Quizá desde la inesperada recesión de 1995, al comienzo de cada año se ha arraigado la costumbre jactanciosa de exhibir pronósticos macroeconómicos del país, como si fueran un regalo de los Reyes Magos. Se imaginan en el banco central, en Hacienda, en los grandes bancos, en las consultorías financieras y en la academia, que predecir el futuro económico de corto plazo es parte de un obligado ejercicio de exactitud, supuestamente de ciencia pura y dura, sin sesgos políticos e ideológicos. Y aquí entramos en un terreno escabroso y resbaladizo que aparenta ser liso y firme. Error mayúsculo es esta presunción y de consecuencias frustrantes irse con esta finta, como ya se ha visto muchas veces en la historia económica y social reciente del país.
Las indicadores relevantes en estas tareas de alto riesgo -muy propias de los economistas y especies afines-, son básicamente el desempeño esperado del producto nacional, la inflación, el tipo de cambio, el déficit fiscal, el empleo formal, la tasa de interés del banco central y los saldos del comercio internacional. Por supuesto que los sesudos modelos de proyección macro que hay para hacer perceptible el futuro (sin soslayar el antediluviano y popular método “Melate”) tienen supuestamente muchas más variables predecibles. Y eso es lo que los hace precisamente de escasa credibilidad, aunque sus autores e intérpretes no lo admitan abiertamente.
La mayoría de estas siete variables, sospecho, no le dicen mucho al “ciudadano de a pie” (que incluye a millones de mexicanos), de cómo y por qué éstas incidirían en la calidad de sus vidas cotidianas. Y tampoco estos datos orientan a muchos políticos profesionales, dentro y fuera del Estado, que tienen sus finas intuiciones animales sobre la naturaleza de las complejidades macroeconómicas, las que obedecen a sus intereses de corto plazo. Inocentes, nunca, pragmáticos, siempre.
¿Qué hacer con estas ínfulas agoreras modernas de los economistas y especies afines? Nada. Más vale que existan a que no existan. Es mejor tenerlas que no tenerlas. En última instancia éstas son como los seguros de vida: no se revisan mientras no pase nada siniestro y se revisan, o se quieren usar, cuando la fatalidad nos pone en aprietos y en la orilla de la vida. Pero más vale tenerlas que no tenerlas. Así que si nos sentimos seguros, precavidos y sensatos con estos artificios proféticos de la vida económica moderna, pues dejemos las cosas como están, en una suerte de quietud autocomplaciente para seguir adelante, pero con la convicción de contar prudentemente con la incertidumbre y la suspicacia, ahora y siempre.
¿Qué apunta el consenso de analistas y observadores económicos y políticos, de modo abierto o secreto o insinuado?
El 2015 mexicano pinta entre mal y regular. Sigue cayendo el precio del petróleo y, consecuentemente, se recortará el gasto público en varias etapas, pues no hay condiciones para incrementar impuestos, al mismo tiempo que se hacen esfuerzos gubernamentales por encubrir la evolución reciente de la deuda pública. Nuestro banco central (como los del resto del planeta) está cauteloso en sus resolutivos sobre la tasa de interés de referencia, a la espera de lo que decida la Fed con su cacareada previsión monetaria para este año, aunque tenemos una inflación interna todavía bajo control. El tipo de cambio parece que seguirá depreciándose con el riesgo potencial de que su persistencia influya en una mayor inflación, aunque por esta vía quizá se mejore el desempeño exportador. El empleo formal seguirá creciendo muy despacito por el impulso de las exportaciones manufactureras a Estado Unidos, pero sin llegar a minimizar la tasa de desempleo urbano y el gigantesco empleo informal. El mercado interno seguirá estrecho, muy castigado por los bajos salarios y la mala calidad de los empleos generados: una masa salarial descendente lo demuestra. El atorón de las llamadas reformas estructurales recién legisladas, que serían la palanca de una dinámica economía de mercado, inhibe ya las decisiones relevantes de inversionistas y consumidores.
Y si estos hechos económicos apuntados no dan señales consoladoras para el futuro cercano, menos aún el temible clima de inseguridad pública existente en el país causado por el poder desestabilizador del crimen organizado y, sobre todo, la crisis de confianza que envuelve y marca al gobierno inmoral y cínico de Peña Nieto. Todo esto termina por dejar la impresión de que estamos irremisiblemente en un trance espinoso, atrapados entre viejas y nuevas contradicciones.
En este conflictivo entorno económico, político y moral llegaremos a las elecciones intermedias del 2015. La mayoría de los partidos políticos tradicionales -secreto a voces en todo el país-, parecen querer sacar algo de la nada. Se anticipa que sus propuestas vacuas y cansinas, sin chispa y sin novedad alguna para los ciudadanos, podrían generar respuestas abstencionistas de gran calado. La pestilente corrupción reinante en la mayoría de la clase política, dentro y fuera de los partidos tradicionales, podría ser, como nunca, un fermento de abstencionismos múltiples, derivados de posibles procesos electorales mancillados por el poder ilegal del dinero en el financiamiento de las campañas y en la misma decisión del voto.
Hoy no hay lugar para el tranquilidad ciudadana, ni para la confianza popular, ni para cierta certidumbre empresarial. El horizonte cargado no admite buenos augurios. Los pronósticos económicos se revisarán, yéndose cada vez más a la baja (igual que en los dos años anteriores). Habrá que seguir con lupa las trayectorias económicas y financieras en los meses por venir. Será imperativo revisar muy seguido, con paciencia y rigor, hechos y supuestos para intentar poner un poco de luz en una realidad nacional oscura, embrollada.