La postal parece escena de ficción, retrato de un futuro para muchos, equivocadamente, aún lejano. Sin embargo, es un fresco de nuestro presente, uno que nos rebasa, que ansía por ser comprendido:
El halo de un rayo láser apuntando a su objetivo, detrás de él, la silueta de un joven que sólo quiere proteger su identidad de un dispositivo que lo señala desde manos de autoridades. Son ciudadanos lanzando láser a policías. Una defensa contra la medida del gobierno de Hong Kong con el que identifica a los manifestantes a través de tecnología de reconocimiento facial para cotejar los rostros con los datos en su poder y así tener el nombre de los organizadores de las protestas que llevan más de seis semanas, cuando comenzó la discusión de la iniciativa de la ley de extradición que pretendía llevar detenidos a China, país al que pertenece este territorio, y donde las leyes son mucho más duras. Finalmente, la ley no pasó, pero los hongkoneses no han parado sus exigencias al gobierno. A pesar de que la ley que originó las protestas cayó, las movilizaciones continuaron tras la violencia que han ejercido las autoridades contra los opositores.
Láser para proteger la propia identidad, pero tampoco la única estrategia. Reportes periodísticos narran que, en las últimas movilizaciones, los policías realizan detenciones con una finalidad: hacer que el manifestante desbloquee su teléfono celular a través de su huella o su rostro. Ese avance tecnológico que se anunció con bombo en los eventos de Cupertino, operando en contra del propio usuario. Revisan los servicios de mensajería, buscan cualquier indicio que los haga culpables de la organización de las manifestaciones. Un hombre de 29 años fue detenido bajo este operativo, reporta The New York Times. Su Telegram lo habría delatado.
Es el presente que se anuncia, que presume su llegada ante el atraso de la comprensión que hacemos de él. “Years and Years”, la provocadora ficción de la BBC, parece más cerca que nunca. Aún no podemos injertarnos un aparato telefónico, como esta historia imagina que será posible en unos años, pero los hechos ya nos cuentan cómo la tecnología a nuestro alcance nos rebasa.
El creador del botón del RT en Twitter, se dijo arrepentido hace unos días de su propia creación, jamás pensó que con un clic reputaciones enteras se verían vulneradas; no imaginó, dijo, que las noticias falsas volarían por la red con tal velocidad que de inmediato se volvieron tema de agenda política; “es como darle un arma cargada a un niño de cuatro años...”, aseguró.
Instagram ya comenzó su prueba para eliminar los números de “me gusta” en sus publicaciones, para así contribuir a una mejora de la dinámica social fuertemente agredida por la distorsión de la realidad que un simple número provoca: la validación personal a través del otro, no del mérito propio.
Y Facebook ha tenido los peores meses desde que conocimos esta red social, pagos multimillonarios en multas por los escándalos de filtración de datos. YouTube ha reconocido también que sus algoritmos de seguridad han fallado y han expuesto a menores con potenciales agresores.
Los datos personales comienzan a ser el blanco no sólo para ganar guerras comerciales. Son ahora también el motivo para el desarrollo de nuevas estrategias de control: tal vez un joven en Hong Kong se divirtió al usar la famosa FaceApp para verse entrado en años, pero no imaginó que con ello, estaría tal vez delatándose al momento de unirse a una protesta.