Ocurrió en Canadá, hace unos días. El presidente Peña Nieto lo dijo con total confianza: el populismo y la demagogia no sirven; gobernar “no es así de fácil ni así de sencillo”. El presidente Barack Obama difirió de Peña: los populistas, dijo Obama, piensan en la gente. De hecho, abonó, “yo soy un populista”.
Por supuesto, Peña utilizó el término “populista” de manera diferente a Obama. Esto lo explicó con claridad Enrique Krauze, en la página de internet de Letras Libres, poco después de lo ocurrido en Canadá. Sin embargo, en esencia, Obama tuvo razón en lo que dijo sobre los populistas y, al mismo tiempo, Peña Nieto se equivocó al descalificar a estos sin siquiera detenerse a pensar por qué, si los populistas son nefastos, suelen atraer una gran cantidad de seguidores.
No defiendo a personajes considerados como populistas y demagogos como, por ejemplo, Donald Trump, López Obrador, Hugo Chávez y Nigel Farage (de hecho, jamás en la vida he votado, ni votaría, por López Obrador). Pero no hay que soslayar la siguiente pregunta: ¿por qué incluso cuando es evidente que personajes como los mencionados son ignorantes, limitados, incultos e, inclusive, en algunos casos, racistas y xenófobos, tienen éxito en la política y hasta se ganan el cariño de multitudes?
Barack Obama lo dijo mejor que nadie: los populistas se concentran en lo que preocupa la gente. Por ejemplo, Trump entiende a cabalidad que, para muchos estadunidenses, la globalización no ha sido favorable y, por ello, insiste en terminar con el TLCAN. De la misma forma, López Obrador comprende plenamente que, si hay algo de lo que los mexicanos están hartos, ese algo es la corrupción, por lo que siempre habla de una “mafia del poder” que se ha dedicado a robarle al pueblo.
Los políticos considerados populistas suelen presentar, pues, diagnósticos que, si bien pueden ser exagerados o no del todo certeros, sí capturan la esencia de lo que a la población le preocupa y le agobia. Y eso es justamente lo que Obama enfatizó en Canadá. Eso es también, justamente, lo que Peña Nieto no parece comprender cuando, sin análisis serio de por medio, simplemente descalifica a todo lo que le huele a populismo y a demagogia.
La otra característica de los populistas es que logran posicionarse fuera de la política o, por lo menos, fuera del grupo tradicional de políticos que ha dominado la escena desde, digamos, siempre (esto es una gran paradoja pues, a final de cuentas, los populistas son políticos). Es desde esa posición de “forasteros” que los populistas ofrecen sus diagnósticos, así como sus propuestas de política pública.
Al ser vistos como actores políticos poco tradicionales, y al concentrarse en los problemas que más le preocupan a la población, los populistas logran una conexión inaudita con ésta, incluso cuando las soluciones que proponen son superficiales, claramente insuficientes, injustas, francamente estúpidas, imprácticas y hasta contraproducentes. En otras palabras, los populistas son exitosos porque hay un caldo de cultivo del cual se nutren (desempleo, temor, pobreza, incertidumbre, etc.) y porque los políticos tradicionales no han logrado solventar las dificultades que los ciudadanos padecen.
El éxito de los populistas nos dice, pues, mucho más sobre los fracasos, limitaciones, errores y desatenciones de los políticos de siempre, de los gobernantes en turno y de los partidos de toda la vida, que de los propios populistas.
Las palabras de Obama en Canadá sugieren que entiende lo anterior plenamente. Por eso, a pesar de que no utilizó el término “populista” en el sentido que se le da en América Latina, tuvo razón en lo que dijo en Canadá. Y porque Peña Nieto no lo entiende, no sólo se llevó una lección de oratoria de parte de Obama, sino que además fue exhibido como un político que descalifica por descalificar, es decir, sin de verdad entender la realidad.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.