El drama de los aranceles sobre el acero y el aluminio, con el que Estados Unidos amenaza a sus socios comerciales, está entrando en la próxima ronda. Poco antes de que expire el plazo establecido arbitrariamente por él mismo, el presidente Donald Trump ordenó otras cuatro semanas en el limbo. En ese lapso quiere hacer cumplir sus condiciones. Esta es una política comercial que sigue la dramaturgia de un programa de televisión, moderado por la exestrella de TV, que incluye giros inesperados y suspenso. Lo principal es que la gente lo está mirando a él, un nacionalista enojado de la Casa Blanca, que se supone debe volver a hacer grande a su país. Incluso la persuasión de los últimos días del jefe de Estado francés, Emmanuel Macron, y de la canciller alemana, Angela Merkel, ha sido inútil. Este presidente no aprecia a sus aliados. Los trata como si fueran candidatos en su antiguo programa "The Apprentice". Para él lo único importante es que el show de Trump debe continuar, incluso si termina causando daño económico a Estados Unidos.
Ahora el regateo continuará hasta junio. El presidente y sus asesores mercantilistas han dejado claro que quieren dictar las condiciones a la UE en lo que respecta al acero y al aluminio. Exigen una cuota nada rentable de importaciones para proteger el acero estadounidense. Esta regulación es contraria a los principios actuales del libre comercio mundial, que el propio Estados Unidos ha creado con la ayuda de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Hasta ahora, sólo Corea del Sur ha aceptado un sistema de cuotas de este tipo porque no quiere perder la protección de Estados Unidos, mientras que Canadá y Brasil, los principales proveedores de acero de Estados Unidos, pueden esperar mejores términos. La Unión Europea no debe ceder ante el intento de chantaje de la Casa Blanca. No es admisible la amenaza de aplicar una cuota de protección aduanera para resguardar la economía estadounidense. En el mejor de los casos, uno puede ofrecer al inconstante presidente una amplia negociación sobre el régimen tarifario en todos los sectores si las medidas de recargo arancelario se suspenden definitivamente.
Solo cuenta el efecto mediático
En primer lugar, la UE debe estar unida y resistir. Si el modelo de Trump funciona con el acero y el aluminio, el presidente lo probará sin escrúpulos en otros sectores de la economía, como el automotriz. Blindar la industria siderúrgica estadounidense, cuyos productos el mismo mercado local no quiere comprar, no tiene sentido. Los propios estadounidenses se han manifestado en contra de los aranceles aduaneros "a la Trump”. Lo que los nacionalistas económicos de la Casa Blanca describen como injusto es el resultado de años de desarrollo de mercado. Nadie obligó a los clientes estadounidenses a comprar acero europeo. Es simplemente mejor, más barato, o ambos. La industria siderúrgica de Estados Unidos no está en condiciones de satisfacer la demanda generada por un eventual quiebre de las importaciones de la noche a la mañana. Esa es pura fantasía del presidente. Las cadenas de suministro en Estados Unidos se verán afectadas y los productos probablemente sean más caros para los consumidores estadounidenses. Pero la lógica económica en un mundo interconectado no es accesible para Trump, que se ha asegurado de mantener la atención sobre él por cuatro semanas más.
La UE no tiene ningún motivo para esconderse. Unida es una potencia económica igual a Estados Unidos. Por cierto, también están los británicos a bordo, pues a pesar del "brexit" ellos no disfrutan de ventajas aduaneras con Estados Unidos. ¿Donald Trump quiere conversar? Entonces, hablemos de los aranceles en todos los principales grupos de productos y de un acuerdo aduanero integral que pueda ser "justo” a los ojos de Trump. Entonces, habría que hablar también del déficit financiero, es decir de los excedentes estadounidenses en la zona euro, especialmente en Alemania. Los déficits que tiene el mercado del acero no tienen nada que ver con obligar injustamente a los estadounidenses a comprar productos europeos. Ellos quieren comprar esos productos. La creciente economía estadounidense los necesita. Ese consumo ha sido financiado por Estados Unidos por muchos años por medio de una enorme y siempre creciente deuda. Deudas que hacen en China y en Europa. Eso nos llevó a una enorme salida de capital, que no fue nada bueno para nuestro propio desarrollo económico. El consumo y la inversión en Europa son demasiado bajos. Todo lindo y bueno, pero a través de la política comercial o incluso por medio de aranceles no se pueden corregir estos desequilibrios.