Las oportunidades lo son cuando se aprovechan y se asumen, pues de lo contrario simplemente no lo son. Al mismo tiempo, ninguna acción gubernamental o nacional constituye una panacea. El nearshoring es una gran oportunidad potencial si la sabemos aprovechar y convertir en instrumento para el desarrollo acelerado de la economía, pero la única forma de materializarla es entendiendo lo que implica y aceptando el paquete completo.
A lo largo de todos los meses que se prolongó la llamada “categoría 2” por parte de las autoridades de aviación civil estadounidenses, el verdadero abismo no era práctico (que si las pistas o las bardas, los procedimientos de seguridad o los controladores de vuelos) sino cultural. Las autoridades mexicanas en la materia no percibían necesidad alguna para aceptar la jurisdicción que implicaba restablecer la “categoría 1”. Fue hasta que se comprendió que había que aceptar el paquete completo que se comenzaron a mover los engranes que acabaron restableciendo una relación funcional entre las autoridades de aviación de ambas naciones.
El asunto se repite en todos los ámbitos, si bien cada uno tiene sus características propias y actores relevantes. Estados Unidos constituye una gran oportunidad para el desarrollo de México por su dinamismo, tamaño y riqueza, como ha demostrado el extraordinario motor de nuestra economía que representan las exportaciones desde que se negoció el primer tratado de libre comercio, hace más de tres décadas. El vecindario en que la geografía nos colocó constituye una enorme oportunidad, ahora magnificada por el conflicto China-Estados Unidos, que nos confiere primacía en atraer inversiones, siempre y cuando la sepamos aprovechar: sola no se va a materializar.
Aunque ha habido un crecimiento importante en la instalación de nuevas plantas en diversos puntos del país, sobre todo en el norte, la verdad es que los números son muy pequeños. El gobierno ha presumido el crecimiento de la inversión extranjera, pero la abrumadora mayoría de ese crecimiento ha sido la reinversión de utilidades, no inversiones nuevas. La pregunta entonces es qué ha faltado.
Nuestro albedrío radica en una opción fundamental: aceptamos la naturaleza de la correlación entre las dos naciones o pretendemos que podemos valernos por nosotros mismos. En el caso del nearshoring los actores relevantes no son gubernamentales sino empresariales: quienes invertirían serían cientos o miles de empresas de diversos tamaños que estarían buscando la oportunidad de mejorar su productividad, garantizar la calidad de sus productos y contar con la certeza de que todo el proceso, desde la inversión hasta la entrega del bien al consumidor final, va a ser perfecta. Esto último entraña factores tan simples o tan complejos como: seguridad, infraestructura física (parques industriales, carreteras, cruces fronterizos), disponibilidad de electricidad (y muchos potenciales inversionistas ahora exigen energías limpias), personal capacitado en abundancia (lo que implica un sector educativo orientado al desarrollo integral de las personas, no a su evangelización ideológica) y reglas del juego transparentes y confiables (es decir, mecanismos judiciales para la resolución de conflictos y hacer cumplir los contratos). Por encima de todo, no diferenciar entre inversión nacional y extranjera, pues ambas “se la juegan” de la misma manera.
A juzgar por los patrones de migración (de sur a norte), las expectativas de quienes tienen parientes en EUA, las remesas, las inversiones y los flujos financieros, la ciudadanía no se hace bolas: la relación con nuestro vecino del norte es percibida por todos como una oportunidad. El nearshoring eleva esa posibilidad de manera dramática por el monto y volumen potencial que entraña. Si además el gobierno se abocara a eliminar obstáculos a la inversión y a la creación de una industria de proveedores mexicanos dedicados a ofrecer partes, componentes, servicios y similares a los nuevos inversionistas, el círculo podría ser virtuoso e involucrar a millones de mexicanos que hoy no perciben oportunidad alguna. El punto es que se trata de una enorme oportunidad potencial, si es que sabemos asirla. Y asirla implicaría una transformación cabal de la manera en que el gobierno percibe a la actividad económica, a la inversión extranjera y al potencial creativo de millones de mexicanos que podrían acabar siendo prósperos empresarios.
Comencé diciendo que el nearshoring no es una panacea, sino una mera oportunidad si es que sabemos aprovechar la circunstancia. Bien concebida, puede tratarse de una gran oportunidad para mejorar el acceso de muchos mexicanos, hoy excluidos, a la economía formal, abrirle oportunidades a nuevos empresarios que con frecuencia encuentran mucho mejor terreno para prosperar en Chicago o en Los Ángeles que lo que pueden hacerlo en nuestro país. Es decir, se trata de una oportunidad que empata con los criterios de equidad y combate a la pobreza y a la desigualdad que son estandartes de la próxima administración.
Leonard Cohen parecía estar pensando en México y en el nearshoring cuando acuñó su famosa frase de que “Siempre hay una grieta. Por ahí entra la luz”. El reto es convertir la grieta y la luz que por ahí se cuela en una oportunidad transformadora.