La guerra comercial entre Estados Unidos y China no se detiene, a pesar de los esfuerzos de ambos gobiernos por buscar alternativas para evitar una escalada. Todo indica que la piedra de tope para poner fin a las diferencias es la rivalidad existente en el ámbito de las tecnologías avanzadas (Jorge O. Armijo, “Guerra Comercial entre China y Estados Unidos”, Foreign Affairs, marzo 2019).
Nada nuevo bajo el sol. El proteccionismo y la guerra comercial no son nuevos en la política norteamericana. En los años 80, Japón era la China de hoy. Crecía a dos dígitos y se convirtió en la segunda economía más grande del mundo. Estados Unidos se asustó. Temía ser sobrepasado por Japón. Le preocupaba el creciente déficit comercial y la subvaluación de la moneda japonesa (el yen) pero, sobre todo, lo alteraba lo que calificaba como robo de propiedad intelectual. Hoy día, los reclamos norteamericanos contra China son un calco de las quejas contra Japón.
El gobierno de Estados Unidos sostiene que China ha utilizado la devaluación de su moneda para promover las exportaciones y sobre todo se ha beneficiado de una transferencia forzada de tecnología entre empresas asociadas, junto a la violación de patentes, el espionaje industrial y los subsidios estatales a las empresas chinas. Todo esto habría tenido efectos negativos sobre la economía estadounidense, favoreciendo al mismo tiempo un creciente déficit comercial con China.
No se dice, sin embargo, que la instalación de empresas estadounidenses en territorio chino ha sido fundamental para disminuir sus costos en los negocios globales, especialmente de mano de obra, lo que ha permitido a esas empresas recuperar competitividad internacional. Ello explica que hoy día las empresas y sectores más globalizados cuestionen el proteccionismo de Trump y su exigencia de "volver a casa". El nacionalismo de Trump, que le rinde frutos electorales, encuentra límites en la sed de ganancias del capital que trasciende todo tipo de fronteras.
Trump decidió actuar contra China de la misma forma que lo hizo el presidente Reagan contra Japón en los años 80. Impone aranceles sobre diversos productos chinos y, el gobierno de Beijing, en represalia, aplica medidas similares. Así las cosas, se ha desatado una guerra comercial que impacta no sólo sobre el comercio entre ambas economías, sino que ha golpea al conjunto de la economía mundial. Hasta el momento ambos gobiernos no logran acuerdo, sobre todo en lo que se refiere a la transferencia de tecnología y propiedad intelectual.
Según Estados Unidos, las prácticas comerciales de China y su política respecto a las empresas asociadas extranjeras lo están ayudando a convertirse en líder tecnológico a escala internacional. Y esto lo asusta. Es el caso de las tecnologías de información y comunicación, específicamente las de Quinta Generación (5G), implementadas aceleradamente por la empresa Huawei, lo que le permitirá avanzar en otras aplicaciones relevantes, como el Internet de las Cosas. Es tanta la preocupación que, en enero de 2019, el Departamento de Justicia de Estados Unidos presentó trece cargos contra la empresa Huawei, incluyendo robo de secretos comerciales y fraude bancario, entre otros.
En consecuencia, la guerra comercial de Washington no sólo apunta a conseguir equilibrios comerciales, sino principalmente a contener el expansionismo de China en el ámbito de las tecnologías, especialmente en la tecnología 5G. Recientemente, Trump señaló que quiere "la tecnología 5G, e incluso 6G, en Estados Unidos lo antes posible…". Y advirtió que "las empresas estadounidenses deben intensificar sus esfuerzos o quedarse atrás".
La historia se repite. Cuando el presidente Ronald Reagan asumió en 1981, su gobierno desplegó variados esfuerzos para que Japón abriera su mercado a las compañías estadounidenses, redujera el desequilibrio comercial entre ambos países y terminara con lo que se estimaba copia de propiedad intelectual.
Así las cosas, en 1985, Estados Unidos, Alemania Occidental, Francia, Reino Unido y Japón firmaron el "Acuerdo Plaza", en un compromiso de devaluación del dólar estadounidense frente al yen japonés y al marco alemán. Esto favoreció el aumento de las exportaciones de Estados Unidos, pero no ayudó a reducir su déficit con Japón. Por ello, en 1987, Washington impuso aranceles del 100% sobre las importaciones japonesas por un valor de US$300 millones, prácticamente cerrando las puertas al mercado estadounidense. El presidente Reagan triunfo sobre Japón.
El éxito de la estrategia comercial de Reagan seguramente ha influido en el pensamiento de Donald Trump sobre cómo manejarse frente a Beijing. Robert Lighthizer, asesor de Trump en materia de comercio, también participó en las negociaciones de Japón en los años 80 (James Griffiths 18-06-2019, CNN).
Pero China no es Japón. China es mucho más fuerte, tanto económica como políticamente, que el Japón de los años 80. El "milagro chino" ha logrado combinar la competencia de los mercados con la planificación estatal, lo que ha resultado en un modelo económico exitoso, con sostenido crecimiento durante cuatro décadas y una notable reducción de la pobreza. Al mismo tiempo, China ha tenido la inteligencia de otorgar prioridad al desarrollo tecnológico, lo que es factor principal de preocupación para los Estados Unidos.
La guerra comercial de Trump contra China ha afectado el dinamismo económico y las exportaciones chinas, pero también ha golpeado a las subsidiarias de empresas norteamericanas que operan desde territorio chino hacia el resto del mundo. Nuestra región también ha sufrido como consecuencia de esas luchas. Se han frenado las exportaciones de minerales y alimentos de los países Sudamérica y consecuentemente ha caído la actividad económica.
El proteccionismo de Trump y su guerra comercial contra China entrega interesantes lecciones a los países de América latina. En primer lugar, debemos asegurar nuestra independencia respecto de los dos poderes mundiales, rechazando categóricamente la pretensión norteamericana de reducir nuestras relaciones con China. En segundo lugar, es imprescindible desplegar nuevos esfuerzos en favor del multilateralismo y muy especialmente insistir en la integración de los países de América Latina. Y, sobre todo, hay que aprender de la política China en materia de ciencia, tecnología e innovación, para ampliar la diversificación de la matriz productiva de nuestros países y terminar con la nefasta dependencia de los recursos naturales.