Según Simón Kuznets, hay cuatro tipos de países en el mundo: desarrollados, subdesarrollados, Japón y Argentina. Argentina lleva décadas, casi un siglo, desafiando la gravedad: a excepción de unos pequeños momentos de euforia, su economía ha ido de mal en peor por tanto tiempo que este economista galardonado con el Nóbel acabó creando una categoría especial para esa nación que fue la segunda más rica del mundo al inicio del siglo XX para hoy tener más de 40% de su población viviendo por debajo de la línea de la pobreza. Independientemente del proyecto económico y, en general, de gobierno que llegue a implementar el hoy presidente electo Javier Milei, para al menos el 56% de los votantes la situación había llegado a ser tan intolerable que cualquier alternativa parecía mejor.
No se requiere ser un genio para apreciar la desazón de los argentinos. En términos conceptuales, el problema de Argentina es muy obvio: a lo largo de ocho décadas construyeron un conjunto de programas sociales que entrañan un gasto creciente, a la vez que facilitan, y de hecho premian, el desempleo. La cantidad y diversidad de esquemas “de apoyo” es inverosímil: pensiones, transferencias por número de hijos, retiro con sueldo completo con muy pocos años de trabajo y una gran variedad de prestaciones. Juan Domingo Perón, presidente en los cuarenta, creó y pudo financiar sus transferencias (que buscaban lealtad) y nacionalizaciones por la enorme riqueza que esa nación acumuló durante la segunda guerra mundial, pero tan pronto se desvaneció, todo se vino abajo: la primera gran crisis fiscal ocurrió al inicio de los cincuenta. Nunca ha habido capacidad o disposición para enfrentar la realidad fiscal: los programas permanecen, se amplían y multiplican, pero no así el ingreso para pagarlos.
El costo fiscal se eleva de manera sistemática, de hecho exponencial, todo lo cual se ha estado financiando con emisión monetaria, lo que mantiene al país, sobre todo en estos últimos años, permanentemente al borde de la hiperinflación. La inflación que caracteriza al país es estructural: las transferencias se han convertido en derechos adquiridos que cobran vida propia y se convierten en factores políticos intocables.
La noción de forzar una solución a través de un mecanismo monetario no es nueva. En los noventa Menem creó la llamada convertibilidad que equiparaba al peso argentino con el dólar uno a uno. La teoría de aquel proyecto era que el costo de romper la convertibilidad sería tan elevado que eso forzaría a los políticos a enfrentar las realidades fiscales. Sin embargo, el problema no se encaró, el gasto siguió creciendo como siempre y ocurrió lo inevitable: el proyecto se colapsó con el llamado “corralito” al inicio de este siglo, donde la mayor parte de la población perdió todos sus ahorros a la vez que se produjo una virtual depresión.
Milei tiene dos características: una es su excentricidad y retórica, que lo asemeja a Trump. Pero el parecido es de forma, porque su equipo económico no es proteccionista. Según Milei, que pretende achicar al gobierno de manera drástica, el problema no reside exclusivamente en el gasto social sino en una burocracia encumbrada que impide resolverlo.
La otra característica es un programa de choque monetario ya no con convertibilidad peso-dólar, sino con la adopción del dólar como moneda. Acoger al dólar implica que el gasto solo puede aumentar en la medida en que crece el número de dólares en la economía, lo que ocurre ya sea por exportaciones, inversiones del exterior o el crecimiento normal de la base monetaria americana. En la práctica, adoptar al dólar implica un freno inmediato a la economía, pues todo se tiene que ajustar a los dólares disponibles. Como Argentina está en default frente al FMI, los bonistas y la banca privada, el proyecto, si es que lo llega a implementar (dado que no cuenta con mayoría en el congreso), implicaría crear un efecto de olla de presión: no hay dinero, pero las demandas de gasto siguen constantes. El conflicto está cantado.
Según los economistas detrás de Milei, la recesión sería breve porque hay muchos dólares en manos privadas y Argentina podría elevar sus exportaciones de carne, granos, petróleo, gas y similares tan pronto se eliminen los impuestos que hoy lo impiden. Tiene lógica, pero esto sólo cubre una parte del problema. El otro problema es que el gasto deficitario es estructural por los programas sociales. Si el gobierno efectivamente se apega al proyecto monetario que propone, tendría que recortar ese gasto de inmediato y de manera brutal. El tiempo dirá si los votantes entienden las implicaciones de lo que votaron, pero lo que viene no va a ser agradable, por necesario que pudiera ser.
Desde México, cuyo gobierno hizo todo lo posible por apoyar al candidato peronista perdedor, el mensaje es muy claro: tarde o temprano la población se rebela contra lo que considera intolerable. Aunque es obvio que México no enfrenta una situación crítica como la de Argentina, la noción de que más de lo mismo sería aceptable para el electorado es por demás dudosa. Las dos candidatas tienen mucho que aprender de lo ocurrido en Argentina: una para proponer algo distinto, pero razonable y la otra para no dejarse llevar por la idea de que todo está bien.