Existen, en términos generales, por lo menos dos formas de organizar una economía. El camino de Adam Smith, fundamentado en la libertad, propiedad privada, estado de derecho, libre comercio y gobierno limitado y el camino propuesto por Marx, basado en la muy amplia participación del Estado. Al seguir el primero se entiende que los principales actores son los agentes individuales, son ellos el fin de cualquier estrategia. Mientras que en el segundo, ante las fallas del mercado, se argumenta que la sociedad tiene que ser controlada centralmente, donde el Estado es el actor principal y el resto de agentes funciona como medios para la maximización del interés general.
La evidencia histórica ha dejado claro que el segundo camino, a pesar de sus buenas intenciones, somete a las personas a la servidumbre y conduce directamente al atraso, simplemente revise los casos de Corea del norte, Cuba, Irán, entre otros. En cambio, aquellos que han profundizado la libertad económica como Singapur, Australia, Nueva Zelanda y Suecia han prosperado en todos los sentidos.
¿Por qué es importante la libertad económica? Porque hace las transacciones más simples y seguras, porque nadie puede sostener bajo ninguna circunstancia que la felicidad proviene de la coerción, el maltrato, la estafa, la incertidumbre, la cerrazón y el aislamiento. La economía tanto ortodoxa como heterodoxa ha demostrado durante muchos años que un mercado libre y competitivo es una de las mejores formas de asignación de los recursos escasos, por ello debe aspirarse siempre a la libertad.
En el plano estrictamente económico, una mayor libertad se traduce en la mayor parte de los casos en un mayor crecimiento económico, algo demostrable sobre bases puramente teóricas. Los incentivos que los actores económicos enfrentan (empresarios, innovadores, financieros, industriales, entre otros), están determinados en una buena parte por la calidad de las instituciones, algo que fue destacado por el premio Nobel Douglas North. En la medida en que las instituciones estimulan acciones que contribuyen a la producción de un mayor valor agregado, se está contribuyendo a un mayor crecimiento económico.
Las instituciones que garantizan la libertad económica tienen la capacidad para suministrar incentivos para un mayor crecimiento, por muy diferentes razones: ellas promueven un alto rendimiento sobre los esfuerzos productivos, a través de bajas tasas impositivas, un sistema legal independiente y la protección a los derechos de propiedad; ellas permiten que el talento sea asignado a los sitios donde genera sus mayores rendimientos; ellas promueven la dinámica, y permiten que se lleven a cabo una gran cantidad de negocios por prueba y error, además promueven la competencia al impulsar sólo las regulaciones necesarias y permitir pocas o ninguna empresa gubernamental; ellas facilitan la toma de decisiones racionales y anticipadas a través de una baja y estable tasa de inflación; y promueven los flujos de comercio e inversión de capital en donde la preferencia y rendimientos son los más elevados.
Teóricamente existen razones para esperar una relación positiva entre la libertad económica y el crecimiento, pero, ¿se encuentra esto confirmado por la evidencia empírica? Bhagwati (1999) indica que no es difícil creer que la libertad económica tiene un efecto favorable para la prosperidad, por la simple razón de que los últimos cincuenta años de experiencia internacional confirman el hecho de que siempre que los gobiernos usan más los mercados y se comprometen con políticas de apertura, inversión extranjera directa y de hecho en más libertad económica de diferentes tipos, sus países tienden a ser más prósperos. En contraste, la decadencia y pobreza es la característica de aquellos países que cierran las puertas al comercio, le ponen mayores obstáculos y tienen extensas regulaciones de todo tipo sobre las decisiones de producción, inversión e innovación.
Hace algunas semanas se publicó la versión 2011 del índice de libertad económica de la Heritage Foundation y el Wall Street Journal, y los resultados son francamente decepcionantes, ya que México presenta un nivel medio de libertad y no avanzó, de hecho retrocedió respecto al nivel alcanzado en el 2010. Obtuvo una calificación de 67,8 puntos de 100 posibles, esto es medio punto porcentual debajo de lo obtenido en el año previo. La calificación obtenida significa un retroceso de siete peldaños en el comparativo, para ubicarse en el sitio 48 de 179 economías evaluadas.
Según el análisis de la Heritage Foundation y el Wall Street Journal, el principal problema de México es que mantiene una debilidad institucional que incluye corrupción y rigidez laboral. El sistema judicial mexicano es lento y proclive a la corrupción. El marco legal es tremendamente ineficiente y más las instituciones encargadas de hacerlo funcionar.
Entre los 10 componentes que se utilizan para medir la libertad económica, sólo uno registró avance: libertad para hacer negocios, gracias a los cambios regulatorios que redujeron el número de días y de procedimientos para abrir una empresa y obtener licencias de construcción. En seis componentes se registró un retroceso: libertad comercial, libertad fiscal, gasto público, libertad monetaria, libertad de corrupción y libertad laboral. La menor calificación se obtuvo en materia de derechos de propiedad, donde recibió una calificación de 50 puntos; libertad financiera, con 60 puntos y libertad de inversión con 65.
La libertad económica en México se encuentra lejos del nivel esperado para mejorar el bienestar de la población, y lo que es peor en los últimos tres años se ha venido reduciendo, en importantes renglones como la ausencia de corrupción y el respeto a los derechos de propiedad. Lo que invita a realizar reformas que promuevan un crecimiento acelerado de la libertad económica en todas las regiones del país para alcanzar una mayor prosperidad. No se deben postergar más porque el tiempo es económico.
*Esta columna se publicó orgininalmente en el centro de estudios públicos ElCato.org.