Primero, una aclaración: soy hombre, por lo tanto nada de lo que opine con respecto a la violencia contra las mujeres puede acercarse siquiera al sufrimiento y la humillación que padece una víctima de esa violencia, en cualquiera de sus muchas formas. Pero sé, como padre de dos hijas, Maite y Lía, que hay que poner un punto final para siempre a los femicidios, los abusos, los golpes, las injusticias y el miedo. Para muchas de ellas, ser mujer es vivir con miedo, con incertidumbre. Eso debe acabar.
Tristemente, América Latina y el Caribe es una de las regiones con los peores índices de violencia de género. Hay cifras que son verdaderamente vergonzantes. Miles de mujeres (3.529, según un relevamiento de la Cepal) fueron asesinadas en Latinoamérica en 2018. Una de cada tres mujeres en la región padece algún tipo de violencia, física, psicológica o sexual. Y una de cada cuatro estuvo casada o en unión prematura antes de cumplir los 18 años, según Unicef. Eso también es violencia.
¿Cómo podemos convivir con esta realidad y no hacer algo al respecto?
Es cierto que ahora hay una mayor conciencia de que esta situación es inaceptable. Pero no es suficiente. Esa conciencia debe llegar hasta el último rincón de nuestras sociedades. Debemos hacerla nuestra y robustecerla entre todos, no solo cuando el calendario marca que es 8 de marzo y corremos a celebrar el Día Internacional de la Mujer, sino todos los días. Porque no nos engañemos, lo que hay en juego son vidas, futuros, y esperanzas. El grito está en las calles: “Ni una menos”. Insistir en ese reclamo debe ser para todos un imperativo moral, hasta que ya no sea necesario.
Mejor respuesta, más prevención
El desafío que tenemos por delante es enorme, tanto a nivel individual como colectivo. Exige acciones en múltiples frentes, de manera simultánea y sostenida, así como aprender de las buenas experiencias ajenas.
Algunos gobiernos latinoamericanos, por ejemplo, están llevando a cabo importantes esfuerzos para fortalecer el marco normativo, legal e institucional, de manera de poder responder mejor y prevenir la violencia contra las mujeres. El Banco Mundial acompaña estas iniciativas y es fundamental que lo haga, aun sabiendo que debemos hacer mucho más.
En Perú, por ejemplo, se brinda apoyo a los centros ALEGRA en la provisión gratuita de ayuda legal, social y psicológica a los sectores más vulnerables. Este esfuerzo, de vital importancia, incluye acciones integrales en el marco del Sistema Nacional de Justicia Especializada para la protección y respuesta a casos de violencia doméstica y contra las mujeres.
Hay que reconocer que en buena parte de la región el registro y la actualización de información sobre investigaciones fiscales, policiales y de sentencias judiciales son aún insuficientes. El reto de compilar, sistematizar y evaluar información dispersa en distintos ámbitos -seguridad, justicia, salud, trabajo, y otros- y en distintos organismos nacionales, provinciales y municipales es también enorme.
Un ejemplo positivo en este frente es Argentina, donde desde hace más de una década se compila un Registro Único de Casos de Violencia contra las Mujeres (RUCVM). Su impacto es directo: esfuerzos como este contribuyen a mejorar el diseño de políticas útiles para erradicar la violencia contra mujeres y niñas.
El desafío del cambio cultural
Esta misma batalla se libra también en el terreno cultural, y muy posiblemente allí esté el reto mayor. Desarraigar actitudes, normas sociales y estereotipos que perpetúan la vigencia de una cultura machista y violenta es fundamental. Esto exige acciones en varios frentes y una condición que es elemental: los hombres, de todas las edades, deben involucrarse.
En este sentido, debemos mirar a la educación desde una perspectiva de género. Es necesario por ejemplo revisar los materiales y las técnicas de enseñanza para evitar estereotipos y promover roles positivos. De esta manera se podrán establecer paulatinamente normas sociales alternativas, que reafirmen la igualdad de género, la paz y el respeto.
Así, en Guyana, el Banco Mundial está apoyando un proyecto que se enfoca en la revisión del currículo nacional y en equipar a los maestros con instrumentos y técnicas que les permitan superar sesgos conscientes e inconscientes y fortalecer la inclusión. Y en la República Dominicana, respaldamos una iniciativa del gobierno para establecer un programa de entrenamiento a los maestros para la prevención del bullying y la violencia en las escuelas.
Un mayor involucramiento de los hombres en las tareas del hogar y el cuidado de los hijos también está relacionado con una disminución de la violencia doméstica. Insisto: el desafío es el cambio cultural. En Uruguay, en colaboración con ONU Mujeres y académicos, el Laboratorio de Innovación de Género del Banco Mundial está diseñando intervenciones para promover las licencias parentales, que fomentan los lazos entre padres e hijos y la igualdad en las tareas de cuidado de los chicos pequeños.
Vencer creencias y comportamientos colectivos que “normalizan” el machismo exige entender con mayor precisión cómo incidir para generar el cambio necesario. Tenemos que seguir apostando a incrementar nuestro conocimiento y nuestra capacidad para desarrollar campañas de comunicación efectivas, como la que el Banco Mundial apoyó en Brasil -“Homem De Verdade Nao Bate Em Mulher-, junto con celebridades, congresistas, ONU Mujeres y la propia Maria da Penha, la mujer que inspiró las leyes brasileñas contra la violencia de género. Solo así será posible crear conciencia y promover políticas que refuercen los roles positivos y los incentivos para adoptarlos como referencia.
La necesidad urgente de enfrentar esta problemática nos afecta a todos. Los que ya son parte de los esfuerzos para erradicar la violencia contra las mujeres deben hablar más fuerte. Y quienes aún no se han involucrado deben mirar a su alrededor. Mujeres y niñas son asesinadas, abusadas y maltratadas todos los días en nuestros países. También el 8 de marzo.