El domingo 21 de abril tomé la determinación indeclinable de formar parte de la primera avanzada de terrícolas que poblarán Marte.
No se trata del comienzo de un cuento. De la frase contundente que los talleres literarios aconsejan para el incio de un texto del género. Esa línea que transporta al lector y lo atrapa. Acá no hay terreno para la mentira. Quiero ser un martícola.
Maniqueo sería justificar la decisión con recuerdos de infancia. No fui el clásico niño que soñó con ser astronauta. Lo mío fue el sueño más negro de un niño criado en dictadura. Desear ser Carabinero, aunque me redima que se tratara de "los de atrás", esos uniformados chilenos, siempre verdes, que iban de pie en la parte trasera de la patrulla de la época, en mi mente de impúber, alegres, divirtiéndose como en un paseo en jeep por las dunas de una playa, pero en este caso, afirmados del techo de una albinegra Chevrolet C10.
El primer asentamiento humano se establecerá en suelo marciano en 2023. Fue lo primero que supe sobre el proyecto Mars One, idea del holandés Bas Lansdorp, quien al enterarse que algunos estadounidenses trabajaban en la factibilidad de enviar una misión a Marte, sin retorno, tuvo una epifanía y se dijo: ¡manos a la obra, adelantémonos!
Si se tratara de un viaje de ida y vuelta, no me interesaría. Estoy cuerdo, no he consumido ayahuasca, pero es que sería publicidad engañosa. Mi parecer se sustenta en el cálculo frío de quien algo conoce de las condiciones del planeta Marte. De lábil gravedad, con un sector sur de insoportables temperaturas, desde allá no podrías volver. Tu cuerpo no resistiría el cambio fisiológico. Se reduciría la densidad ósea, la fuerza muscular y la capacidad del sistema circulatorio. "Mientras que un cosmonauta a bordo de la Mir fue capaz de caminar a su regreso a la Tierra después de trece meses en un ambiente sin gravedad, después de una prolongada estancia en Marte, el cuerpo humano no será capaz de adaptarse a la mayor gravedad de la Tierra a su regreso", explican los de Mars One.
Serán cuatro los que lleguen en 2023. Y luego, en sucesivas misiones, se sumarán otros humanos a la creación de una protocultura, por qué no, del inicio de una mejor sociedad, más equitativa, diversa. No los más fuertes, sino los más equilibrados. Un asentamiento permanente en Marte "con el fin de acelerar nuestra comprensión de la formación del sistema solar, los orígenes de la vida, y de igual importancia, nuestro lugar en el universo".
Mis padres no lo saben. Mi jefe se enteró y me devolvió por chat la advertencia del sitio web donde se explica que se trata de una experiencia sin retorno. Lo sé, resalté sin suerte. Deseaba que lo incorporara como una renuncia a futuro.
Algunos de mis amigos se enteraron esta tarde de la postulación (hasta este lunes somos tres los chilenos que hemos subido nuestro perfil al sitio web). Afirmaron por Twitter que en mi cerebro escasea la cordura. Para mi fortuna moral, una persona que no conozco, me envió esta tarde una solictud de amistad en Facebook. Curioso lo acepté y minutos más tarde por chat me dio su apoyo. Obtuvo una sonrisa. ¿Se trata del primer gesto que recibo como astronauta?
Va a ser notable contar esta historia, inédita para la Humanidad. Convertirme en el primer corresponsal en Marte, un cronista que para llegar tendrá que viajar siete u ocho meses a bordo de una nave, expuesto al peligro de tormentas solares, al encierro con personas desconocidas en un reducido espacio, afectado por el ruido de los motores, pero sobre todo por el peso ingente de dejar atrás una vida, abrazado sólo a los recuerdos.
Al llegar será 2023, tendré 48 años de edad. Las cámaras transmitirán el aterrizaje y a diario todo nuestro quehacer sobre el planeta rojo. Será el primer reality fuera de la Tierra. O una sitcom desencantada de ciencia ficción, donde nadie regresa a la órbita terrestre.
Pero lo que todos, tarde o temprano, estarán esperando, será comprobar si hay vida en Marte. ¿Serán parecidos a nosotros? ¿Mejores? ¿Distintos y poderosos, una amenaza a nuestra estadía?
Ese día estaré ahí. Hablaré por el intercomunicador del traje de astronauta a todos los latinoamericanos. Relataré desde atrás de una roca, susurrando, el ansiado encuentro, como un hábil vigía que se encomienda al recuerdo de travesías afortunadas. ¿Cara o cruz? Cara: al extranjero se lo ve con simpatía; cruz: una sonrisa no tiene la misma gravedad a cientos de millones de kilómetros de la Tierra...
*Twitter: @lsolisdeovando