Según el estudio “Tendencias mundiales del empleo 2011. El desafío de la recuperación del empleo”, realizado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la recesión que se inició en 2007 tuvo como secuela que casi 28 millones de personas quedaran cesantes.
Es que tras una crisis económica o durante ella es habitual que un importante número de empleados -independiente de su nivel educacional- pierda su trabajo. Sin embargo, para los profesionales más calificados puede ser más difícil volver a buscar empleo, especialmente porque muchas empresas consideran que puede ser un riesgo contratar empleados sobrecalificados.
Las razones son muchas, como que tendrán la lógica aspiración a un mejor salario en el corto plazo o que puedan sentirse subutilizados y, por ende, desmotivados y dispuestos a cambiarse tan pronto encuentren disponible un empleo más acorde con su preparación académica.
Al panorama anterior se suma otra tendencia que ya es realidad en algunos países como España, donde las empresas se quejan de la sobretitulación universitaria, un fenómeno que otros denominan sobreeducación, y que consiste precisamente en el desajuste entre las cualificaciones de los trabajadores y las que demandan las empresas.
El fenómeno fue definido por el académico malagueño Rafael Gobernado Arribas, quien en su trabajo titulado “Consecuencias sociales y culturales de la sobreeducación”, indica que “existe sobreeducación cuando la población que constituye la demanda laboral posee un nivel educativo formal superior al que exige la oferta de empleo. Sobreeducación es sinónimo, por lo tanto, de infraocupación”.
Hoy, cuando de acuerdo a la información del diario español El País, del pasado 30 de enero -el 19% de los licenciados de ese país con edades comprendidas entre 19 y 25 años está cesante y 44% de los que trabajan lo hacen en un empleo para el que requerirían una menor formación de la que poseen-, es lícito concluir que existe un serio problema de incomunicación entre el mundo académico y el empresariado, desde el momento en que el primero no es capaz de ajustar sus currículos a las reales necesidades de los segundos.
Esta evidente falta de diálogo se puede subsanar promoviendo iniciativas en las casas de estudios superiores y convocando a participar en ellas a diversos actores para compartir e intercambiar información, de tal forma que los contenidos a enseñar respondan a las exigencias de la experiencia práctica. Ya se han adoptado iniciativas orientadas en esta dirección a nivel nacional e internacional, especialmente estudios cuyo objetivo es definir lo que buscan los empleadores y -a partir de ello- definir cuáles son las especialidades con mayor futuro.
El auge de algunos centros de educación técnica y el aumento a nivel salarial que este tipo de carreras ha experimentado en el último tiempo, son prueba del proceso de ajuste entre oferta y demanda.