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¿Qué esperar con la eliminación de Al-Baghdadi?
Mié, 06/11/2019 - 10:24

Esther Shabot

Amos Oz, más allá de la literatura
Esther Shabot

Esther Shabot Askenazi es licenciada en Sociología de la UNAM (1980, México), con estudios de maestría en Sociología en la UNAM y con especialización en Estudios Judaicos en la Universidad Iberoamericana (1982-1985). De 1983 a 1986 fue colaboradora semanal del periódico "El Nacional", tratando asuntos del Oriente Medio. Desde 1986 hasta la fecha es editorialista semanal en el periódico Excélsior, donde trata asuntos internacionales.

Con su peculiar estilo bravucón y vulgar, el presidente Donald Trump anunció hace pocos días el éxito del operativo llevado a cabo por sus fuerzas militares para liquidar al máximo líder del Estado Islámico o ISIS, Abu-Bakr Al-Baghdadi, quien, al verse a punto de ser atrapado por soldados norteamericanos en la aldea de Barisha, ubicada en la provincia siria de Idlib, se hizo explotar junto con sus hijos. Buscado desde hace años, este hombre, quien se autodesignó como “califa” destinado a restaurar las glorias de los imperios musulmanes del remoto pasado, se hallaba ya en decadencia debido a la eficacia de la ofensiva de una coalición internacional en su contra.

La organización comandada por él había perdido ya las considerables extensiones territoriales de Irak y Siria que en sus momentos de mayores logros, habían caído bajo su dominio. Así que habiendo conocido el mundo la crueldad del fanatismo sanguinario del ISIS que, bajo las consignas de un fanatismo religioso extremo, asesinó a cientos de miles con los métodos más repulsivos imaginables, la desaparición de Al-Baghdadi es sin duda una buena noticia.

Pero al evaluar las consecuencias de tal operativo, más allá de que simbólicamente se trate, en efecto, de un suceso del que Trump logre sacar ventaja política para mejorar su imagen que en los últimos tiempos ha sufrido un gran desgaste por estar al borde del impeachment, no hay fundamentos sólidos para esperar que la desaparición física de Al-Baghdadi constituya un tiro de gracia para liquidar al ISIS. Incluso es posible —como ocurre por ejemplo cuando se descabeza a una fuerte organización criminal— que nuevas cabezas asomen para sustituir la pérdida tal como lo ilustra el mito griego de la hidra de Lerna. De hecho, en algunos medios de prensa de esa región se menciona que ya ha surgido un nuevo jefe para tomar las riendas de la organización. Su nombre, Abu Ibrahim al Hashemi. En casos similares eso es lo que ha ocurrido. Por ejemplo, cuando Abu Musab Al-Zarqaui, líder de Al-Qaeda en Irak, fue asesinado en 2006, de inmediato lo sustituyó Abu Ayyub Al-Masri.

Por tanto, es muy pronto para cantar victoria total en la guerra contra el ISIS. Los datos sobre su activismo terrorista aún son preocupantes ya que sus ataques, a pesar de su disminución en los últimos dos años, han seguido siendo semanales en ciertas zonas de Irak y Siria, donde se calcula que aún se mueven entre 14 mil y 18 mil militantes de esa organización. A ello se agrega sin duda el reforzamiento que a esta agrupación le significará la reincorporación a sus filas de los miembros del ISIS que se hallaban encarcelados en la franja noreste de Siria, recientemente abandonada por las tropas norteamericanas por órdenes de Trump. Gracias a la liberación de una importante cantidad de  presos, que como consecuencia de los ataques del ejército turco pudieron escapar de prisión cuando las fuerzas kurdas que los custodiaban huyeron, el ISIS puede contar ahora con una inyección adicional de efectivos a fin de continuar con su proyecto de imponer en el mundo su versión salafista del Islam, con todo su radicalismo, fanatismo y crueldad.

Para el proceso de revitalización del ISIS que, presumiblemente, se producirá en el corto plazo, sin duda tendrá algún peso también la afrenta que para esta organización ha significado la forma humillante como se liquidó a su jefe máximo. Éste, en sus dos últimos discursos dirigidos a sus fieles, los exhortó a mantenerse firmes, a persistir en el camino de la jihad o guerra santa para imponer a lo largo y ancho del mundo, el sagrado camino de Alá. ¿No habrá sido la eliminación de Al-Baghdadi y la forma como la presentó Trump a la opinión pública mundial, una especie de gasolina echada al fuego aún no extinguida del todo de la militancia jihadista del ISIS? 

La mayor parte de los expertos en estos temas opinan que en todo caso, el daño infligido al terrorismo islamista radical con la eliminación de Al-Baghdadi ha sido sobre todo simbólico y con casi nulas posibilidades de representar un golpe demoledor que de plano tumbe en la lona al ISIS.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.

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