Por sus orígenes y fines políticos a la vista, el nuevo gobierno se apresta a recorrer el largo y difícil camino democrático hacia una sociedad incluyente y abierta a la globalización. La piedra angular del programa económico sexenal de AMLO apunta explícitamente a tratar de minimizar, con base en un mayor dinamismo económico, las enormes brechas sociales y económicas que hoy existen entre grupos sociales y regiones del país. Se plantean revertir, lo más posible y en un plazo razonable, los saldos inequívocos de desigualdad y pobreza que han dejado los gobiernos de los últimos 35 años.
En América Latina, continente de marcadas disparidades de todo tipo, raras veces nuestros países han logrado superar lo que hace no muchos años el talentoso economista chileno, Fernando Fajnzylber, llamó “el síndrome del casillero vacío”, el que exhibe la ausencia de etapas de crecimiento económico cruzadas por metas de equidad social. Atorados en este casillero, se han originado problemas latinoamericanos de diferente calado que hoy parecen dejarnos como testigos de piedra en un escenario mundial de radicales cambios tecnológicos y científicos que apuntan hacia una sociedad sin precedente en la historia humana.
Acompañar un mayor crecimiento económico con políticas públicas para erradicar la pobreza es un objetivo consensado, pero los medios, instrumentos y plazos para lograrlo no están del todo claros en el debate público, sobre todo cuando el punto de partida está marcado por una elevada concentración del ingreso y de la riqueza, como es ahora el caso de México.
Es de sentido común anticipar que la ruta adoptada por AMLO en sus afanes distribucionistas no estará exenta de vallas, tropiezos, resistencias y tensiones. Pero eso no les quita prudencia y validez a los propósitos de política económica que apuntan a cambiar los mecanismos para compartir los resultados del crecimiento económico.
La persistencia del “casillero vacío” en prácticamente casi todos los países de la región, ha llevado en diferentes momentos a los gobiernos de la izquierda democrática a generar propuestas para tratar de llegar a un (idílico) círculo virtuoso de crecimiento económico sostenido con equidad social en nuestras economías de mercado. En este sendero, la regulación estatal parece buscar mecanismos, nuevos y eficientes, que apuntalen objetivos igualitarios mediante mayores oportunidades de bienestar, basadas en mayores y mejores empleos, con remuneraciones decentes.
La nueva utopía social que hoy abandera el gobierno entrante reconoce el imperativo de la inserción en los mercados globales con sus duras reglas de participación. Este es un dato indiscutible, crucial para gestionar una mayor capacidad para asimilar bien y a tiempo el cambio tecnológico de punta. De eso depende mejorar nuestra posición competitiva en el mercado mundial, donde la masificación de la educación de calidad es insoslayable.
Queda claro que ahora el componente económico nacionalista e intervencionista de viejo cuño ya no acompaña al ideario de la nueva izquierda latinoamericana. Las exigencias que ha impuesto la globalización actual han obligado a matizar y depurar la óptica política y la acción diplomática para manejar las relaciones internacionales dentro y fuera de la región, más complejas que en el pasado lejano, como el que se enterró con la caída del Muro de Berlín hace casi treinta años.
Vale enfatizar que los protagonistas de la globalización se interconectan con nuevas redes de intereses nacionales y regionales que han obligado a revisar y modernizar el discurso ideológico y político de esa nueva izquierda. El desarrollo incesante de bloques comerciales, por ejemplo, llama a replantear la relación estratégica entre los poderes nacionales soberanos y los mandatos del comercio internacional y de los movimientos de capitales, que pueden llegar a ser fuentes de riesgosa inestabilidad financiera y de amargas sorpresas.
La propuesta económica de AMLO claramente va en esta línea. Se pretende llenar el actual “casillero vacío” mediante políticas económicas de oferta y demanda agregadas para potenciar el crecimiento económico, sin dejar de plantearse objetivos de distribución del ingreso y de la riqueza a través de una nueva y eficaz política social.
Y algo relevante, ignorado por sus críticos de la derecha, es que todos estos propósitos de redención social se plantean sin desconocer ni renegar de los equilibrios macroeconómicos en el capitalismo moderno: una inflación baja y estable y unas finanzas públicas sin déficits insostenibles. En esta perspectiva, resulta pueril y desmedido dudar suspicazmente del compromiso del nuevo gobierno con un banco central autónomo, baluarte para contar con un entorno de estabilidad monetaria, cambiaria y financiera.
Las condiciones políticas internas para hacer viable y sostenible esta nueva utopía económica y social, tienen que ser el reflejo de un pacto social emergente que se construya con un arreglo institucional que privilegie la cooperación entre las fuerzas organizadas del capital y del trabajo dentro del marco constitucional que hoy tenemos y, obviamente, empapada tal cooperación de una gran dosis de confianza recíproca.
La acertada insistencia de AMLO de erradicar la corrupción como un lubricante perverso para el funcionamiento cotidiano de la vida social y económica, es un factor que deberá permitir la construcción de una nueva plataforma de acción para todos los actores sociales, donde la ley sea un imperativo para todos por igual.
Los avances logrados en el pasado reciente, fruto de grandes luchas democráticos de México, y que están fuera del ámbito puramente económico, sin duda alguna robustecerán los cambios por venir. Recalco, entre otras cosas, las instituciones electorales y de derechos humanos que hoy dan un curso fluido a nuestra vida democrática. Sería un grave error y una iniquidad plantear que no hay nada rescatable de la herencia que hoy recibe AMLO.
Posdata. El presidente López Obrador debe retirar el nombramiento de Taibo II como director del FCE. Este activo de la cultura de México no merece un director como él, orgulloso de sus dichos machistas, soeces e irresponsables.