Las compras hechas con tarjetas de crédito han vivido un explosivo crecimiento en los últimos años. Los chilenos están cada vez más cómodos comprando a plazo y lo manifiestan empleando a fondo los cupos de sus tarjetas. Sin embargo, esto no debe ser tomado con ligereza, ya que refleja el éxito de una visión que ve a los ciudadanos como grupos de consumidores. Y por cierto, esto no es un fenómeno casual derivado de la lógica de los mercados: estos han sido construidos con el objetivo de lograr estos efectos.
De acuerdo a datos de Euromonitor International, en cinco años las compras con tarjeta de crédito hechas por los consumidores chilenos han aumentado 128%. Esto significa que si en 2008 los ciudadanos compraron más de CL$5.300 trillones de pesos usando tarjetas de crédito emitidas por bancos e instituciones financieras basadas en Chile, para 2013 se espera que este gasto alcance los CL$12.100 trillones de pesos. Este aumento se ha dado sin que las tarjetas de crédito en circulación hayan experimentado un avance, ya que desde 2008 este se ha mantenido estable en alrededor de 20 millones de tarjetas. Es decir, lo que se observa es una intensificación del uso de la tarjeta de crédito como medio de pago y como manera de financiar los gastos de la vida cotidiana de los chilenos.
Más allá de la visión optimista -que celebra este gasto como progreso económico- y la sanción moralista del mismo -como satanización del consumo-, estos resultados reflejan un fenómeno en movimiento que merece la atención. Se trata del éxito del imaginario de Chile como un grupo de consumidores, y del ejercicio de la ciudadanía a través de la compraventa. Este ideal se ha ido alentado progresivamente desde el retorno a la democracia y las tarjetas de crédito constituyen el estandarte de esta forma de entender la ciudadanía.
Muy a menudo se le confiere omnipotencia al mercado, como si estuviese hecho de un material no humano al que es imposible controlar y poner restricciones. Habitualmente se les recuerda a los chilenos que es necesario dejar actuar al mercado para que logre la eficiencia que este busca. Sin embargo, muy pocas veces se dice (más allá de algunos intentos velados y parciales) que detrás de esta institución inenarrable e inefable están las personas, y que los mercados emergen porque los individuos buscan cumplir con ciertos objetivos, completar sus intereses y lograr posiciones de prestigio en la sociedad. El mercado no es un amasijo de números sin rostro: éste es constituido por personas que se relacionan para obtener algo a cambio de otra cosa. En otras palabras, los diferentes mercados están hechos de personas haciendo cosas, y todavía más aún, los mercados son personas haciendo cosas que llevan el nombre de transacciones, operaciones, compra y venta.
Por lo tanto, la ya mencionada explosión del esquema “consuma hoy, pague mañana” no responde a un fenómeno de generación espontánea ni a un juego libre de las "fuerzas del mercado": la potencia de las relaciones económicas son los propios individuos, la aparición y reproducción de un mercado es obra de un conjunto de actores que se ponen en relación para hacerlo andar. Que las ventas a crédito en las empresas de retail se hayan impuesto con tal fuerza por cierto responde a unos intereses particulares, y los números no son más que una manifestación de su éxito –tal como lo es su popularidad como espacio público y centro cívico. En otras palabras, la identidad entre ciudadanía y compraventa es un fenómeno sobre el cual se ha trabajado en su irreversibilidad, por lo que cada vez parece menos casual y espontáneo.