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La visita del Papa en México: las palabras piadosas no cambian nada
Vie, 19/02/2016 - 09:16

Uta Thofern

Argentina ha perdido
Uta Thofern

Uta Thofern es editora jefe del servicio latinoamericano de Deustche Welle.

Una vez más el Papa movió a las masas. En todas las estaciones de su recorrido por México fue aclamado por multitudes. No olvidó nada, puso el dedo en todas las llagas: la violencia, la pobreza, la indiferencia de los poderosos, el menosprecio hacia los indígenas, los desaparecidos, las terribles condiciones en las cárceles, la miseria de la migración, la frontera con Estados Unidos. Incluso le quedó tiempo para dirigir unas cuantas palabras críticas a su propia Iglesia.

No sólo tiene asegurado el aplauso de las masas, también la mayor parte de la prensa internacional se ha mostrado entusiasmada. Y aún así hay reproches. ¿Debió el Papa criticar más abiertamente al presidente mexicano? ¿Por qué no se reunió con los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa? Apenas mencionó los innumerables feminicidios que aún no han sido esclarecidos, y tampoco se pronunció sobre los casos de pederastia en la Iglesia Católica. ¿Y acaso no legitimó con su viaje un gobierno odiado por tantos, dándole la oportunidad de producir muchas imágenes bellas y coloridas?

Claro que lo hizo. El Papa también revalorizó al gobierno cubano con su estancia en la isla, pese a las continuas violaciones de los derechos humanos. En medio de la campaña electoral argentina ofreció a la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner un escenario para lucirse, pese a que la mandataria había librado una lucha enconada contra Bergoglio cuando este era arzobispo de Buenos Aires.

Y en Bolivia y Ecuador apenas rechazó los intentos de los presidentes por instrumentalizarlo para sus propios fines. Las críticas del Sumo Pontífice contra el estilo de gobierno autoritario de ambos fueron muy discretas.

El efecto de las acciones del Papa. A eso se le llama realpolitik. No tiene que gustarle a nadie, pero con el martillo muy pocas veces se alcanzan compromisos. Por supuesto que todo lo que un Papa hace también tiene un peso político. El problema está en que este Papa no es ningún político y, por lo visto, tampoco quiere serlo. De ahí que el efecto de sus palabras y acciones muchas veces sea confuso, a veces incluso contraproducente.

Sí, Francisco siempre pone el dedo en la llaga, hasta que duele. Pero para aliviar el dolor sólo ofrece una pomada blanca. Los criticados muchas veces incluso aceptan las críticas del Papa, ya sea que condene el capitalismo o el consumo de drogas en EE.UU. Después de todo, un poco de autoflagelación no hace daño a nadie. Después uno se siente mejor y puede volver a la rutina diaria.

Una crítica fundamental indiferenciada. Cuando un Papa no diferencia, el margen de interpretación es demasiado grande e impide que realmente se logre inducir un cambio. Al mismo tiempo, despierta esperanzas que nadie puede satisfacer. En Ciudad Juárez, junto a la fuertemente controlada frontera entre México y EE.UU., Francisco habló de “migración forzada”. Un sinónimo del terrible término de la “limpieza étnica”, de la expulsión de personas por su nacionalidad y religión. Pero aquellos que buscan llegar a EE.UU. atravesando el territorio mexicano no huyen de la persecución política, sino de la miseria. Cuando no se destaca esta diferencia, se encubren las responsabilidades y, como consecuencia, no se pueden combatir las causas.

Con una crítica al sistema tan amplia e imprecisa, el Papa mismo carga con la responsabilidad de encontrar una salida a la miseria. Por ello no debería sorprender que pese a su devota atención, muchos se sientan desatendidos y decepcionados. Tampoco debería sorprender que no sólo los familiares de los desaparecidos de Ayotzinapa querían estar sentados en primera fila durante su visita. Al joven que lo jaló tras la misa en Morelia para recibir su bendición Francisco le dijo: “¡No seas egoísta!”

No obstante, los humanos somos egoístas y hacer política consiste en mediar entre intereses particulares. Sugerir otra cosa sería ingenuo o simplemente populista. La ingenuidad a veces puede ser considerada simpática. El populismo, en cambio, no lo debemos tolerar. Y es por ello que un Papa siempre debería hacer realpolitik.

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