No, el título de esta columna no contiene un error tipográfico. Se trata más bien de un neologismo que creamos hace algunos años, que quizás pueda ayudar a un desarrollo sostenido y coherente de América Latina. Como el lector tal vez adivinó, esta palabra une dos vocablos, economía y ecología, que al estar separados se enfrentan cada día en el mundo.
Así, por todo el planeta encontramos activistas que quieren defender el medio ambiente tratando de evitar toda intervención empresarial sobre las montañas, selvas, océanos, lagunas o ríos. Paralelamente, vemos empresarios que creen que el beneficio económico es suficiente justificación para la depredación del medio ambiente. Los primeros no han dimensionado las necesidades económicas de la población, que necesita trabajo y debe hacer producir a la tierra para lograrlo. Los segundos ignoran que de nada sirve tener trabajo hoy, si tiene que sacrificar su futuro de su región y del planeta.
En ambos planteamientos está implícita la creencia que el aprovechamiento económico y la preservación del medio ambiente son incompatibles. Economistas por un lado, ecologistas por el otro. Creemos que esa dicotomía responde a un planteamiento de siglos pasados cuando el crecimiento rápido exigía la destrucción de la naturaleza para aprovechar sus materias primas. Romper con ese paradigma -y hablar de ecolomía- es quizás la oportunidad de América Latina.
Veamos dos ejemplos de estrategias posibles. La primera, la de la naturalidad. Hasta hace poco se decía que la transformación industrial añadía valor a la naturaleza (y se hablaba de que el único camino para el desarrollo era darle valor agregado a las materias primas). Hoy la exagerada industrialización ha generado una corriente mundial opuesta de búsqueda de naturalidad.
Así, ha aparecido un mercado creciente de millones de personas que premian a los cafés orgánicos peruanos en concursos internacionales y paga por ellos diez veces el precio de un café cultivado con fertilizantes e insecticidas de síntesis. Son estos consumidores los que van a Chile a ver paisajes donde ¡nunca hubo nada nuevo!, o al Brasil a alojarse en rústicas cabañas en los intocados bosques amazónicos, pagando más que en un lujoso hotel de Las Vegas. Y si usted, señor lector, se siente lejos de esta tendencia, recuerde cuánto le cuesta esa botella de agua pura, que usted prefiere a una gaseosa dulce con sabor a fresa.
¿No existe allí una gran oportunidad para América Latina, región donde felizmente existe mucho valor NO agregado en su naturaleza y en sus productos? Evidentemente, si la vemos desde una visión ecolómica.
El segundo ejemplo de estrategia para América Latina es el de la eficiencia ambiental. Cada vez más consumidores del mundo exigen que las empresas presenten certificados de buena conducta ambiental, para darles su aprobación. ¿Cómo puede aprovechar América Latina esta tendencia? Con su mayor gran ventaja: el ser una región que no ha sufrido los grandes desastres de la industrialización de los hoy países desarrollados. Así, las nuevas industrias extractivas o transformativas de nuestras regiones pueden comenzar desde cero sin pasivos ecológicos. ¿Podría eso suponer mejores precios para nuestros productos? Sin duda, si para ello usamos nuevas tecnologías con un criterio ecolómico.
Pareciera entonces que América Latina debe empezar a discutir el paradigma del desarrollo industrial tradicional como único camino posible, sobre todo hoy que resulta más difícil competir en tecnología de punta con países como Alemania o en capacidad productiva con China. Por ello, siguiendo la clásica estrategia empresarial de aprovechamiento de las ventajas diferenciales, debiéramos considerar que en un mundo tan industrializado nuestra mayor ventaja es, paradójicamente, nuestra poca industrialización. Quizás en el corto plazo ello no permita a América Latina conquistar los mercados más grandes del orbe, pero en el mediano plazo será tal vez la única estrategia válida, pues los países hoy dominantes saben que con su accionar están destruyendo la sostenibilidad de la vida misma en el planeta.
No creamos por cierto que este camino exige menor esfuerzo, ya que ecolomía no es sinónimo de poca tecnología. Se trata de un esfuerzo para enfocarnos a desarrollar técnicas ecolómicas que nos permitan posicionarnos como la región donde economía y ecología van de la mano, en lugar de enfrentarse.