El primer debate entre los candidatos presidenciales estadounidenses podría pasar a la historia. No solo se vio a un contendor fogoso, con ganas y argumentos para posicionarse ante el electorado. Se vio además a un presidente en ejercicio completamente ausente, desfasado y sin imaginación. Algo más bien enigmático en un político como Obama. ¿Problemas físicos o espirituales? ¿Se deprimió? ¿Peleó con Michelle la noche anterior?
Los fanáticos del complot sospecharán que los republicanos finalmente llegaron a su secreto mejor guardado. O quizá, simplemente, el presidente no quiere ganar, está cabreado del trabajo y solo desea volver a su familia, como esos rockstars que ya llenaron estadios y recibieron el aplauso y la adulación de las multitudes.
Puede, finalmente, que este Obama de brazos caídos encierre en su fingida torpeza argumentativa un secreto a voces: que el país está pasando por una pequeña y puntual reactivación en vísperas de la madre de todas las W. La mega-híper-recaída recesiva que debiera tener lugar a partir del 2 de enero próximo.
Quince días antes de que comience el siguiente periodo presidencial, gane quien gane en noviembre, comienzan a operar recortes automáticos al gasto fiscal por casi US$1 billón (poco más que el PIB de México). Expiran también las rebajas tributarias de la era Bush, de modo que se producirá una caída simultánea del gasto público y de las personas. Todo lo que iba bien se revertirá, y la noche recesiva volverá a imperar en el horizonte.
Se llegó a esta aberración después del grotesco espectáculo dado por el congreso el año pasado, cuando resultó imposible que las dos bancadas se pusieran de acuerdo para reducir el déficit fiscal. Solo la amenaza de una rebaja en la calificación crediticia obligó a formar una supercomisión que estudiara el tema con calma y ponderación, lejos de las cámaras. Como las posiciones eran tan divergentes, se incorporó una cláusula conocida como pre-compromiso. Si los honorables no se ponían de acuerdo en cómo aplicar la tijera, esta operaría a ciegas y por un monto lo suficientemente brutal como para obligar a un compromiso. Defensa, salud, educación, vejez desvalida: una tijera ciega y cruel como Moloc, el dios arbitrario al que los fenicios sacrificaban a sus niños recién nacidos.
Por supuesto, no hubo acuerdo. Lo torpedeó Paul Ryan, el actual compañero de fórmula de Mitt Romney. Recibió órdenes directas de Dios para hacerlo: total, en el apocalipsis fiscal que se avecina solo se salvarán los justos.
Paul Krugman dijo una vez que un Estado es básicamente una aseguradora dotada además de un ejército. Su principal ítem de gasto es pagar primas de salud y desempleo. Eso además armas y el personal que las opera. Muchas armas. Mucho personal. Los ajustes automáticos recortarán ambos ítems y el presidente que asuma tendrá que hacerle frente como pueda.
Si Obama solo quiso agregarle emoción a una carrera que tenía ya casi ganada, ha mostrado un sentido deportivo y del humor más bien unilateral. Si quiere librar una lucha cuesta arriba contra los recortes automáticos y la recesión resultante, sólo tiene que volver a ser el que era hasta hace poco. Si su deseo oculto es perder, ya dio el primer paso.