Hasta ahora, Andrés Manuel López Obrador parecía ser el objeto de preocupación o de esperanza de millones de mexicanos. Salvo su tibia actuación ante el régimen de Nicolás Maduro, el presidente del país norteamericano solo se había ganado críticas y aplausos al interior de las fronteras de sus país, donde libra cada día innumerables batallas políticas y económicas. Era así, hasta que se le ocurrió azuzar el fantasma de la culpa histórica en dos continentes.
En una carta, AMLO -como se le conoce popularmente en México- le ha pedido al papa Francisco y al rey de España que conformen una comisión conjunta para estudiar la conquista de América y pedir perdón por los excesos cometidos. La misiva ha provocado algunas reacciones de apoyo, otras airadas, muchas de indiferencia y sonoras burlas que alimentan los memes en las redes sociales. El político mexicano se ha convertido, en pocas horas, en el centro de un aluvión de comentarios que cruzan el Atlántico de un lado a otro.
Los dos apellidos hispanos de AMLO no ayudan mucho en este proceso de exigir una disculpa, porque lo confirman como fruto de un largo proceso cultural que trasciende el maniqueísmo de conquistados y conquistadores. Su propia existencia brota de siglos de confrontación, integración, simbiosis, mestizaje y acomodo, donde los límites no son precisos y buscar culpables es una labor que se adentra más en el terreno de la neurosis que de la objetividad. Pero de algo han de vivir los demagogos y el recurso más cómodo radica en cargar a otros con la responsabilidad.
López Obrador no sabe lo que ha hecho. Mientras creía que profundizaba ese camino de disculpas oficiales que comenzó con su mandato, en el que se incluyen varios hechos cruentos de la reciente historia mexicana, no se percató de que se adentraba en un terreno que no le pertenece: el lejano pasado. Tratando de sacar réditos de una supuesta humildad política que haría arrodillarse al poderoso ante la víctima indefensa, le ha pisado el rabo al toro español y con ello a los millones de ciudadanos de esta parte del mundo en cuyas venas corre sangre hispana y americana.
Queda preguntarse qué llevó a AMLO a elaborar esas cartas que mandó al Vaticano y a la Zarzuela pidiendo un casi imposible desagravio histórico. ¿La búsqueda de la verdad, la ignorancia, el deseo de colocar la atención fuera de los problemas mexicanos o su propio ego necesitado de escalar cumbres más altas, desafíos más universales? Sea lo que sea, hasta ahora va perdiendo la batalla porque eligió el camino perdedor del "somos así porque nos hicieron daño”, mientras rechazaba la ruta del "nos nutrimos de la diversidad y en nuestra cultura convergen muchos cauces: eso nos hace poderosos”.
Si AMLO sigue el derrotero de la culpa, entonces debe comenzar por preparar el alegato para exigir responsabilidades a los aztecas por el dominio y control de amplias zonas de mesoamérica, a los romanos por moldear el rostro europeo con el avance de sus implacables legiones y a los mongoles por haber sembrado el terror tantas veces bajo el casco de sus caballos. Pero eso no lo hará, claro está, porque su verdadero objetivo no es distribuir responsabilidades sino nutrir sus bases populistas. López Obrador no está en busca de un culpable, en lugar de eso solo quiere agenciarse los méritos de un salvador.