El periodista Ascanio Cavallo señalaba, no hace poco tiempo, que “profetizar la decadencia de la Democracia Cristiana ha sido el erotismo secreto de la derecha desde los años 40 y la frustración de la izquierda desde los 60”. A nivel internacional se ha augurado más o menos lo mismo. En el 2000 Hugues Portelli sostenía en el Diario el Mundo que este partido estaba “a punto de desaparecer por completo del paisaje político” y el 2005 el historiador inglés Martin Conway decía que la DC “ahora es objeto del estudio histórico más bien que una realidad contemporánea”.
Proyectando el futuro de la DC en Chile y pensando sobre su rol en las dos coaliciones que integró durante 27 años (Concertación y Nueva Mayoría), se generó un escenario donde salió vencedora la postura de proponer candidatura única presidencial, con lista parlamentaria propia -o dos listas para diferenciarla del pacto electoral “nueva mayoría”-, y un programa que reflejara su visión ideológica de Chile y su sistema político: nada menos que el llamado “camino propio”.
Este proceso lo encabezó la senadora y presidenta del partido Carolina Goic, y lo que parecía exitoso en marzo de este año, se termina 4 meses más tarde -el 29 de julio-, con un resultado adverso en la Junta Nacional, máxima instancia de toma decisión del PDC, donde perdió su postura de dejar fuera de la lista parlamentaria a un congresista con acusaciones por agresión intrafamiliar y llevándola a declarar que tomaría unos días para reflexionar sobre la continuidad de su candidatura.
La fórmula. Candidata única a primera vuelta + dos listas parlamentarias = camino propio.
Terminó. Un fracaso en lo primero + un pacto electoral con la Izquierda Ciudadana (IC) y Movimiento Amplio Social (MAS), partidos de izquierda con fuerte tendencia al trasfuguismo y de escasa representación parlamentaria = ¿?
Intentar dar una explicación de las causas políticas, personales e intelectuales sobre esta cadena de decisiones y del olvido de la candidatura de Carolina Goic, será algo digno de observar en el futuro, parafraseando la introducción de Schettino “La cena de las cenizas” a uno de los libros de Giordano Bruno.
Por ahora, como sostiene el Italiano Livraghi, los efectos de las decisiones que se tomaron podrían llevarnos a descubrir que fueron “trágicas”.
Al final, más allá de dónde termine todo, hay una analogía a tener presente y que se relaciona con las obras de teatro: No es sólo por los aplausos o silbidos que se generan al final, sino porque al bajar el telón hay dueños que sacarán las cuentas -mayoritariamente congresistas y líderes-, cuyas diferencias internas no obedecen a proyectos o visiones ideológicas adversas como antaño, sino que a matices de táctica o a afinidades personales; dicho de otro modo, sus lógicas de poder son más originales que su doctrina.