"Sade, atacar el sol" es el nombre de la muestra que subraya el pensamiento libre del intelectual que se enfrentó a la moral y a los deseos.
Si lo moderno reside en la incertidumbre, la obra del marqués Donatien Alphonse François de Sade instauró una desconfianza radical en el ser humano. Punto de vista que como marca se mantiene vigente aún hoy, cuando se recuerda el segundo centenario de su muerte.
Criminal ilustrado o ilustrado criminal, Sade (1740-1814) fundó un recelo allí donde otros solo veían certezas, ocupándose de lleno luego en eso que le perturbaba: la violencia que "habita la civilización". Por eso, tras reconocerse en su obra, la palabra "normalidad" perdió claramente su peso.
De todo eso se hace eco la exposición "Sade, atacar el sol" que en el parisiense Museo de Orsay se presenta hasta el 25 de enero. La muestra rastrea la influencia del moralista en las vanguardias mediante un recorrido que rehúye propuestas al uso para, bajo la supervisión de la ensayista y crítica Annie Le Brun, reivindicarse como una muestra de autor.
"Fue alguien al margen de todo presupuesto religioso, moral o jurídico; que se enfrentó al orden establecido con una mirada desnuda, libre, sobre el mundo", explica Le Brun, apasionada de la "gimnasia intelectual" de un tipo que activó cierta "revolución sensible" en el seno de la modernidad.
La investigadora subraya que la obra de Sade abraza contradicciones "que son las nuestras" -el deseo, los sueños, lo cruento- para instalarse en un paisaje desconocido o, de otra manera, demasiado conocido y -por tanto- largamente encubierto: el abismo de la naturaleza humana.
Reivindicado por el poeta Apollinaire, quien lo reveló a Baudelaire, Sade se transformó luego en patrimonio del surrealismo de André Breton y, ya en los años sesenta, colonizó los textos de Michel Foucault, Philippe Sollers o Roland Barthes.
Antes, recluido junto a una imprenta en su garaje, el audaz pionero Jean Jacques Pauvert, había comenzado a editar su obra en 1947, un gesto que le valió una década de procesos pese a que hoy el autor de "La filosofía en el tocador" o "Las 120 jornada de Sodoma" integre la prestigiosa colección literaria de "La Pléiade".
Fue el propio Barthes el que elogiaba un pensamiento al que durante años se endosó el calificativo de aburrido; una argucia para censurarlo, sospechaba el teórico.
Si antaño se trataba de enterrar sus textos, actualmente esa censura no pasa tanto por la prohibición como por el "exceso", advierte Le Brun, quien vincula la acumulación de comentarios en torno a Sade a un intento de desarmar y evitar su lectura: leer sobre Sade antes que leer a Sade.
El "divino marqués" pasó casi tres décadas en prisión bajo tres regímenes distintos -la monarquía, la república y el imperio-, alzándose como un moderno antes de la modernidad, una mente incómoda que llegó a preguntarse por cuánto de justo hay en la "ley que ordena a aquel que nada posee respetar al que lo tiene todo".
Aunque murió solo, recluido en un humilde hospital psiquiátrico donde organizaba piezas teatrales junto a los enfermos, entre las paredes del recinto redactó un testamento en el que rogaba desaparecer de la faz de la tierra para evitar la "memoria de los hombres".
Lo cierto es que si bien desapareció del planeta, nunca lo ha hecho de la memoria.