Una mañana, al despertar Gregorio Samsa de un sueño inquietante, descubrió que mientras estaba en la cama se había transformado en un monstruoso insecto. Sin duda un acontecimiento trascendental para Samsa, el personaje de La metamorfosis, pero quizás demasiado extraño e inverosímil para comprender su naturaleza e, incluso, si se trataba de un cambio real. Al igual que Samsa, la ciudadanía mexicana se ha despertado ante un pretendido fait accompli: como si ya todo hubiese sido decidido sin que se requiera explicación alguna de lo sucedido. La elección presidencial de junio de 2024 todavía está muy lejos y falta un sinfín de vericuetos para llegar ahí.
La candidata de Morena avanza como si fuese un ferrocarril: con claridad de dirección y sentido de propósito. La candidata del Frente Amplio intenta construir la plataforma que le confiera presencia y reconocimiento entre un electorado que aún no la conoce. Para completar el panorama, todo el aparato gubernamental, del presidente hasta el último operador, está volcado a afianzar a su candidata y destruir a la de la oposición. A nadie debiera sorprender que los números que arrojan las encuestas reflejen estos factores.
Las contradicciones en el horizonte son ubicuas y las hay en todas partes. Morena es un partido complejo, disímbolo y caracterizado por tribus y grupos que habitan silos distintos y se disputan posiciones y potenciales oportunidades en el gobierno próximo. La habilidad de Claudia Sheinbaum para administrar esas contradicciones es obvia, pero en un partido en el que el único factor de cohesión es el presidente, la capacidad de contender el embate tribal es siempre limitado.
Las contradicciones dentro del Frente son distintas, pero no más complejas que las del otro lado. Ante todo, los partidos que integran esa alianza tienen intereses e incentivos que no necesariamente comulgan con ganar la presidencia: dada la cortedad de miras de los liderazgos partidistas, con lograr suficientes curules en el congreso se satisfacen sus objetivos. Por otro lado, el éxito de la candidatura de Xóchitl Gálvez depende de lograr un equilibrio entre los intereses de los partidos que la arropan y su naturaleza de persona y candidata independiente. Ese balance es difícil de lograr, pero una vez que lo alcance, su candidatura inexorablemente comenzará a volar.
Mientras que Xóchitl tiene que diferenciarse de los partidos que la sustentan y a la vez mantenerlos dentro de su cuadrilátero, Claudia tiene que cuidar su relación con su jefe, a la vez que construye una presencia independiente. Con un personaje tan dominante y celoso de su (supuesto) legado, el desafío no es menor. El punto es que cada una de las candidatas enfrenta contradicciones y retos complejos y no fáciles de resolver.
En estas circunstancias, es factible construir escenarios sobre la forma que podría evolucionar esta contienda de aquí a junio próximo. El sitio de partida es que las encuestas son una fotografía del momento, pero el momento que cuenta, el día del voto, está todavía muy lejano y nadie puede anticipar todos los factores, internos y externos, que pudiesen incidir en el resultado final. Lo que sí es posible es especular sobre el entorno que podría caracterizar al México de junio próximo, una vez pasada la elección, pues eso permite visualizar los elementos que tendrá la ciudadanía en su mira al momento de votar.
Mi punto de partida es uno muy simple: el gran factótum de la política mexicana actual es sin duda el presidente. Nadie en ese entorno tiene una presencia como la suya, un control de la narrativa, una historia como la que le caracteriza y la legitimidad que se ha ganado en el camino. En una palabra, el personaje es irrepetible. Es decir, por más que influya en el proceso, viole las leyes electorales e intente controlar a su candidata, el personaje tiene fecha de caducidad y nadie podría heredar sus atributos.
Gane quien gane la contienda que se avecina, la próxima presidencia será muy distinta a la actual. Carente del control integral de la escena y de la capacidad de descalificar, desacreditar y amenazar a toda la sociedad de manera sistemática, la ganadora enfrentará la inexorable necesidad de procurar la reconciliación de la sociedad mexicana. El contexto, si quiere progresar, obligará a la ganadora a hacer cosas distintas a las que hoy le parecerían obvias, circunstancia mucho más simple para Xóchitl, por su frescura y por ser víctima del desaforado embate presidencial, que para Claudia, que inevitablemente tiene que asumir que la mesa le está puesta.
El voto de junio determinará no sólo quien gobierne al país, sino la composición del congreso, factor que podría constituir el gran cambio en la política mexicana si se logra un equilibrio de poderes que le confiera viabilidad y certidumbre al país luego de estos años de abuso y, paradójicamente, parálisis.
El presidente López Obrador exhibió muchos de los males y mitos de la política mexicana, pero ni siquiera intentó resolverlos. Se conformó con ser poderoso. La pregunta es qué conclusión derivará la ciudadanía de su gestión y, por lo tanto, por quién optará para que lo suceda.
Vienen sin duda meses de altibajos y disputas soterradas, algunas violentas. Pero, al día de hoy, nada está decidido.