En el mundo académico y empresarial, más allá de discusiones acerca de la definición de “consultoría” o de “asesoría”, que para unos son actividades diferentes y para otros similares, existe la convención de que una buena labor al respecto puede potenciar la eficiencia de una organización y encaminar la organización hacia el crecimiento, hacia la mejora de su rentabilidad, entre otras mejoras. Existen momentos en los cuales las empresas necesitan una ayuda externa especializada para avanzar, perfeccionarse y dar grandes, medianos o pequeños saltos que pueden solidificar su viabilidad en el mediano y largo plazo.
Sin embargo, muchos empresarios sienten y pregonan una gran incredulidad frente a la acción de los asesores y/o consultores. Se suele pensar que como se ha logrado el “éxito empresarial” o se tiene varios años de experiencia en el sector, se tiene total conocimiento y hasta un nulo margen de elementos o conocimiento que aprender, una cabal convicción de que no se tiene que aprender nada nuevo (porque se sabe “todo”). Entonces, contratar a un consultor individual o a una empresa de este tipo, sería una decisión innecesaria, costosa y totalmente innecesaria.
Los empresarios exitosos -y los no tanto- tienen una característica básica e inherente a su condición de emprendedores: la autosuficiencia. Aquella que los hizo “hacerse de la nada” o dejar de ser “dependientes económicamente”, y que los llevó a su condición económica y empresarial actual. Esta autosuficiencia, que fue fundamental para iniciar la aventura empresarial y llevarla al estado de evolución obtenido –que puede ser excelente, bueno, regular, malo, entre otros-, puede tornarse, más tarde, una condición que limite el desarrollo de una empresa.
Las empresas, en algún momento, pueden necesitar una visión diferente o especializada que puede potenciar su desarrollo. La idea fuerza de esto es que el empresario debe tener la capacidad de identificar el momento adecuado para acudir a un elemento externo que apoye y brinde soluciones concretas a los problemas que limitan su crecimiento. Esta labor no es sencilla e implica una gran humildad para asumir que el propio empresario y su equipo (si lo tuviera, porque también hay empresarios “todistas”) no son capaces de generar las soluciones que la empresa necesita.
Un problema de marketing, procesos, operaciones, recursos humanos, financiero, legal o de cualquier otro tipo, puesto en manos de la persona o el equipo adecuado, puede significar una solución que podría impulsar el crecimiento de una empresa. El empresario, además de identificar el momento adecuado para decidir la convocatoria de alguien externo, también implica la capacidad de saber elegir a la persona indicada que tenga el conocimiento y la experiencia necesaria para enfrentar la problemática con la actitud y las herramientas específicas que le permitan proponer acciones concretas que faciliten que la empresa consolide su sostenibilidad, crezca o sea más rentable.
En estas líneas he tratado de resumir la problemática y algunos criterios para tomar la decisión de tomar un servicio de consultoría y que este proceso devenga en una situación y resultados exitosos para una empresa. Los empresarios deben evaluar si la labor de consultoría lo puede ayudar y además, embarcarse en ella con la intención de aplicar las sugerencias del consultor (seleccionado adecuadamente); de esta manera, esta decisión puede ser fundamental dentro de la historia y evolución de una empresa.