Al iniciar mis estudios de economía en la universidad estaban vigentes, por un lado, la teoría del desbalance en el comercio entre los países del centro y los de la periferia de Raúl Presbich, en esa época secretario general de la Cepal; y por otro, la teoría de la dependencia de F. Henrique Cardoso, años después presidente de Brasil, y de O. Faleto. América Latina, al igual que el resto del mundo en desarrollo, era parte de la periferia económica mundial y las decisiones importantes se tomaban en el centro, obviamente en beneficio de este último. Independientemente de la validez empírica de dichas teorías, el correlato político de este modelo de dominación presentaba a nuestra región como “el patio trasero de Estados Unidos”.
La imagen que viene a la mente es aquel lugar de la casa donde uno hace lo que le da la gana, incluso sin tomar en cuenta lo que puedan pensar los vecinos. Mucho ha ocurrido en materia económica y las relaciones internacionales resultan hoy bastante diferentes a como se buscaba interpretar a través de esas teorías. Pruebas al canto: hace poco The Economist destacó, en un suplemento especial titulado América Latina: Patio trasero de nadie, la nueva realidad de las relaciones entre Estados Unidos y la región.
Actualmente América Latina no solo concentra el 15 % de las reservas mundiales de petróleo, sino también el 30% del agua fresca, además de ingentes cantidades de minerales. Por otro lado, recibe un cuarto del total de exportaciones y una quinta parte del portafolio de inversiones estadounidenses en el exterior.
Luego de un crecimiento de 5,5 % en el período 2003-2008 y una ligera caída en 2009, como consecuencia de la recesión mundial, América Latina crecerá nuevamente a tasas superiores al 5 % en 2010, logro que no puede mostrar el mundo desarrollado y mucho menos Estados Unidos, con un crecimiento estimado de 2,6 % ,luego de oficializarse el fin de la crisis.
Más importante aún, la región no solo ha mostrado buenos índices de crecimiento entre 2002 y 2008, sino que ha logrado que 40 millones de personas superen la línea de la pobreza.
Para completar el diagnóstico se debe mencionar que en la región, salvo unas cuantas excepciones, la mayoría de países ha adoptado esquemas de tipo de cambio flexibles, manejo de la política monetaria a través de bancos centrales independientes, adecuada regulación bancaria y financiera y políticas públicas para mejorar la situación de los sectores más pobres.
Dentro de la región también han aparecido nuevos actores con proyección internacional. Así, un artículo publicado hace unos días en The Washington Post indica que, aun cuando la inversión brasileña representa una fracción pequeña de lo que invierten las companías estadounidenses, resulta evidente que Brasil comienza a competir con Estados Unidos en países como Venezuela, Chile y Argentina. Todo indica que esta tendencia se profundizará aún más en los próximos años. También, con pocas excepciones, la democracia en América Latina se ha impuesto como sistema de gobierno y los golpes de Estado son hoy la excepción y no la norma como lo fue en el pasado.
La filosofía del condominio es de fácil enunciado: reglas y obligaciones comunes, siendo su cumplimiento estricto la clave para la convivencia. Ciertas carencias existentes en diferentes países de la región son las que limitan el adecuado funcionamiento de esta opción.
Resulta indispensable que los condóminos tengan intereses comunes y objetivos de largo plazo coincidentes. Ciertas carencias dificultarán la adopción de medidas comunes postergando una verdadera integración. Los intentos del presidente George W. Bush, de unir comercialmente a toda América (ALCA), y del presidente Hugo Chávez, de unir a “los buenos” (ALBA), son dos ejemplos extremos que por diversas razones no han logrado consolidarse.
Tres elementos resultan indispensables para el tránsito hacia este nuevo modelo de convivencia: mejorar la productividad en comparación con la de otras regiones, mejorar la distribución de los ingresos tratando de acercarse a la media mundial y mejorar sustantivamente la calidad de la educación.
América Latina puede aportar un bagaje amplio de experiencias buenas y malas en su camino al desarrollo, sobre ellas se construirán las nuevas relaciones entre los países que la integran. Miremos con optimismo el terreno que nos falta avanzar.