Leí un artículo en el sitio web Carta Maior, de Brasil, un artículo que me ha llamado la atención y al mismo tiempo me dio ideas de cómo comprender la actual coyuntura de la integración regional sudamericana y del Mercosur en particular. En el texto, Jeferson Miola, director de la Secretaria del Mercosur en Montevideo, defiende que el bloque ha pasado por dos fases: una inaugurada con la propia fundación del Mercosur en 1991 y otra que empezará ahora con el ingreso de Venezuela como Estado Parte. Pero mi sugerencia en el diálogo con el autor es que, en verdad, el bloque ha pasado por tres y no por dos fases.
Fase uno: 1991-2000. En este momento histórico, el Mercosur, como el propio nombre señala, es decir, Mercado Común, subrayaba la importancia del mercado para la inserción internacional y el desarrollo de los países. En ese sentido, el Mercosur era pensado como una herramienta hacia la apertura de los mercados tras décadas de otro modelo de desarrollo -entonces en crisis- basado en la sustitución de importaciones: el nacional-desarrollismo del Post Guerra. La estrategia era integrarse al mundo capitalista hegemónico luego de la debacle del socialismo. La táctica era fortalecer el mercado nacional a través de la integración de los mercados regionales (creación de economías de escala) con miras a crear las condiciones de esa inserción. Esa fase puede ser nombrada, entonces, de fase comercialista-mercadológica. Nada, además de las reducciones de los aranceles, estaba en la mesa de discusión cuando el Tratado de Asunción que creó el bloque fue firmado por los presidentes de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Los Estados eran solamente coadyuvantes de las empresas, actuando el mínimo necesario para dejar el camino listo para la libre competencia de ellas. En esa fase, el comercio se amplió mucho hasta 1998, cuando la devaluación de la moneda brasileña impulsó políticas proteccionistas en Argentina. Pero hay que subrayar que aún se discute si la ampliación del comercio se debía al Mercosur o a la coyuntura más general de apertura económica unilateral de los países.
Fase dos: 2000-2012. Aunque el Protocolo de Ushuaia de 1998 sea un momento importante que allanó el camino para la segunda fase, debido a la inserción del tema de la democracia como condición para la permanencia en el bloque -lo que por supuesto va más allá del tema del comercio-, fue la Cumbre de los Presidentes de Sudamérica, llamada por el presidente de Brasil en aquel entonces, Fernando Henrique Cardoso, el evento que presentó el marco del comienzo de un giro político -estratégico en la región que afectó también la agenda del Mercosur. En esa Cumbre de Brasília los presidentes sudamericanos lanzaron el proyecto de la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Sudamericana (IIRSA) que tenía como objetivo avanzar en la integración física, energética y de las comunicaciones de la región. A los presidentes empezaba a quedar claro, entonces, que promocionar la integración desde una agenda competitiva -la comercial- era insuficiente y muy lento, al mismo tiempo que había la necesitad de crear las condiciones más fundamentales para la expansión de los mercados nacionales, es decir, los fijos que permiten los flujos (infraestructuras que permiten el intercambio). Para llevar a cabo esa novedosa agenda, se hizo necesario un nuevo diseño institucional para el espacio sudamericano. Desde esa fecha, los principales acuerdos y protocolos firmados por los presidentes miraban otros temas que no el simplemente comercial. En el Mercosur, por ejemplo, en 2002 fue firmado el Protocolo de Olivos que crea el Tribunal Permanente de Revisión del Mercosur, con sede en Asunción. En 2005, es firmado el Protocolo de Derechos Humanos y el otro que instituye el Fondo de Convergencia Estructural (FOCEM). En 2006, la Comisión Parlamentar es transformada en el Parlamento del Mercosur. Además de las obras de la IIRSA que son hechas en los ejes del cono sur.
En medio a ese cambio de agenda, otros cambios políticos más amplios se pasaron de modo a profundizar la tendencia del bloque que ya se dibujaba bajo los gobiernos neoliberales de Brasil (Fernando Henrique Cardoso) y Argentina (e.g. Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde): la elección de gobernantes non-liberales que defendían la necesitad de un retorno a la intervención del Estado como forma de reducir los daños sociales y económicos de la falta de regulación tras las crisis económicas de los 1990. El Estado como actor que coordina e invierte en los procesos de integración, de ese modo, fortaleció los mecanismos nacionales que han permitido profundizar el nuevo modelo regional -uno que podríamos llamar de la fase logística del bloque, haciendo uso libre del concepto del profesor brasileño Amado Cervo, según el cual “logístico” es un diseño institucional a través de lo cual los Estados nacionales coordinan la relación entre mercado global, mercado nacional y sociedad civil. El fortalecimiento de la capacidad inversora del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) es un buen ejemplo: considerable porcentaje de proyectos de infraestructura regional es hecha por compañías de construcción civil brasileñas con financiamiento de ese banco estatal. Por lo tanto, los gobiernos de Lula (2003-2010) y Dilma Rousseff (2011-hoy) y los de la pareja Kirchner (2003-hoy) fueron más allá de los límites que estaban puestos a los gobiernos neoliberales que, si impulsaron la nueva fase del bloque, no la podían concretizar de todo.
La fase logística es, de ese modo, una fase de disminución del crecimiento de los flujos de comercio como consecuencia de las crisis brasileña (1998) y argentina (2001), aunque también de comienzo del aumento de las inversiones para la mejor conexión entre los países y de profundización de la participación ciudadana en el bloque. Eso solo podría ser llevado a cabo por el Estado que vuelve a ser actor importante del proceso social al desarrollar políticas económicas anti-cíclicas y ampliar los espacios democráticos de la esfera pública, luego de la elección de nuevos gobernantes por pueblos descontentos con los pocos logros y muchos pesares del neoliberalismo.
En esa misma fase, como consecuencia de la nueva dimensión del Estado democrático gobernado por fuerzas políticas progresistas en los países del Mercosur (además de los países más radicales de la Alianza Bolivariana, ALBA), otras voces pasaran a ser escuchadas en el bloque: las que provienen de la sociedad civil, es decir, trabajadores y estudiantes organizados, organizaciones no gubernamentales, prensa, intelectuales etc. La integración, entonces, no dice respeto más solamente al mercado, sino que se convierte en espacio público, con múltiples intereses presentados y opiniones/ideas de rumbos distintos a tomarse. La profundización de la democracia y el Estado fuerte, por su vez, dejan más ancho el espacio de la política como fundamento de la integración. Si hay más actores más allá del mercado, es claro que es necesario (y menos sencillo) intermediar políticamente los juegos entre los actores. Así es que esa fase logística empieza bajo el modelo neoliberal, profundizase en gobiernos post-neoliberales que plantean nuevas estrategias para promocionar el desarrollo capitalista y apunta para la profundización del rol de la política por la emergencia democrática de nuevos actores en el proceso. Cada fase encontrase embarazada de la fase que le va a remplazar, en donde el resultado final es fruto de los conflictos y de las correlaciones de fuerzas en cada momento histórico. Es en ese punto de politización de la integración que se pasa el ingreso de Venezuela al Mercosur, solicitada en 2006 y formalizada integralmente solamente ahora, en 2012.
Por lo tanto, es posible decir que una nueva fase del Mercosur empieza el 31 de Julio de 2012, fecha de la Cumbre del Mercosur para el ingreso oficial de Venezuela al bloque. Tras las fases comercialista-mercadológica y logística, mirese en el horizonte una competencia democrática por proyectos del nuevo rumbo a ser seguido. Del lado brasileño-argentino-uruguayo el cálculo político tomó en cuenta la importancia estratégica de Venezuela, una vez que se trata de la quinta economía latinoamericana (PIB de US$ 316 mil millones) con grandes fuentes de recursos energéticos y las más grandes reservas certificadas de crudo del mundo. Basado en esos datos, es posible comprender la capacidad de Venezuela para desbloquear la agenda del bloque ya demasiado agotada debido a los conflictos comerciales entre Brasil y Argentina. La economía venezolana, fuertemente importadora, fue considerada una oportunidad de mercado abierta para los dos principales socios del bloque.
Además de eso, mirase también la disputa geoeconómica con la Alianza del Pacifico, en el contexto de la geopolítica del espacio sudamericano. México, Chile, Colombia y Perú son países que siguen bajo el modelo neoliberal de inserción internacional, es decir, privilegian la apertura de mercados en una relación asimétrica con la exportación de commodities y las facilidades de importación de manufacturados a través de bajos aranceles. Los tratados bilaterales de libre comercio (TLC) con los EE.UU. son parte fundamental de esa estrategia, tras la mengua, en 2005, del proyecto estadounidense de establecer en el hemisférico el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). En esa pelea de modelos intra-Unasur entre la Alianza del Pacifico y el Mercosur, la primera tiene la ventaja de no tener industrias nacionales fuertes a proteger como las tienen Brasil y Argentina, que se encuentran frente a la contradicción del boom de las commodities y la amenaza de reprimarización y desindustrialización. El proyecto de liderazgo regional brasileño con énfasis en la integración sudamericana depende, de ese modo, de la capacidad de superar esas amenazas, seguir creciendo económicamente y profundizar la industrialización, evitar la seducción de los TLC con EE.UU. para otros países sudamericanos y ampliar el Mercosur para mantener la hegemonía del modelo post-neoliberal (empezando por Venezuela y siguiendo hacia los demás países de la Alianza Bolivariana y los más chicos Surinam y Guyana). El ingreso de Venezuela ya significa, entonces, la ampliación del Mercosur hacia el Norte de Sudamérica, involucrando en el proceso integracionista más institucionalizado también la región amazónica y llegando hasta el Mar de Caribe. Pero para alcanzar eses objetivos estratégicos que alcanzan el largo plazo, hay que tener en cuenta también los intereses de los demás países a los cuales se desea involucrar.
Del lado venezolano, por ejemplo, hay una clara ventaja política de corto plazo para el gobierno Chávez, una vez que habrá elecciones en octubre para las cuales es importante mostrar que el país no está aislado internacionalmente, en lo que pese los discursos radicales del presidente. Pero el ingreso en un bloque económico (y político) a través de la firma de un tratado internacional no puede estar basado solamente en intereses del gobierno en el corto plazo, sino que hay que tener en cuenta los intereses más permanentes representados por el Estado nacional. En ese sentido, es estratégico para Venezuela el acercamiento con Brasil y Argentina. Como había defendido en artículo escrito en conjunto con los economistas Pedro Barros y Luiz Sanná Pinto, investigadores de la Misión del Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA) en Caracas, entre las posibles ventajas de la integración para Venezuela, más allá de la ampliación de los flujos de comercio, se puede señalar la constitución de cadenas productivas complementarias con las dos principales economías del bloque en las cuales cada país podría suministrar parte de los insumos para el proceso productivo. La idea es incrementar la presencia de componentes nacionales en los procesos productivos con los países miembros. Mirase también la disminución de la dependencia de la importación de mercancías de mercados extra-regionales. A nivel estratégico, hay aún la potencialidad de complementación industrial de las actividades conexas de los grandes proyectos de producción de crudos en la Faja Petrolífera del Orinoco en Venezuela y en el Pre-Sal de Brasil.
Esos objetivos más estratégicos para Venezuela significan que el país tiene importantes, aunque necesarios, retos por venir. La economía del país es estructuralmente dependiente del petróleo y ese rasgo se ha profundizado bajo el gobierno de Chávez, con la reducción de la diversificación productiva nacional. El país tiene que aprovechar -con urgencia- la abundancia de recursos posibilitadas por la coyuntura internacional de altos precios del petróleo para diversificar la economía y reducir la vulnerabilidad presentada por la instabilidad de los precios del producto en el mercado mundial. Brasil, Argentina y Venezuela, juntamente con Uruguay (y Paraguay, si y cuando vuelva al bloque) de ese modo, necesitarán coordinar constantemente sus políticas y estrategias para evitar las crisis que podrían amenazar cada país y al bloque, al mismo tiempo que promocionar ganancias reales para las economías y la gente común – los ciudadanos. Lo que se plantea es, entonces, el desafío de construir la fase integración productiva del Mercosur, lo que demandaría intensa concertación político-diplomática entre las partes. Está abierta la oportunidad de hacer una integración mucho más profunda. A ver lo que pasará.