Lejano luce el año 2009, cuando un presidente recién elegido inspiró esperanzas a escala internacional prometiendo cambio y una nueva manera de pensar: “¡ya basta de ver el mundo como si estuviéramos en la era de la Guerra Fría!”, parecía decir el flamante mandatario. Barack Obama exigió dar pasos enérgicos hacia un planeta libre de armas atómicas. Él anunció una reducción masiva del arsenal nuclear. No es de extrañar que la gente de todos los continentes se haya sentido atraída hacia el nuevo “hombre fuerte” de Washington. Los europeos se apresuraron a honrarlo con el Premio Nobel de la Paz cuando su gestión apenas comenzaba.
¿Qué ha logrado Obama desde entonces? Los hechos: su predecesor, George W. Bush, redujo el número de componentes del arsenal nuclear estratégico de 6.000 a 2.000. Obama, en cambio, sólo se deshizo de 500 misiles y su Ejecutivo más bien anunció la reactivación del programa de armas atómicas: en los próximos treinta años, Estados Unidos invertirá una astronómica suma superior a los 1.000 millones de dólares en la construcción de nuevos sistemas de soporte, aviones para trayectos largos, una docena de submarinos con capacidad nuclear y armas atómicas con una fuerza explosiva por debajo de las 5 kilotones, también conocidas como “mini nukes”.
Eso tendrá consecuencias de gran alcance. La fabricación de armas atómicas tácticas de pequeño formato va a alterar la arquitectura de seguridad a escala global. Aún cuando su capacidad destructiva es menor que la de la bomba lanzada sobre Hiroshima, esas armas dan con el enemigo en el campo de batalla de una manera más precisa, explica una fuente militar. Cabe esperar que este tipo de armamento se use con menos inhibiciones en el futuro y que el mundo se convierta en un lugar menos seguro. Ese es el pronóstico unánime de los investigadores en la Unión de Científicos Preocupados, un think tank con sede en Washington. El propio Obama tiene otra perspectiva de la situación: él quiere que sus potenciales sucesores en la Casa Blanca tengan “posibilidades adicionales para tomar decisiones” si llegan a enfrentar un conflicto.
No obstante, todo esto contribuye a que la caja de Pandora se abra poco a poco. A estas alturas, también Rusia, China y otras potencias nucleares están construyendo armas similares. En otras palabras, es sólo una cuestión de tiempo hasta que esta proliferación de “mini nukes” se torne incontrolable. Grupos terroristas las emplearán para alcanzar sus objetivos o por lo menos lo intentarán. Con la fabricación de “mini nukes”, los políticos –como el presidente estadounidense– están jugando a la ruleta rusa.
El hecho de que la política nuclear de Obama haya fracasado tiene muchas razones. La estrategia para darle un nuevo aire a las relaciones ruso-estadounidenses no funcionó y está por verse si Irán renunciará a largo plazo al desarrollo de armas nucleares propias; Israel y muchos países árabes se muestran escépticos. Obama, la gran esperanza de la Casa Blanca, trató de darle una nueva cara a la política de seguridad, pero lo hizo con la vieja guardia del establishment político: Robert Gates, Hillary Clinton y el vicepresidente Joe Biden. Esa fue una maniobra ingenua, en el mejor de los casos, o una muestra de que se sobreestimó, en el peor. Y es que esos políticos de Washington pertenecen a las filas de los “guerreros más fríos”.
¿Qué queda? Durante su visita a Hiroshima, el presidente Obama articulará un discurso sobre los peligros de la guerra nuclear. Pero sus oyentes no se dejarán engañar; al estadista se le debe reconocer por lo que hace, no por lo que dice.