Un centro comercial de proporciones no menores, actualmente en construcción en la sureña ciudad de Castro, ha desatado una interesante polémica en Chile. Hace algunas semanas, a través de las redes sociales, comenzó a circular una imagen que a muchos nos hizo dudar de su veracidad. Podría haber sido una de las tradicionales postales en las que estamos acostumbrados los chilenos y extranjeros a observar la belleza del entorno del Archipiélago de Chiloé, con un primer plano de sus particulares casas de madera de la zona, de colores vivos, emplazadas sobre palafitos, pilares de madera que las sostienen algunos metros sobre el nivel del mar. Pero no. Esta vez la imagen posee una mega diferencia en segundo plano, liderando el borde de la loma trasera a las casas: se requete advertía el emplazamiento de un clásico mall rectangular, con el concreto a la vista, los andamios que sostienen a los albañiles y esos largos plásticos que protejen las obras de la lluvia y a los trabajadores del viento, accesorios habituales del trabajo frenético que se vive en este tipo de obras.
La imagen es chocante. Impacta. Aunque se haga un ejercicio de neutralidad para analizarla, claramente hay detalles objetivos indesmentibles, los que advertiría usted, su vecino y hasta yo, un neófito en estas lides de la arquitectura y el urbanismo: el tamaño del mall en cuestión rebasa considerablemente en magnitud la escala del sector. Los materiales principales que se han elegido para la construcción son escasos en Castro, por no decir inexistentes (estructura, revestimientos, etc.), en un lugar donde la máxima altura hasta ahora era monopolizada por la iglesia San Francisco (27 metros y de madera), ubicada en la plaza de Castro, templo declarado Monumento Histórico Nacional en 1979 y Patrimonio de la Humanidad ante la Unesco el 30 de noviembre de 2000.
A estos aspectos objetivos, entre otros, hay que sumar situaciones legales que evidencian la desmesura de esta iniciativa empresarial, validada y defendida con dientes y muelas por el alcalde de Castro, Nelson Águila, en un año electoral: la construcción excede las normas de edificación del Plan Regulador Comunal vigente, y al mismo tiempo se han edificado más pisos y más metros cuadrados (34 mil metros cuadrados, aunque la presentación se realizó por poco más de 24 mil metros cuadrados) que los aprobados por la Dirección de Obras Municipales.
Frente a los antecedentes recién expuestos pareciera que el tema podría zanjarse volviendo al proyecto original, estableciendo una millonaria multa para los inversionistas o/y, como contempla la ley chilena (artículo 148º de la Ley General de Urbanismo y Construcciones), mediante la paralización de las obras en una primera etapa, y luego demoliendo lo edificado si se quisiera enviar un potente mensaje a las constructoras. Sin embargo, cualquiera sea la medida y la graduación a elegir, quisiera poner la lupa en una paradoja: el proyecto goza del apoyo mayoritario de los habitantes de Castro, una población dependiente de Puerto Montt, capital de la Provincia de Llanquihue y de la Región de Los Lagos, la ciudad grande más cercana a Castro, una urbe que sí posee un mall y variadas edificaciones en altura, como toda ciudad grande del globalizado Chile.
¿Por qué los castrinos (según RAE) apoyan un mall en su ciudad, pese a los evidentes reparos ya detallados? ¿Y por qué, al mismo tiempo, los santiaguinos -los principales usuarios de internet y quienes alimentaron tardíamente la polémica a través de las principales redes sociales (Twitter y Facebook)-, en su mayoría, parecieran ubicarse en la otra vereda, decididos a ejercer presión medial para mantener a Castro en la inmovilidad que nos muestran esas nostálgicas postales?
El divorcio atávico que existe entre la capital del país y las provincias no es nuevo en Chile. Basta con mirar más al sur, hoy mismo, donde otra crisis política sigue su marcha, sin solución hasta ahora: los habitantes de la comuna de Aysén, capital de la homónima provincia -en la Región Aysén del General Carlos Ibáñez del Campo-, han puesto en jaque al gobierno de Sebastián Piñera, paralizando las carreteras y tomándose el simbólico puente Presidente Ibáñez, que comunica a Aysén con Puerto Chacabuco. Se consideran literalmente abandonados por el gobierno central, y expuestos en demasía a las dificultades económicas que impone el alejamiento territorial. Así como los habitantes de Castro, reclaman que, por ejemplo, en caso de necesitar asistencia médica especializada, deben viajar hasta otra ciudad para ser atendidos. Lo mismo si aspiran a educación y empleo de calidad.
¿Será que las provincias tienen tan poco que el levantamiento de un mall sabe al sucedáneo de una ansiada panacea? ¿O al menos se convierte en un contundente paño frío para todas aquellas fiebres complejas que las aquejan? ¿Será que los castrinos conciben estos siete pisos de concreto como una atalaya de salvación desde donde mirar al resto del país con un redimido orgullo, para ya no ser simplemente oteados a través de la maniquea postal de cartón con la que el resto de los chilenos rememoramos un curanto (plato típico de la zona) con chapalele (mezcla de papas cocidas con harina de trigo y el milcao combinación de papa cruda rallada con papa cocida) al que alguna vez accedimos mochileando en el sur del mundo?
El mall seguramente será inaugurado en Castro. Pronto veremos algunas medidas de mitigación, pero a mediano plazo la construcción inyectará al sector de un citadino brío, y el resto sólo basta con imaginarlo: tome con sus manos una de esas postales, acérquela a los ojos y muévala como si la imagen fuera un holograma que aparece y desaparece, hasta que por arte de magia se proyecten varias torres de departamentos de mediana altura en el terreno que hoy ocupan las casas multicolores sobre palafitos, edificios para que vivan los gerentes y ejecutivos de primera línea de las tiendas del centro comercial. Si el vaticinio le parece demasiado apocalíptico, al menos el honor y la memoria histórica estará simbolizada en la iglesia local y en dos o tres palafitos que Castro salvará... para unificarlos bajo un restaurante top donde comer las delicateses de la zona con el enfoque de la nouvelle cuisine.