estoy segura de que la captura-fuga-libertad-recaptura-fuga de El Chapo sean cuestión de seguridad nacional. Tampoco que sea un peligro “más peligroso” que tantos otros que acechan a México. Salvo que nos demuestren lo contrario, ni su “andar suelto” ni su cautiverio hicieron gran diferencia en el tráfico de drogas o en la diversificación de las actividades a que se dedica el crimen organizado. Afuera y adentro seguía comandando a su ejército de lugartenientes y atendiendo su negocio.
Lo que sí es cuestión de seguridad nacional y lo que sí es un peligro para México y los que aquí habitamos es la incapacidad de las instituciones para detener a la mayoría de los delincuentes, los del fuero común y los del fuero federal. Lo que sí es cuestión de preocupación es el empeño por mantener a los pequeños delincuentes, cuyos delitos no alcanzan los cinco mil pesos en la cárcel y la incapacidad para custodiar al delincuente más buscado en México y el mundo y cuya fortuna de origen ilícito aparece en Forbes.
Es motivo de inquietud que esté mejor empleado el dinero de El Chapo para montar un sistema logístico y de inteligencia para fugarse, que el dinero del Estado mexicano para impedirlo. Es motivo de desvelo que El Chapo sea capaz de generar más lealtades de parte de sus empleados que el gobierno mexicano de los suyos. Es motivo de alarma que, mientras que la estructura de mando de El Chapo se encuentra alineada a los objetivos de su jefe y sus asalariados acatan órdenes sin miramientos, los del gobierno andan a sus aires.
Más que El Chapo, son cuestión de seguridad nacional la corrupción y la impunidad. Son ellas más que El Chapo las que dominan el territorio nacional. Son ellas más que El Chapo las que han derrotado al sistema de procuración de justicia. Son ellas más que El Chapo las que tienen en jaque al gobierno y a sus instituciones. Son ellas las que pueden derrotar a la Reforma Educativa y al resto de las reformas estructurales si no se les pone un alto. Son ellas sin las que no puede explicarse la fuga de El Chapo.
El Estado mexicano se encuentra como El Chapo en febrero de 2014: humillado y abatido, presa de su incompetencia y errores.
Si teníamos alguna duda sobre la debilidad del Estado, El Chapo nos hizo favor de despejarla. El Estado mexicano es lo que es: un Estado débil e ineficaz, un Estado que gusta de practicar la corrupción y la impunidad y que no está decidido a frenarlas. El túnel de la deshonra no es por el que escapó El Chapo, es por el que los servidores públicos escapan todos los días de la rendición de cuentas y de la justicia ante sus actos de corrupción.
Me lo dijo y me lo preguntó un amigo y brillante colega: “El Chapo se ha hecho cargo de su destino; ¿se hará México cargo del suyo?”.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.