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Planeación, política y mercadotecnia en el México de hoy
Dom, 23/06/2013 - 15:30

Fernando Chávez

Los saldos económicos de la guerra mexicana contra el poder narco
Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

En memoria de Arnoldo Martínez Verdugo (1925-2013)

Hace 30 años el presidente Miguel de la Madrid comenzó su gobierno con un Plan Nacional de Desarrollo (PND) a partir de una reforma constitucional que mandató al poder ejecutivo a tener un PND para el arranque de cada sexenio. 

En medio de la tormenta económica suscitada en 1982 -la que vino después del llamado “auge petrolero” y luego con la estatización de la banca, el control generalizado de cambios y la declaración de moratoria del pago de la deuda externa-, este presidente de perfil tecnocrático alentó la planificación estatal, quizá por estar formado políticamente en las tradiciones del priismo que impulsó por décadas el intervencionismo estatal. 

Al mismo tiempo que se izaban las banderas de la planeación, con De la Madrid se aceptaron sin chistar las exigencias del FMI con su forzoso recetario económico recesivo para estabilizar una economía que estaba en picada. Mercado y Estado nacional se articulaban ya de otra forma y con otros fines.   

Paradoja cruel de la vida social y política mexicana: darle estatuto constitucional a la planeación gubernamental justo en el momento histórico en que el capitalismo local reorientaba su itinerario por el camino de las intermitentes reformas de mercado, también llamadas neoliberales. La crítica o autocrítica tecnocrática, abierta o soterrada, relacionada con los esfuerzos planificadores del pasado distante (1920-1982), no han impedido que se machacara desde Los Pinos la importancia de cada PND desde 1983 a la fecha. 

Los ya olvidados PND de De la Madrid, de Salinas de Gortari, de Zedillo, de Fox y de Calderón, confirman una suspicacia ciudadana generalizada: tales documentos han sido hasta la fecha formalidades de valor circunstancial y mercadotécnico, casi malogrados al año de haberse publicado y cacareado. En los altos círculos de la clase política dirigente de hoy -igual que en la de los años ochenta y noventa, en especial en su banda tecnócrata-, íntimamente muchos de ellos no sólo se muestran escépticos, sino hasta opuestos radicalmente a esta práctica instituida en la constitución.  Así, una pregunta salta como rana: ¿y por qué se ha seguido con ese sainete gubernamental que  promueve cada PND sexenal si no se cree realmente en él?

La respuesta creo que es sencilla: cada PND favorece una escogida identidad presidencial al gobierno en turno, de gran utilidad política y mediática para sortear los primeros pasos y escollos, en un escenario natural de incertidumbre que invariablemente acompaña a cada nuevo gobierno. El ejercicio de intención planeadora también puede dar en la práctica una cohesión y cierta disciplina interna a un equipo de gobierno primerizo, lo cual quizá puede evitar en lo posible que se den garrafales  palos de ciego en los primeros meses.

Aun con una economía muy abierta, un banco central ortodoxo, unas finanzas públicas constreñidas por metas tipo déficit fiscal cero y un vasto programa de “reformas estructurales” de varias ediciones para liberalizar los mercados y acotar el peso económico del Estado (todo lo necesario para no generar grandes confusiones en las agencias calificadoras), los sucesivos PND -de toque estatista- han querido ser el trazo de una flexible ruta económica y social y, por lo mismo, han permitido construir alianzas políticas sexenales, así sean efímeras y de escasa credibilidad desde el principio.

O sea, los PND, lejos de ser viles réplicas de los planes quinquenales del añejo estilo soviético, son un formidable instrumento político e ideológico del gobierno en turno para mostrar superficialmente lo que se quiere hacer, con qué supuestos, definiéndose “los cómos” para concretar  los cambios prometidos y poniendo a las mayorías sociales, obvio, como las destinatarias genuinas del edén prometido….si todo sale bien.  

De la Madrid inició con un PND y dejó una economía marcada por inflaciones feroces y crisis cambiarias a cada rato. Salinas, tan sagaz como siniestro, terminó su sexenio de modo catastrófico, cuando su PND jamás anunció un TLC con Estados Unidos y Canadá. Zedillo, junto a su desarticulado PND, en su primer año año tuvo tres programas económicos de emergencia nacional, aunque después los hados de la historia fueron más o menos espléndidos con su gestión. Fox, hizo su PND “changarrero”, no obstante su vocación empresarial y derechista, sin que se nos olvide su frivolidad incansable. Calderón, tampoco renegó del PND, y hasta presumió que iba a ser el “presidente del empleo”, pero no incluyó en éste los miles de muertos, desaparecidos, desplazados y demás víctimas de su guerra contra los narcos, la que marcó su sangriento e ineficaz timón sexenal.

 ¿Y qué podemos vislumbrar con el PND para este sexenio, anunciado hace unas cuantas semanas con calculada discreción más que con bullicio contagioso? 

Nada especial ni muy distinto a los cinco planes nacionales que hubo en  el pasado. Aunque ahora es más obvia su condición de instrumento oportunista para ir despejando mediáticamente el camino, toda vez que célebre “Pacto por México” se ha colocado en el foco de la gran política, donde los tres partidos mayores exhiben a diario alianzas, pleitos, disensos, reconciliaciones, mezquindades, ajustes y, en fin, todo lo que se va procesando para el futuro inmediato, sin que sus firmantes tengan la ilusión de que tal política vaya más allá del corto plazo.

Este pacto político cupular ha acotado al máximo las potencialidades del actual PND, tal vez hasta terminar por desdibujarlo al cien por ciento. Como nunca, el PND de Peña Nieto ha sido anodino para la opinión pública, para la misma clase política, para los medios, para los analistas y para los observadores externos. 

Lo importante, todo el mundo lo sabe, está en el “Pacto por México”, lo que sale de él, tanto y tan peligrosamente, que hasta el Congreso también ha dejado de ser un riguroso espacio deliberativo de las propuestas del poder ejecutivo; cierto, allí se aprueban o desaprueban los acuerdos pactistas, pero no hay allí una deliberación de fondo de las reformas pactadas que involucre a todas las fuerzas parlamentarias, donde la chiquillería partidaria es sólo un útil testigo de piedra.  

El núcleo de la discusión económica y política está en el neopactismo peñista  y las decisiones claves están únicamente allí, aunque después las formalidades se cubran, por supuesto, siguiendo la tradición clásica del priismo histórico, hoy redivivo con algunas variantes.  Por todo esto, el PND de Peña Nieto nació medio muerto, agónico.

Las dos reformas ya aprobadas (educativa, de telecomunicaciones) se cocinaron en el “Pacto por México” y las tres que vienen por revisar y discutir (financiera, fiscal y energética), también se cocinarán allí mismo. Si todo el paquete reformista propuesto y por proponer sale, el PND quedará otra vez casi como un florero, que es lo más factible. 

Cuando ya se registran signos inequívocos de desaceleración económica en el primer semestre de este año, a la vez que el panorama para el segundo es incierto, las escurridizas metas macroeconómicas del actual PND terminan por mostrarlo como un discurso autocomplaciente, muy ajeno a las dos urgentes demandas de las mayorías ciudadanas: mayor empleo y mayor poder de compra de los salarios. Si éstas llegarán a ser satisfechas, así fuera de modo parcial, pudieran ser la viga maestra para recuperar y sostener la paz social, y claro, sin perder la estabilidad monetaria que también abona el terreno para una sociedad menos desigual y más democrática.   

Habrá que ver cómo los misioneros y apologistas del régimen peñista le explicarán a los ciudadanos sobre lo que se quiere realmente hacer en los siguientes seis años. El catálogo de los compromisos auténticos para avanzar y que más adelante tendrían que ser evaluados uno por uno saldrá, ¿de las promesas de campaña?, ¿del “Pacto por México”?, ¿del PND 2013-2018?, ¿de los informes anuales del presidente? Este embrollo, a la vista de todos, no es fácil de resolver. Hagan sus apuestas , señores…..

(La tragedia del 5 de junio de 2009 en la Guardería ABC de Hermosillo, Sonora, sigue impune. Los 49 niños quemados y muertos fueron víctimas inocentes de la corrupción, el abuso, la negligencia y quizá hasta de una acción criminal hoy todavía oculta. Estamos aún frente a una herida abierta que sangra y no cicatriza, con un luto y un duelo que no cesan. Sus padres no están solos, millones de mexicanos los acompañan en su dolor e indignación. Pero eso no basta. La justicia debe cerrar ese caso. Sin pretextos ni demoras ese crimen exige un castigo a los culpables de semejante atrocidad). 

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