Todas las sociedades desarrollan sus mitos y creencias como formas de explicarse la vida, pero en México estos con frecuencia se quedan cortos de la realidad. Alguien alguna vez afirmó que si Kafka fuera mexicano, su género habría sido costumbrista. En ese espíritu, aquí van algunas observaciones que, sin contar una historia coherente, dicen mucho de este país de fantasía.
México vive hoy la paradoja de un gobierno enclenque, pero con un presidente hiper poderoso. El gobierno es incapaz de administrar una crisis de salud o distribuir medicamentos, pero el presidente puede imponer su ley en la elección de un gobierno local. La infraestructura del país se está cayendo en pedazos, las calles parecen zona de guerra y la extorsión y la violencia proliferan por cada vez más regiones, pero un tren que no conecta centros productivos ni agrega valor destruye selvas y cenotes por designio presidencial sin que haya mediado proyecto de factibilidad alguno.
El lado anverso de esa misma paradoja es el entorno internacional en que existe nuestro país, del que el gobierno ha pretendido que se puede abstraer sin más. Mientras que el bienestar de la población depende en buena medida de las exportaciones, el gobierno hace todo lo posible por complicar los vínculos con el exterior, como si una cosa no estuviera relacionada con la otra. En lugar de promover y facilitar esos nexos -tanto en el plano de las negociaciones comerciales y la promoción de la inversión como en la creación de infraestructura y facilitación de las transacciones cotidianas- se acumulan las violaciones a los tratados comerciales de los que depende la fluidez del comercio y la viabilidad de nuestra economía. La pretensión de que se puede expropiar, o impedir el funcionamiento, de una planta de generación eléctrica sin que eso tenga repercusiones internacionales es una mera ilusión.
México no tiene un problema de alimentos ni de autosuficiencia. El sector agrícola es, por primera vez en siglos, superavitario y ha logrado una extraordinaria productividad. Lo que México si padece, pero nadie enfoca de manera directa, es un enorme problema de pobreza rural. Imponer medidas que restrinjan las exportaciones o las importaciones de productos agrícolas no va a resolver la pobreza rural, que es el meollo de nuestro dilema de desarrollo. El próximo gobierno podría comenzar a meditar sobre la forma en que se puede atacar la pobreza rural, pues de eso depende la solución de tres de los principales desafíos que enfrenta el país: la desigualdad social, la calidad y enfoque de la educación y la movilidad social, tres aspectos de un mismo problema.
Los procesos electorales recientes, en adición a las manifestaciones tanto ciudadanas como gubernamentales de los meses pasados, muestran una de las grandes contradicciones que nos caracterizan. No todos los mexicanos se asumen como ciudadanos: en una encuesta reciente, tan solo el 58% se considera así, frente a 42% que se asume como pueblo. En su afán por preservar y nutrir la lealtad de la población por sobre cualquier otro valor u objetivo, el gobierno ha optado por impedir el crecimiento de la economía, porque, como dijo la anterior presidenta de Morena, un pueblo pobre siempre será leal, pues cuando prospera deja de serlo. En consecuencia, mejor apostar por la pobreza permanente.
Pero lo anterior no resuelve uno de los enigmas clave: la frecuente desvinculación de la sociedad civil organizada respecto del mexicano de a pie. Nadie que haya observado los contrastes entre las manifestaciones organizadas por el gobierno y las de las organizaciones civiles puede dudar que ahí yace no sólo una contradicción sino también un enorme desafío. La bajísima participación en la elección de Edomex habla por sí misma.
Tampoco es posible cerrar los ojos ante la pequeñez de la clase política mexicana, la falta de miras o la incapacidad de la oposición por ejercer su función crucial. Los liderazgos de la oposición, ahora que su arrogancia e incompetencia ha sido evidenciada en Edomex, no pueden negar lo obvio: no actúan como oposición frente a la destrucción institucional que encabeza el presidente. La ciudadanía ha ido perdiendo un contrapeso tras otro, quedando sólo protegida por una acosada Suprema Corte. La suma de soberbia, corrupción e insignificancia ha dejado al mexicano observando cómo el único objetivo de la oposición es una embajada…
Cuando uno escucha a líderes de países que realmente aspiran a progresar, los contrastes con México se tornan tanto más visibles -y dolorosos. No vale la pena hablar de lugares como Singapur, donde la claridad de miras es impactante, pero India, una nación infinitamente más pobre y compleja que México ilustra lo que sí es posible. El vocabulario que emplean igual funcionarios que empresarios, líderes políticos y sociales habla por sí mismo: inversión, productividad, movilidad social, confiabilidad y predictibilidad. México tiene todo para adoptar similar catálogo, pero siempre ganan las preocupaciones por las pequeñas cosas.
“El gran enemigo de la verdad con frecuencia no es la mentira -deliberada, artificiosa y deshonesta- sino el mito”. Así caracterizaba Kennedy la indisposición por avanzar y prosperar. Parecería que se refería al México de hoy…