China emprendió un acelerado proceso de desarrollo y de modernización de su economía desde que, a raíz de la muerte de Mao y el fracaso de sus dramáticos experimentos de ingeniería social y de colectivismo socialista y totalitario.
Den Xiaoping -su sucesor-, impulsó cambios radicales hacia una economía abierta y de mercado que le ha permitido a ese gigante asiático un asombroso y sostenido proceso de crecimiento económico, por lo que se estima que ese país podría superar a la economía de los Estados Unidos en 2016. China es el mayor país exportador, el segundo productor manufacturero y la segunda economía a nivel mundial. Para el 2010 la clase media china se había incrementado a 157 millones de personas, superior a la de los Estados Unidos. Siendo además el mayor mercado mundial de automóviles y celulares, el segundo en bienes de lujo y en cuyo proceso económico se han generado más de US$960 mil millones, con empresas privadas como la Huawei, la más importante en el área de informática y telecomunicaciones, con ingresos anuales superiores a los US$29 mil millones.
En las últimas décadas la dinámica de la economía de China ha empezado a superar las barreras geográficas de ese país, mediante una estrategia, de conquista de mercados y áreas de inversión en otras latitudes, la cual se inició desde el 2000, basada en el otorgamiento gubernamental de importantes incentivos, incluyendo beneficios fiscales y créditos subsidiados a las corporaciones públicas y privadas, interesadas en invertir en el exterior en sectores como recursos naturales escasos en el país, desarrollo de infraestructura y de manufactura que involucre la exportación de tecnologías, así como inversión en proyectos de investigación y desarrollo y adquisiciones en ese campo que favorezcan el incremento de la competitividad global de la empresa china (Cepal 2010).
China es ahora un importador de materias primas de bajo valor agregado y poco nivel tecnológico y un gran exportador de productos manufacturados de creciente nivel tecnológico. Según datos de la Unctad (2011), las empresas chinas continúan activamente adquiriendo todo tipo de industrias alrededor del mundo, a un ritmo que supera a las japonesas y a las de Alemania y Francia combinadas. Inversiones que van desde adquisición de grandes extensiones de renombrados viñedos en Francia para la fabricación de vino, hasta importantes participaciones en diversas áreas y actividades en América Latina, en donde más rápido han crecido las inversiones chinas, especialmente luego de que en 2007 el gobierno de ese país creara la Corporación de Inversiones de China, con un fondo inicial de US$200.000 millones.
Para 2010 Perú era el principal destino de las inversiones chinas con un monto que para entonces superaba los US$1.400 millones, especialmente en el sector de la minería, siendo además el segundo socio comercial de ese país. También países como Brasil, Argentina, Chile, México y Venezuela están siendo objeto de importantes inversiones chinas, fundamentalmente en áreas como la comunicación, equipos de transporte, electrónica, petróleo y gas y minería.
En el caso de Venezuela, las relaciones con China están enmarcadas básicamente en acuerdos petroleros que han convertido a nuestro país en un gran deudor que por muchos años deberá cancelar al país asiático ese endeudamiento con suministro de petróleo, convirtiendo a China en el primer mercado de nuestros hidrocarburos. Mediante estos convenios y a través del llamado Fondo Conjunto Chino-Venezuela se canalizan aportes del Banco de Desarrollo Chino (CDB) y del Fonden, coordinados a través del Bandes para cerca de 200 proyectos mixtos de desarrollo, en áreas como la construcción, telecomunicaciones, salud, tecnología y agricultura, con inversiones realizadas que, para finales del año pasado llegaron a cerca de US$24.000 millones.
Conviene resaltar que el más reciente de estos acuerdos de financiamiento con China, por un monto de US$20.600 millones, prevé que el 40% de la línea de crédito sea ejecutado en yuanes, lo que limita a nuestro país a aplicar esos recursos fundamentalmente para importaciones de China.
A la luz del dinámico proceso de desarrollo económico de China y de su agresiva estrategia de conquista de mercados externos con inversiones y financiamiento, para algunos estudiosos del tema, China podría empezar a considerarse como un ejemplo de imperialismo en las modalidades del siglo XXI; sin embargo, si tomamos como referencia la advertencia de Einstein, cuando hace más de siete décadas señalaba que los imperios del futuro serían los imperios del conocimiento, es decir, los que dominen en ciencia y tecnología, vemos que China está bastante rezagada en esa materia, en comparación con Estados Unidos y otros países desarrollados.
Además China deberá enfrentar la amenaza de una población cada vez más envejecida, a raíz de la política del hijo único, establecida desde 1970, lo que va a crear serias limitaciones de su fuerza laboral, que ya clama por mejores condiciones de trabajo, en un país en donde, por lo general, los trabajadores están sometidos a fuertes exigencias y abusos que contrastan abiertamente con las conquistas sindicales de las que se benefician sus pares del mundo occidental. Obviamente todas estas circunstancias van a afectar la competitividad y el ritmo del desarrollo de China, por lo que probablemente China nunca llegue a ser la potencia imperial que algunos visualizan.
*Esta columna fue publicada originalmente en El Mundo.com.ve.