Desde hace décadas escuchamos hablar de Globalización en varios aspectos de nuestras vidas. Existen distintas miradas respecto del concepto, sus orígenes y su alcance. A menudo se invoca indistintamente en la esfera privada como en la pública. Es recurrente escuchar a autoridades de gobierno y representantes del empresariado hablar de ella en un contexto de integración política, financiera, comercial y económica entre países.
Cotidianamente asociamos el término Globalización a aquello que se encuentra fuera de nuestras fronteras, sin embargo, no se releva la dimensión local que le da sustento a este proceso.
En gran medida, la Globalización es posible gracias a la existencia de Territorios que acogen a las empresas y facilitan la reconfiguración de sus estructuras productivas, en uno o varios lugares simultáneamente.
Hablar del Territorio, a pesar de ser gravitante para la buena salud de la economía, no parece ser tan atractivo como otras materias que ocupan el interés público. No obstante, sus características y el conocimiento de los actores que habitan en él pueden marcar la diferencia, entre una inserción armoniosa o dificultosa de las empresas en un determinado lugar.
Recuerdo un episodio de mi niñez que puede ilustrar la importancia del Territorio en un contexto cotidiano. Si bien hay aspectos que no son comparables, sí puede contribuir a alertar sobre la relevancia de entender las dinámicas que predominan en los lugares de destino.
Como ocurría al principio de cada año escolar esperábamos con ansiedad el reencuentro con nuestros compañeros de clase. Aquella vez fue distinto, se incorporó López. Era pecoso y acababa de pasar el verano en Estados Unidos.
Desde un principio la llegada de López no resultó indiferente. Nos habló de Disney y nos contó que, a sus 11 años, ya había sido expulsado de dos colegios. Con el paso de los meses entendimos porqué.
Uno de los últimos días del año escolar López entró en la sala de clases. Llevaba la camisa afuera del pantalón y los zapatos raspados en la punta. Era un futbolista virtuoso y, también, el dueño de la pelota. Elegía a los jugadores de cada equipo y sacaba del juego a cualquiera que mantuviera mucho tiempo el balón en su poder. Había que someterse a sus reglas, aunque ya casi jugaba solo.
La profesora Strassburger solicitó silencio para comenzar la clase de geografía. Desenrolló un mapamundi y lo colgó sobre un gancho metálico atornillado en el borde superior del pizarrón. Nos solicitó acompañarla en la labor de identificar continentes, países y océanos. Con una mano tomó un puntero de madera e indicó algunos lugares que casi ningún estudiante mencionó a viva voz.
Molesta por la casi nula participación, la profesora determinó ponernos a prueba de manera individual. Seleccionaría a un estudiante para identificar en el mapamundi la ubicación del sitio que ella solicitara.
Los estudiantes escogidos pasaron al frente, uno tras otro. Sorprendentemente las preguntas que realizó la profesora no socavaron los conocimientos de nuestros compañeros; todos respondieron de manera perfecta. ¡Máximo puntaje para ellos!
El rendimiento superlativo de “nuestros embajadores” hacía suponer que la profesora estaba conforme con lo que observaba; pronto terminaría la evaluación. Y así fue. La Sra. Strassburger informó que sólo examinaría a un estudiante más y lo seleccionaría al azar. Tomó su bolígrafo y lo dejó caer sobre la lista de alumnos. ¿El elegido? López.
López no se mostró sorprendido. Se puso de pie, se acomodó la camisa dentro del pantalón y avanzó con paso decidido hacia el lugar en dónde se realizaban las preguntas. Parecía en control de la situación. La profesora lo miró a los ojos y le pidió identificar la Isla de Pascua, la posesión nacional más apartada del territorio continental chileno. López barrió lentamente el mapamundi con la mirada. Hizo una pausa, respiró profundo y con el dedo índice de la mano derecha señaló el Territorio Antártico Nacional. ¡¡Un desastre!!
Las carcajadas no tardaron en escucharse en todos los rincones de la sala de clases. Tenían un dejo de alevosía y un tono burlesco. La situación era un evidente catalizador deldescontento que López generó en la mayoría de los compañeros de clase durante todo el año. En un acto de benevolencia, la profesora pidió a alguno de los alumnos colaborar con López. El silencio fue sepulcral, nadie le tendió una mano.
El siguiente año escolar comenzó sin López. No tuvimos ninguna información, sólo que ya no continuaba con nosotros. Tampoco nadie pareció extrañarlo. Así como López no logró compenetrarse con los compañeros del colegio, muchas empresas tienen dificultades para integrarse en los lugares en donde deciden localizar sus actividades productivas, pues conciben al Territorio como un mero soporte geográfico en el que habitan recursos y se realizan actividades económicas.
En muchos casos, este enfoque ha derivado en estrepitosos fracasos.
Se debe tener presente que somos parte de un “ecosistema social, político, económico y ambiental” que puede facilitar el desarrollo productivo en la medida que exista equilibrio. El desbalance de alguna de las partes que lo componen podría tener implicancias negativas para todas las demás.
Por el contrario, una inserción equilibrada de las empresas en el Territorio puede generar un círculo virtuoso para el conjunto de la comunidad.
Por ejemplo, la vinculación “empresa – universidad” permite realizar investigación aplicada, desarrollar conocimiento doméstico y generar capacidades con contenido local. Asimismo, cuando las empresas alcanzan mayores niveles de madurez y participación de mercado tienden a subcontratar bienes y servicios. De esta forma se consolida la trama de proveedores locales, se fortalece el tejido productivo territorial y se genera empleo.
Distanciándose de López, sería recomendable que los profesionales “tomadores de decisiones” puedan observar la importancia del Territorio, pues las relaciones que se entrelazan entre actores locales, tanto del sector público como del privado, permiten consensuar una “Visión compartida” que armoniza el desarrollo económico y genera bienestar para las personas que habitan en él.