Como seguramente usted ya lo sabe, amigo lector, en días recientes, varios perros han perdido la vida después de haber visitado el Parque México de la colonia Condesa, Ciudad de México. Estos canes fallecieron porque comieron alimento envenenado; fueron víctimas de alguien que, con pleno conocimiento de causa, buscaba hacerles daño.
No se sabe a ciencia cierta por qué el “mataperros de la Condesa” se está dedicando a envenenar a estas mascotas de cuatro patas. No obstante, se especula que el ahora famoso, e infame, “mataperros” es una persona que detesta que haya canes que anden por todo el Parque México, y por toda la colonia Condesa, de hecho, sin correa, corriendo de un lado a otro. Asimismo, es muy probable que quien está envenenando a los perros esté ya harto de que los dueños de éstos no recojan las heces que sus mascotas dejan por doquier.
Yo adoro a los perros; he tenido perro desde que tengo 11 años. Actualmente, tengo un labrador (“Lennon”) de ocho años de edad. Cuando “Lennon” tenía apenas un año, me mudé a vivir a la colonia Condesa, precisamente. Mi departamento se ubicaba en la calle de Ámsterdam, muy cerca de la calle de Iztaccíhuatl, es decir, a muy pocos metros del Parque México.
Me gustaba mucho pasear a “Lennon” en el Parque México. Sin embargo, pronto dejamos de hacerlo: siempre había muchísimos perros sin correa que buscaban pelear con él. Había también muchas personas que no recogían las heces de sus perros. A mí todo esto me molestaba muchísimo pues, en esencia, era resultado de la irresponsabilidad de dichas personas: algunas eran incapaces de ponerle una correa a su perro y permitían que éste hiciese y deshiciese; otras ni siquiera concebían la posibilidad de levantar el excremento que dejaban sus mascotas.
Muchas veces busqué apoyo de la policía: les pedía que les solicitaran a quienes acudían al parque que, apegándose a la Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México y, sobre todo, apelando al sentido común, les pusieran una correa a su perro y no dejaran heces en las banquetas, el pasto, etcétera. Esto nunca funcionó. Hubo ocasiones, incluso, en las que los policías se me quedaban viendo con cara de “¿qué onda con este pinche loco?”. Otras veces, me dirigía directamente a los dueños de los perros. Sólo sirvió para ganarme varias mentadas de madre y meterme en problemas.
No justifico, ni de lejos, las acciones del “mataperros”; las condeno totalmente. Pero no me sorprenden en lo más mínimo: México es un país en el que, como se dice coloquialmente, “se juntan el hambre y la necesidad”. Así, por un lado, hay una bola de irresponsables, inconscientes, que no entienden, o no les importa, todo lo que conlleva el ser dueño de un perro, tanto con relación al bienestar del propio animal como con relación al prójimo y el espacio público. Por otro lado, somos el reino de la impunidad. Es por ello, justamente, que esos irresponsables no dan un comino por nada ni por nadie, excepto por ellos mismos. Y es por esto justamente también que es posible que surja un “mataperros”: la persona que está asesinando perros sabe que es muy poco probable, tal vez casi imposible, que pague por sus actos.
Cuando la impunidad, la irresponsabilidad y la inconsciencia se mezclan, el resultado es un parque muy bonito (léase también como “un país muy bonito”) lleno de mierda (léase también como “corrupción”, “delincuencia”, etcétera) y de perros asesinados por alguien que se sabe impune (léase también como “mexicanos privados de la vida” por criminales que se saben impunes).
¿Ya entendimos?
*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.